[Hojas fantasmas de César Hidalgo]. Por Juan Manuel Mancilla

Juan Manuel Mancilla escribe sobre Hojas fantasmas de César Hidalgo. Al respecto nos dice: "El libro está contenido de (...) materias espectrales, poemas luciérnagas, miniaturas fantasmales conformadas en los nidales abandonados de la memoria".

Hojas fantasmas de César Hidalgo

Sobre luciérnagas y fantasmas
El filósofo francés Georges Didi-Huberman en su texto “El gesto fantasma” plantea la siguiente reflexión:
“La sombra es un fantasma, un miedo visual que emana de los cuerpos, los pone en peligro o nos pone en peligro a quienes los miramos. Los niños tienen miedo de la sombra y por eso juegan con ella. Los adultos hacen lo que pueden para lidiar con la sombra del miedo y, por consiguiente, también intentan jugar con ella” (2006: 281).
La imagen fantasma, así como la imagen luciérnaga, son gestos, objetos o ideas supervivientes de otra esfera espacio-temporal. En tanto formas, son sombras que se pueden proyectar en el presente, rasgando la tela invisible de la realidad, interrumpen en la cotidianeidad para reaparecer haciendo temblar el ahora de quien contempla su aparición lumínica o espectral.
Pues bien, si me pregunto dé qué está hecho este poemario de César Hidalgo llamado Hojas fantasmas, digo que el libro está contenido de estas materias espectrales, poemas luciérnagas, miniaturas fantasmales conformadas en los nidales abandonados de la memoria. Lo que aparece y desaparece intermitente, aquello que parpadea en los sueños, aquello que reclama sin voz, pero, que toca la herida para romper la lógica del tiempo y debatir el espacio presente en la imaginación del poeta.

Sobre el texto
En su aspecto formal, los poemas de estas Hojas fantasmas, en su mayoría, tienden a la brevedad, quizás su forma comprimida manifiesta un contenido reprimido o exprimido de la memoria que gotea como la peña milagrosa del desierto, donde tan solo una gota basta para apagar la sed y despertar otra vez la ruta. Diría, también, poemas de la impresión repentina, de la intuición visual de la memoria, estado de puro devenir, un devaneo sin revisiones. Como he dicho, versos predominantemente breves, epigramáticos, con una voz personal en cuyo transcurso de lectura, desentraman algo que deviene en voz colectiva, el pasaje de un yo invocando al nosotros, activando un discurso que denuncia la injusticia social, la cual es política y ecológica también. Un texto cuya estructura capitular y segmentada se nos abre en cinco secciones que evocan motivos específicamente contorneados. Me referiré brevemente solo a tres de estas secciones.
La primera es llamada “A la sombra de un puente”. Aquí los elementos sustantivos imbrican imágenes de una memoria situada y, particularmente, de una niñez sitiada. El hablante deambula (como sonámbulo) y vuelve o vuela aterrizando forzosamente en la infancia primera, una infancia dura que tiene un territorio muy particular: el sur, la frontera, Temuco. No obstante, esta intromisión abre un tiempo compartido entre el ahora y este pasado cercano, ya no tan reciente, son los duros años setenta, cada vez, más allá difuminados. Pero un pasado que se resiste al olvido, que se reniega a la desaparición y que emerge a través de estos poemas con imágenes fantasmagóricas que revisitan la retina del hablante, quien contempla en amplio espectro la visión del país, los detalles de una distante cercanía, con los ojos melancólicos (Ver: “Aura”. Atlas Walter Benjamin).
Paseos de noche
con lumbres -tarros y carburo-
Trance de estrellas bajando a nuestros juegos;
fuimos luciérnagas,
niños atrapando noche y magia
entre el puente y el pantano (14).
He aquí esta imagen de la mariposa luminosa en la noche de la negrura larga. El niño que porta el tarro-lámpara iluminando la oscuridad con esa pequeña estrella gaseosa llevada entre sus manos. Una estrella móvil que aletea, la llama de la luciérnaga con la cual el niño del poema se guía al atravesar el punto difícil que es el puente sobre el pantano. Estos últimos lugares, espacios simbólicos que debe sortear este niño, su prueba también de fuego para llegar a la otra orilla y quemar otra etapa, así lo vemos caminando por “Lugares perdidos”:
Los lugares de mis juegos
se escondieron
en los rieles del puente viejo
“Pasadizo a la isla de otra parte”.
En esta primera sección, aparecen dos figuras antitéticas que llaman mi atención: la abuela y el abuelo. La primera representa el “Refugio” donde se puede hablar con dios y aunque sea un templo “Pentecostal”, este se transforma en el espacio del resguardo, la salvación o la expiación. La abuela y su principio matriarcal, tiene “el toque de una hada… / en los días de la tempestad (19)”, pues, ella es la protección, el abrigo y la fuente de la imaginación mágica que despierta una arcadia o un paraíso alejado del mundanal cementerio nacional “En esos días en que los muertos / florecían en la línea o en el río (19)”. Paradojalmente, ella que está cercana a la muerte, es también un principio de vitalidad, producción y construcción en medio de la destrucción y el luto país.
Por otra parte, el abuelo, encarna la muerte. Es “El último matarife”. El hombre viejo que porta la escopeta cargada con balas de dolor, el ser destinado al sacrificio y la violencia:
borracho
llegando por la línea del tren…
cantaba rancheras
y nosotros temerosos
como los chanchos sentenciados…
El hacha en la frente
el animal y sus gritos de locomotora… (11).
Pese a sus diferencias, ambas figuras son focos del temor, del control, la vigilancia y el castigo. De alguna manera, están ahí simbolizando el mundo de un pasado peor, la era de un país deshecho o, efectivamente, transformado en el “Matadero” de la infancia, el paredón de la alegría, el rechazo violento a la utopía y el corte de hachazo a la unidad. Por dolorosas que puedan ser, estas dos figuras tienen la capacidad de hacer colisionar en contrapunto, las imágenes supervivientes entre la sangre derramada y la oscuridad del apagón, desde ahí levantan el vuelo como mariposas nocturnas que viajan hasta el presente para que su aleteo remueva la memoria debatida y su pequeño fogonazo, aunque diminuto, nos ilumine.
La segunda parte es “El viaje de mi padre”, agregaríamos el adjetivo ausente, pues pensamos en su falta. Este viajero-padre, claro, ya no está; abandonado el niño, ahora adolescente o quizás joven, su lugar ha sido vaciado. Su compañía, si es que alguna vez la hubo, cesó. Por lo tanto, este padre en ausencia también se transforma en otro cuerpo fantasma que deambula por las páginas del libro de Hidalgo. Son doce poemas para este acápite que recuerda la imagen de las doce estaciones del vía crucis, aquí transformadas en doce estaciones de una vía férrea crucificada por el dolor y la muerte, apostada de durmientes fantasmagóricos cuya trayectoria al sur se pierde en el camino, se difumina y quiebra en el reencuentro con el padre viajero, en la frontera que demarca el otro viaje, el sin retorno, es decir, el de la despedida eterna por la llegada de la muerte. Por ejemplo, leemos en el poema “Ombligo”:
Como mi padre se diluye
día a día
no recuerdo que él me haya cargado.
Sin embargo,
al bañarlo enfermo y pequeño
vuelvo al ombligo (23).
Aquí vemos una suerte de carta-despedida en la que los ciclos y tránsitos regresivos por el espacio vital se invierten, obligando a los sujetos a superponerse en las antípodas, es decir, habitando los lugares contrapuestos del mundo: el padre por la enfermedad convertido y devuelto a la era de un lactante a quien el hijo, ahora trasformado en padre-madre, debe hacer los cuidados. Una imagen que nos lleva también a la forma circular del ombligo como proponiendo que, en cada vuelta más que hacemos sobre la Tierra, esta se va achicando, se va disminuyendo hasta hacernos retornar al viaje inverso desde y hacia la semilla.
Pero esta, a la vez que es una instancia de invocación, es también reclamo, un ajuste de cuentas por la ausencia o la falta ante la añoranza no realizada de haber sido sostenido por las manos protectoras del padre. De ahí la cualidad de padre ausente como hemos dicho, un padre que no acompañó al hijo en vida, que no estuvo ni sostuvo al hijo. Ahora la vida, los reencuentra en una encrucijada a contracara, uno a uno junto a la muerte.
Este padre pasando por el “Hospital público” (26), volviéndose a “Las piedras” (26) cercanas de la muerte, entre “Agujas” diversas que marcan el tiempo y también el cuerpo del enfermo, por donde se inyectan las dosis de vida suplementaria a la sangre ya “diluyendo”, pues el tiempo ha dado “Sentencia” y “la risa de quienes van a morir” son “morisquetas de duendes / que juegan a comerse el tiempo” (27). Lugares que se transforman por la presencia de la muerte en cuyo lugar de apariciones, el fantasma deja al hablante completamente solo frente al “vellón opaco” de Valparaíso, en la orilla Estigia rumbo del final, como se logra apreciar en el poema “Adiós padre” (28).
La tercera de estas secciones es “Vacuidad”, reservada insistentemente a la dedicatoria de poemas para poetas, con predilecta profusión hacia Aristóteles España. Rondan aquí los rostros, antes que los versos, de Gonzalo Rojas, Ximena Rivera y Alejandra Pizarnik, pero también de Parra o Chaín. Me pregunto cuál será su función o deseo en el texto, quizás son algo así como saludos, recados al estilo mistraliano, conversaciones póstumas entre amigos o colegas de oficio, o son poemas en tanto búsqueda sustitutiva de padres ausentes, amigos imaginarios o compañeros tutelares de este oficio de fantasmas que es la poesía.
Pero, también en el subtítulo del acápite, como asumiendo la dialéctica fantasmal, Hidalgo juega poéticamente con las cosas que pasan advertidas-inadvertidas, es decir, se esconden otras palabras que sin ser dichas se dejan entrever: ciudad y vacío. Ciudades y ciudadanos por donde habitan muertos que viven y donde conviven muertos vivientes, zombis, espectros de seres humanos y animales que salen a la oscuridad y retornan como almas en pena desde sus fuentes laborales, que son paradójicamente también las fuentes de muerte dosificada. Ciudades chilenas que son recorridas por espectros, por desaparecidos, por tumbas sin nombre, sin la gloria de una sepultura. Huesos, partes, fragmentos humanos que erran buscando su lugar, su familia, su nicho, su cesárea, en fin, almas de fantasmas en pena. Un acápite que podría resumir el tema de la Injusticia como la base de tres problemáticas: sociales, ecológicas y fraternales.
Ideas de asuntos que tienen que ver específicamente con la trasmutación valórica de la modernidad, donde lo estimado noble u honorable ha sido invertido. Esto lo vemos en el poema “Valor” por ejemplo: “En el país gringo / los niños aprenden / el valor del dinero” (38) o en “Miseria”, donde “Una familia sale y recolecta / cosas olvidadas” (43) o en los poemas “Hidroaysén” y “Golem”, poema este último dedicado al pueblo palestino.

Comentarios finales
Hojas fantasmas nos enfrenta con una poética donde se trama lo dramático. Un libro drama donde se cruzan el ethos (las formas del comportamiento) y el pathos humano (en tanto sentimiento y padecimiento). Pareciera que la plasmación poemática funcionaría como terapia o purga que ahuyenta ciertos males, si es que son aquí propiamente tales (el trauma, la enfermedad, la soledad, la injusticia). Un texto que aspira a la totalidad, pero no a la infinitud porque la naturaleza misma de la memoria tiene sus propios límites y he ahí su recurso inagotable que nos obliga a repensar la vida, la muerte, los viajes, la relaciones, etc. La pregunta que aguarda entonces es: ¿cómo volver a traspasar?, ¿cómo volver a recordar? Y ¿por qué cómo fantasma?
Después de su lectura, hay pues que repensar los rituales del lamento y cómo alegorizar la derrota, al decir de Didi-Huberman:
Se deberá comprender entonces que los rituales de lamentación son procesos destinados a visualizar plásticamente, a traducir en gestos e incluso a musicalizar, a poetizar, esta relación compleja con la sombra de la muerte, la relación existente entre el suceso (drama), el afecto (pathos) y la construcción simbólica de las relaciones sociales (ethos) (2006: 283).

Bibliografía
Didi-Huberman, Georges (2006). “El gesto fantasma”. Trad.: Claude Dubois y Pilar Vázquez. A. C. T. O. Número 4. Tenerife, pp: 281-291.
Didi-Huberman, Georges (2012). Supervivencia de las luciérnagas. Trad.: Juan Calatrava. Madrid: Abada editores.
Hidalgo, César. (2017). Hojas fantasmas. Valparaíso: Editorial Conunhueno.

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