[“Pero de mi lengua ya no me sano”: poesía de Florencia Smiths]. Por Felipe Poblete

Florencia Smiths (San Antonio, 1976) presentó durante este año 2018 dos libros, la segunda edición de Estética del tajo, recopilación de sus tres primeras publicaciones, y Estudios sobre la distancia, su más reciente libro de poesía, ambos editados por Libros del Pez Espiral. Felipe Poblete lee este acontecimiento, las obras "incompletas" de Smiths, haciendo énfasis en sus decisiones formales, la imagen de la ciudad y cierta idea del silencio.
Podrás, además, en esta entrada, leer una selección de cuatro poemas de Estudios sobre la distancia.

“Pero de mi lengua ya no me sano”

En agosto 2018 fueron presentados los dos títulos más recientes de Florencia Smiths, la segunda edición de Estética del tajo y Estudios sobre la distancia. Una obra completa, o “completamente incompleta”, como diría Floridor Pérez, en tanto Estética del tajo está conformado por los tres primeros libros de la autora: El margen del cuerpo (Santiago: Fuga, 2008), La ciudad no (San Antonio: Economías de guerra, 2009) y La velocidad de la caída (Valparaíso: Inubicalistas, 2015).
En la escritura de Florencia Smiths existe un clima verbal que es transversal a todos sus poemarios. Como expresó Verónica Jiménez en la contratapa de Estudios sobre la distancia: “La dualidad cuerpo-escritura, que Florencia Smiths ha trabajado antes bajo el signo del daño (El margen del cuerpo), el crimen (La ciudad no) y el sometimiento (La velocidad de la caída) adquiere un nuevo significado en este largo poema”.
La “construcción velada” presente en la escritura de El margen del cuerpo pareciera bloquear experiencias del habla rayanas en el mutismo, secretamente presentes, en el tartamudo peligro en que se pueden “leer los cortes” (13) y “el ruido cortado” (18). Esa insistencia en el mutismo, en el silencio y la reflexión sobre la escritura son aspectos que este poemario aborda, asimismo, la imposibilidad de conquistar ese silencio: “Si encontrar las palabras fuese un acto menos quebrantable, más sondable” (23).
En La ciudad no, por otro lado, Florencia Smiths consigue manifestar su ira frente a los tiempos corrientes de nuestra llamada sociedad de la información, escenario de una guerra patente y continua. En estos poemas aparece ese repudio en diversas formas veladas, en la ira contenida en los bloques de texto parecidos a los bloques de concreto que aprisionan la tierra, hasta que parece ser de tierra el grito lanzado. La denuncia contra el funcionamiento de las ciudades contemporáneas de esta zona del globo, la América Latina con sus ciudades repartidas, con la miseria de las dictaduras, es la que se despliega en este conjunto, alegóricamente, por intermedio de la imagen de la ciudad natal de la autora.
La ciudad no es un conjunto aún más unitario que el anterior, apenas distribuido en cinco secciones numeradas, que duran como duran las rutinas, bailando en calles que el comercio urbano agobia. Y el “no”, en tanto negación irreductible: toda revolución tiene ahí su más profundo origen. Hay momentos en que pareciera ser la ciudad misma quien hablara (“a mi cuerpo llegaron miles de extranjeros a cobijarse” (64)), en el escenario de “los feroces tiempos” (59) de la actualidad.
La velocidad de la caída, en cambio, propone una estructura en verso. En estos poemas versados de Florencia Smiths, el poema quiere llegar a otras modulaciones del registro comunicativo. Pudiéramos recordar en este punto aquello de la poesía contenidista, volcada hacia su obstinada vocación comunicativa. Recordemos, los primeros libros de Smiths privilegiaron una estructura de bloques –la prosa– en el territorio de la página. El verso crea aquí una nueva imagen que, más adelante, en Estudios sobre la distancia, va a reaparecer aunque con versos y con estrofas de distinto calibre.
Grabado en portada pertenece a la serie "A la rueda, rueda" de la artista colombiana Yennifer Cano
Hay cierta dualidad, un tanto evidente por lo demás: la de dos libros en prosa y dos en verso, aunque, incluso así, no alcanzamos a distinguir una diferencia radical: tanto en prosa como en verso, percibimos su modo, su voz, ese clima verbal del que hablábamos. En esta suma poética leemos una voz, un murmullo de furia e insistencia, una certeza, casi un destino de la lengua en el que se manifiesta como “una condena el tener que atrapar los estragos, los efectos, el roce de una hoja, los conceptos envueltos por sonidos” (22), de manera parecida a como Gabriela Mistral, doliente y drástica, manifestó su relación con la poesía en el poema “Una palabra”.
La continua insistencia por reflexionar sobre los límites del lenguaje va evidenciando verbalmente sus bordes, porque “es imposible que se escriba tal como se vio” (48). Se trata no de una pregunta por el sentido de la vista, sino sobre sus límites, que son también los límites de las palabras cuando se quiere decir aquello que se vio. Es prácticamente una poética. Doble misión, de fundar memoria y cantarle a la época que se nos cae a pedazos (como la Tierra misma: “Ella está escribiendo la destrucción” (90)).
Paul Celan propone aproximaciones a los límites del lenguaje, pero lo hace con balbuceo. Y toca algo final. En la Estética del tajo y en los Estudios sobre la distancia, Florencia Smiths muestra una desenfadada y más bien fría desconfianza en el lenguaje, cuando las dimensiones sensoriales –psíquica, social, corporal– exceden de manera irremediable los límites del lenguaje verbal, y así “va nombrando cada sector / en su dimensión de escombro” (90), develando las miserias del sistema.
Ahora bien, los conceptos que ofrece una obra fundada ya en un lenguaje desprovisto de reales instancias de comunicación, implica la elaboración de una(s) propuesta(s) de realidad(es), de simulacros, puntos de vista al fin, perspectivas. Y en ellos –no está de más decirlo– siempre está siendo considerada la ciudad natal que aparece a manera de telón de fondo en el que esta voz más dolorosa que colorida actúa.
Una escritura lúcida y compleja, profunda en cada una de sus búsquedas. No es una escritura que simplemente busque por buscar, cruzada por la memoria y la biografía, busca la presencia del cuerpo, el cuerpo que habla, el cuerpo de la ciudad retratado en un reparto de voces que quieren hilarse en su encuentro. “Estaba el mundo mal escrito” (15) ironiza. Estos versos sitúan una atmósfera al intrínseco fondo de lo escrito: “Pero de mi lengua ya no me sano” (84), advierte, marcando una zona de cambio en el transcurso de sus poemarios.
La realidad genera lenguaje y viceversa, parece decirnos esta escritura, que “puede nombrar cuanto existe, hacerlo existir” (17), depositando, de todas formas, cierta confianza en el lenguaje, “ese universo de signos” (15), como ella misma lo llama. El arraigo que mantienen poetas con su idioma en tanto herramienta creadora otorga a las texturas de la escritura poética posibilidades rituales, esferas de representación, pactos de confianza, hasta límites éticos, y que en estos poemarios se visitan y recorren.
Estos “conceptos envueltos por sonido” (22) son las palabras que usan los poemas para volver a definir la palabra palabra, indicando así una secreta, y posible, unión con el canto. He aquí una escritura poética en tanto interrogación obstinada, como vinculación con la hondura del ser, las antípodas de la comunicación, al decir de Raúl Ruiz (1941-2011), llegando a confesar, no sin desconsuelo: “A ninguna parte / me han llevado estas palabras” (106). En defensa del proceso, del ir, de ese permitir que las palabras nos conduzcan, de pronto está bien que el destino de esta senda sea ninguna parte, porque siempre está el movimiento. Y en la fugacidad de ese desplazamiento parpadea o se tatúa una belleza: la que propone verbalmente el trabajo de la autora, pues sabe “que no se puede narrar de verdad ninguna noche” (41).

Felipe Eugenio Poblete Rivera (Viña del Mar, 1986). Publicó negro (Altazor, 2013), Primera trenza (Mago/Cuadernos de Casa Bermeja, 2017) y pobre poeta Poblete (Cerrojo, 2017). Dirige el sello de ediciones artesanales yogurt de pajarito. Ha preparado las reediciones, de Tentativa del hombre infinito de Pablo Neruda (Ediciones de la Fundación Pablo Neruda 2016), Las palabras del fabulador de Jaime Quezada (Gramaje, 2015) y Glosario gongorino de Óscar Castro (Gramaje, 2017). Entre 2014 y 2017 fue coordinador del Taller Latinoamericano de la Fundación Pablo Neruda y del ciclo Lecturas Mistralianas.


ESCRIBO CONTRA MÍ
el ruido fulmina
lo que le costó a mi cuerpo
permanecer quieto
convencerme del silencio alrededor
como una primicia de hace tanto
mi imaginación borrosa atrae
fantasmas tercos de hambre
visiones que apago
evadiendo entre bostezos
esqueletos de alambre
aun así escribo
aún y a pesar de mi cuerpo estancado
me abro
y comienzo a dar
lo que no soporto detenido


ME ARRANCO LAS PALABRAS UNA A UNA
o tal vez los dientes les arranco
a las palabras uno a uno
o tal vez no me arranco
las palabras me arranco los dientes
diciendo las palabras
que no quiero arrancarme
de adentro me las arranco como si estuviesen
plantadas en la tierra de mi carne
como si mi carne fuera el suelo
de las palabras que no quiero leerme ni
decirme ni aprenderme pero me salen
de adentro como plantas carnívoras que son
las palabras a las que arranco los dientes filosos
y que a veces me comen a mí
que soy una carnívora de palabras arrancadas
a destajo desde las vísceras
y quién no siente compasión por arrancar
palabras al otro
de esas que no quiere oír ni extirpar
mientras espera ciegamente
que le crezcan
muchas otras para dedicarlas
como si fuesen canciones
libros o ramos de voces
que brotan sin agua
como la flor del aire
y aunque me deje devorar
como animal en pánico a causa de
la violencia de tal fascinación
prefiero irme a dormir para que las palabras
no se abran solas adentro como trampas
y me muerdan
los dientes
de las palabras a veces hacen
sangrar con sus mordiscos a los papeles
a veces
los labios desde donde se posan
hasta saltar al extremo del otro cuerpo
se rompen en el intento por sostener
tan fieras vocales
(el tallo de mi cuerpo se dobla
por el peso de las frases que se ocultan)
con las uñas y los dedos yo me saco los dientes
para que no corten mis vocales predilectas
y no fragmenten las frases que me riego
mutiladas al sembrarlas
lo hambriento de este deseo se rebana
la lengua suicida
soy una planta carnívora de boca
dislocada por el hambre
cuerpo roto que se abre para sacarse
los verbos del centro
para recordar cuánto duele la devoración
del otro en sí misma
o cuánto arde el espacio
de las encías sin su pieza


QUIERO APRENDER A DEJAR DE HACERLO ASÍ
como lo he venido haciendo
me pregunto si se puede aprender a no hacer
como se pregunta al final del día el arbusto
hasta cuándo morar
al borde siempre del precipicio
me pregunto como se pregunta la piedra
si puede no ser concreta y salvaje
en su determinación de piedra
y en algún momento comenzar a ser semilla
roca o simplemente materia sólida
para sostener la humedad que cae
la humedad de todos los días
las preguntas de todos los días
que se arrojan sobre las montañas precisas
de pasos que voy dando
de imágenes que desperdigo
mientras camino dentro del insomnio
hablándome y escuchando a mi mano
decir aprende


DISCREPO DE LA CERTIDUMBRE
en su misión de hábito
nos cercan ahora las más asombrosas mentiras
acerca del fracaso
nos vienen con el estado más cómodo
del silencio
nos incluyen a diario en saldos y listas
de nuestros propios muertos
la desesperanza no se aprende
y el descenso hacia la parte más baja del pozo
siempre se ha hecho caminando


Lee además
  • Gabriela Mistral. “Una palabra”. Retablo de literatura chilena. Universidad de Chile.

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