[Julio Iglesias, Antonio Vodanovic y otros poetas… Arresten al santiaguino! de Mario Verdugo]. Por Hugo Herrera Pardo
El pasado martes 15 de mayo, en el Auditorio ILCL de la Universidad Católica de Valparaíso, sede Viña del Mar, se presentó el libro Arresten al santiaguino! Biblioteca de autores regionales de Mario Verdugo, publicado por Overol, 2018.
Haciendo un paralelo con la tesis de magíster de Verdugo, titulada “La provincia como discurso mítico. Espacios inmutables en la narrativa de Andrés Gallardo y Marcelo Mellado”, Hugo Herrera Pardo muestra algunos de los antecedentes de esta biblioteca de autores regionales.
Julio Iglesias, Antonio Vodanovic y otros poetas… Sobre Arresten al santiaguino! Biblioteca de autores regionales de Mario Verdugo
En el epílogo a su libro Arresten al santiaguino! Biblioteca de autores regionales, Mario Verdugo señala que, inicialmente, su proyecto de armar una “Biblioteca regional” quería ser la “cara infame de una investigación que yo realizaba en la Universidad Católica de Valparaíso y después continuaría en la Universidad de Talca”. Me siento interpelado en vincular esta “cara infame” que presentamos hoy con el “plan académico de lo más serio” de la cual la primera dimana, puesto que conocí y entablé amistad con Mario en ese tiempo aparentemente serio previo al tiempo de la infamia.
Efectivamente, antes de ser un reconocido poeta, inclusive considerado por varios ya a esta altura como un “poeta de culto”, sea lo que sea lo que eso signifique, Mario fue un muy destacado estudiante de los programas de posgrado en literatura de la Universidad Católica de Valparaíso. Sin ir tan lejos y para señalar solo un episodio que constate lo anterior, en su trabajo final de curso para la asignatura de Literatura Comparada, colocaba en relación y tensión a Marlow de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y Maqroll El Gaviero de La nieve del almirante de Álvaro Mutis: unas exactas doce páginas de precisión geométrica, en las que no sobraba ni faltaba nada, fue el trabajo modélico a seguir para los que cursamos dicha asignatura con posterioridad al semestre en que lo hizo Mario. A la luz de todo lo que Mario ha escrito y publicado después, y si queremos entrar en ese juego policiaco de la búsqueda de precedentes, podemos pensar ese examen comparatista entre Maqroll y Marlow como el reverso analítico de robert smithson & robert Smith.
Pero sin lugar a dudas, los dos trabajos más destacados de Mario durante su estancia en los programas de posgrado que aquí se imparten fueron sus dos tesis presentadas, una correspondiente al Magíster en Literatura Chilena e Hispanoamericana y otra relativa al Doctorado en Literatura. A pesar de que, como suele suceder con los ejercicios académicos de las tesis, debido en parte a las imposiciones de “novedad” y “actualidad” de su formato, ambos trabajos de Mario se encuentran un tanto atados a los giros teóricos en boga por aquellos años, en específico, a cierto abuso del análisis narratológico de vertiente semiótica, lo que genera una especie de “impresión de época”. A pesar de lo anterior, repito, ambos textos son, según mi juicio, dos de las mejores tesis en literatura que me ha tocado leer. Y es sobre todo con la primera de ellas con la que, creo, este Arresten al santiaguino! Biblioteca de autores regionales se vincula de manera más infame.
La tesis de magíster de Mario se tituló “La provincia como discurso mítico. Espacios inmutables en la narrativa de Andrés Gallardo y Marcelo Mellado”. En ella, valiéndose del concepto de “mito” desplegado por Roland Barthes en sus Mitologías, y en la senda abierta por Edward Said en su Orientalismo, Mario a partir de un marco político centrado en la “hipertrofia capitalina” sobre la cual se ha construido sociohistóricamente este país, exponía que cierta tradición predominante en la narrativa nacional había petrificado a la provincia en una imagen degradada, estancada, depreciatoria y, a partir de ello, postulaba que este “discurso mítico” había tendido a generar una jerarquía inalterable, una forma fija y regularizada “cuya singularidad consistía en la magnificación admirativa del centro y la continua minusvaloración de la periferia en el ámbito intranacional”. Postulaba aquello sin dejar de enfatizar, claro está, que lo que importa en el “mito” barthesiano es más bien “su acción inmovilizadora y no su hipotético grado de fidelidad respecto a lo real”, puesto que, en suma, lo que identifica al mito para el pensador francés es su persistente justificación de una jerarquía eternamente naturalizada, que para el caso del provincianismo chilensis, en la interpretación ensayada por Mario se expresaba en la redundante consagración de un estatus geográfico que así entonces había pasado a organizar discursivamente a la “comunidad imaginada” llamada Chile. En otros términos, el exacerbado rasgo centralista que ha marcado el devenir histórico de este territorio, desde el régimen colonial y luego portaliano hasta su versión actual neoliberalizada, ha necesitado como condicionante la construcción tanto simbólica como material de una imagen regularizadamente depreciatoria de su interior (de sus provincias; pro-vincere: los vencidos) y en ello la literatura nacional o, más bien, el efecto de la formación selectiva de sus cánones habría contribuido como discurso de primer orden en la preservación de este colonialismo interno.
De este modo, el mito como mecanismo legitimador de este perenne estatus geográfico, era mostrado por Mario en seis “regularidades” o “estabilidades” tópicas, advertidas en un corpus que incluía desde las seminales obras El provinciano en Santiago (1844) de Jotabeche y Martín Rivas (1862) de Alberto Blest Gana, hasta Como en Santiago (1881) de Daniel Barros Grez, El tapete verde (1910) de Francisco Hederra, Cecilia (1907) y La señorita Cortés-Monroy (1928) de Januario Espinosa, Alhué (1928) de José Santos González Vera, Mercedes Urízar (1934) de Luis Durand, El crisol (1913), Robles, Blume y Cía. (1923) y Charca en la selva (1934) de Fernando Santiván, Ciudad brumosa (1950) y Los túneles morados (1960) de Daniel Belmar, para llegar a mostrar, más próximos a la contemporaneidad, cómo estas regularidades tópicas eran actualizadas en textos como La ciudad anterior (1991) de Gonzalo Contreras, Balneario (1993) y La comedia del arte (1995) de Adolfo Couve y Stradivarius penitente (1999) de Alejandra Rojas. Esos seis componentes del discurso mítico provinciano desarrollados por Mario eran los siguientes:
1) Topofobias: la provincia sería a lo largo de esta serie narrativa un padecimiento tanto de los sentidos como del cuerpo para quienes la visitan. En un contrapunto con la narrativa mundonovista latinoamericana, Mario llegaba a señalar que “los pueblos de Chile asquean a los afuerinos y les provocan enfermedades que sin embargo nunca llegan a matar, como sí acontece con los escenarios habituales del mundonovismo”.
2) Minusvalías: de acuerdo a Mario, los personajes que se han impregnado de provincia (no siendo decisivo el hecho de si nacieron o no allí), “degeneran y desarrollan patologías de la inmovilidad, de la visión o del hábito; abundan por consiguiente los alcohólicos, los miopes y los lisiados”;
3) Sedentarismos: en esta regularidad tópica, Mario mostraba analíticamente “la obstinación del provinciano en ‘quedarse’, su indisposición al viaje, su ineptitud o su resistencia para vivir según los parámetros centralistas”, lo que en definitiva traía aparejada “una experiencia mitigada de la modernidad”, lo que a juicio de Mario constituía “el principal elemento de desprestigio y el núcleo de todas las demás estabilidades”. Así, y ante el peligro de “adocenamiento, los forasteros optan por una estadía provisional en el sentido doble de permanencia breve y de extracción de provisiones”.
4) Huidas: estabilidad en la que Mario aseveraba que “el provinciano quiere y debe irse, renunciar del todo a lo que él ha sido hasta el momento; la relación con el espacio-tiempo prestigioso (metrópoli) es también una relación vicarial manifestada como ensueño compensatorio, como una conciencia admirativa o un deseo de centro que prohíbe la negociación entre identidades y a veces desemboca en una trabajosa resocialización”.
5) Retrasos: de acuerdo a esta forma fija, “los vecinos de la periferia exhiben su aspecto degradado como un espectáculo en ocasiones cómico; el “ser” provinciano se revela en el “parecer” y a la primera ojeada; las tentativas individuales o colectivas de subsanar los desajustes con lo moderno-capitalino acaban en meros “remedos” o en la recolección de “arcaísmos”.
6) Esterilidades: en la interpretación de esta serie narrativa, Mario hacía ver cómo se regularizaba la impresión de que “las mujeres pueblerinas solo pueden ser fecundadas por los inseminadores foráneos que enseguida las desechan; el erotismo endogámico no logra engendrar más que minusválidos; los hombres de la provincia están condenados a perder toda disputa con sus rivales de la metrópoli y, frente a ello, apenas podrán contentarse con el placer residual que les concede”, lo que Mario tildaba como una “invariable “geoerótica”.
La tesis como tal luego tenía un segundo momento en el que se mostraba la subversión de estas estabilidades tópicas que no habrían hecho sino renovar el pacto de jerarquía geográfica y política que ha marcado la historia de este país, en las novelas de Andrés Gallardo (en particular su hilarante La nueva provincia) y de Marcelo Mellado (en especial sus sarcásticos textos La provincia e Informe Tapia). Pero sobre ello Mario ha publicado en los últimos años algunos artículos que son la prolongación de este “plan académico de lo más serio”. Mejor pasemos a vincularlo con la historia provincial de la infamia que hoy nos convoca.
Este Arresten al santiaguino! Biblioteca de autores regionales puede verse efectivamente como el descarrilamiento risible de todo aquel orden jerárquico-discursivo examinado por Mario en su tesis de Magíster y en el que habría participado irremediablemente la narrativa regionalista chilena. El six-pack de regularidades tópicas anteriores queda desmontado en las “vidas escritas” que contienen estas páginas, a partir de su notoria ex-centricidad: literalmente, “más allá del centro”, pero también el prefijo ex puede llegar a adquirir el sentido de negación de aquello a lo que se antepone. En esta línea o, más bien, cartograma tendríamos que decir para utilizar un concepto afín a Mario, el sedentarismo o retraso atribuidos míticamente a los provincianos aparece burlado en perfiles como el del Grupo Coalma, quienes, dedicaron libros a los niños de Vietnam y formaron un Comité de Recepción para los Primeros Visitantes Extraterrestres. También rechazaron el auge del fútbol y alertaron sobre el predominio del robot, así como defendieron el supremo valor de la belleza y acabaron presentando un proyecto de ley que financiaría la jubilación de los artistas con un impuesto cobrado “a la Bilz, a la Pap y a la Coca-Cola”. El líder de esta agrupación, Jenaro Gajardo Vera, aparte es también conocido por haber inscrito legalmente la luna a su nombre, hecho por el cual el Gobierno de USA debió solicitarle autorización para ¿caminar? por dicho satélite en la misión del Apollo 11.
Las esterilidades, por su parte, son sometidas a la sorna al comentar las obras de autores como Rigo Roble, cuyo protagonista de su narrativa, Julio Riquelme, es presentado como un irresistible y fiero galán, medio mezcla entre James Bond y el Liam Neeson de Búsqueda implacable. O en el “criollismo cripto-zoofílico” de Hernán Jaramillo, descrito por Mario como un “falócrata avezado en geografía” (“Abrazaré tu busto como si abrazara a Chile por la cintura por Coquimbo; besaré tu boca como si besara Chile por Arica…”). O en las novelas LGBT de Rodrigo Muñoz Opazo, quien en Monvetusto (2009) “incluyó a un bailarín gay que podía traspasar la piel con su mirada y detectar de ese modo la presencia del VIH en la corriente sanguínea. Incluyó además a una lesbiana que creaba ilusiones ópticas a la manera de los efe equis del cine splatter y a un cantante bisexual que arrojaba flechas refulgentes e hipercoloridas, capaces de conseguir que dos enemigos jurados se enamoraran ipso facto”. En su novela Franco demente (2010), presentó a “un asesino en serie que se desplazaba por el territorio” –cambiando, si la ocasión lo requería, su indumentaria Zara por un disfraz de huaso– asistido por el único afán de aniquilar con cuchillos, trancamanubrios y explosivos a la “escoria heterosexual hedionda a orina descompuesta por el trago”.
Una gran diferencia que asoma entre la tesis de magíster y esta, su contraparte infame, es el punto de vista de quien cuenta. En la tesis, quien enunciaba era un sujeto imbricado casi patológicamente con su objeto de estudio, lo que terminaba generando en algunos pasajes cierta afección majadera que llevaba a que perdiera peso la discusión teórica y el análisis crítico. En cambio, en Arresten al santiaguino!, asistimos a un punto de vista distanciado y ambivalente que más bien se corresponde con el “filo evaluativo” y la “naturaleza transideológica de la ironía”, rasgos de los cuales expone teóricamente Linda Hutcheon en su Irony’s Edge: The Theory and Politics of Irony. Esta diferencia es importante y sustancial, puesto que el aprovechamiento de la ambivalencia irónica conduce a difuminar de manera más solvente y menos solemne aquel “estatus” que gobierna la relación centro-provincia, expuesto tan rigurosamente en la tesis antes descrita. Un ejemplo de esto lo podemos encontrar en el modo de comparar que se trabaja en el libro. Una de sus formas es utilizar dos términos correspondientes a universos antagónicamente distanciados para relacionar al objeto que se busca comparar, siendo uno de esos términos atribuibles a un registro culto y el otro atribuible a un registro popular. Un caso de esto que acabo de señalar se da, por ejemplo, al presentar el novedoso género de los “MultiDiálogos” pensados por Pepita Turina. Mario allí señala que “cuyos únicos parientes se encuentren quizá en el postestructuralismo o en las tele-chácharas con que entonces triunfaba el humorista Firulete”. En el “filo evaluativo” de la ironía, en su “naturaleza transideológica”, ningún término sale indemne, puesto que lo risible que acaba como resultante coloca en entredicho el fundamento de las escalas de valores que gobiernan toda relación.
Un último alcance antes de finalizar. Para apoyar esta difuminación irónica de la jerarquía entre centro y provincia, propongo reforzar metatextualmente en una edición posterior del libro el vínculo entre lo central y lo vicario y su crítica, en este caso me refiero a la relación entre los textos y los paratextos. Creo que el libro ganaría en torno a ese gesto ambivalente si, por ejemplo, jugara con formas paratextuales como los índices. De esta manera se podría pensar, por ejemplo, un “Índice de insultos críticos” pergeñados contra este elenco de escritores provincianos, como los proferidos contra Teresa Hamel (“una caricatura ridícula”, “un océano de charlatanería narrativa”, “una simple ilustración a nivel escolar”, “estilo desaliñado y pobre”) o contra Julio Iglesias Meléndez, a quien cuando publicó un poemario le aconsejaron que mejor se dedicara a la prosa, cuando publicó prosas le sugirieron que mejor volviera a los versos y cuando publicó biografías le dijeron que “se estaba farreando la posibilidad de escribir novelas”. O un “Índice de teorías estrafalarias”, como las pensadas por Jorge Alcayaga, autor de Éxito, caos y genética: su teoría de la “Nusen” o “Necesidad urgente de sentir”, la “Mutua avidez de las respectivas Nusen” y su teoría de los hombres “Caótico”, “Cosmótico” y Cosmocaótico” y sus respectivos matices: el “Caótico Permeable”, el “Caótico Moldeable”, el “Caótico de Ultramar”, el “Caótico Mestizo”, etc… También las enjundiosas teorías herbatológicas de Bienvenido de Estella, el “padrecito de las hierbas”, las teorías antropológicas de Yosuke Kuramochi, “inquieta mezcla de nikkei y de peñi”, la teoría del “neocreacionismo” de Divel Mersán o las teorías herejes que Arón Alterman expuso en Jesús y nuestra época. Por último, un “Índice de géneros estrambóticos”, en el que podría incluirse a Pepita Turina y su género del “multiDiálogo”, en el que discutía imaginariamente con Jung, Sartre y Heidegger, entre otros. A Luisa Kneer con su enciclopedia poética de puericultura y su manual de pediatría en verso, a Carlos Acuña y su género de la “balada criolla”, a Héctor Faúndez y su Peluquería, a Antonio Vodanovic Haklicka y su género del “kiosko”, entre varios otros.
Este gesto reforzaría, irónicamente, los prefijos “para” y “extra”, prefijos utilizados por excelencia para designar y pensar lo provinciano en relación arbitraria con el centro.
Hugo Herrera Pardo. Doctor en Literatura y profesor asociado del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Ha coeditado los libros Vestigio y especulación. Textos anunciados, inacabados y perdidos de la literatura chilena (Santiago: Chancacazo, 2014) y Precisiones. Escritos inéditos de Martín Cerda (Valparaíso: EUV, 2014).
*Imágenes de la portada gentileza de Ediciones Overol.
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