[Elvira Hernández. Poesía de Mujer y Dictadura: una introducción] Por Rocío Cano.
La literatura, y en general todos los productos culturales que surgen en Chile durante la dictadura militar, han sido sometidos a estudios críticos que ponen énfasis en el contexto de producción y, por tanto, en el contenido ideológico que de ellos se desprende. Si bien muchas de las obras responden a una situación de emergencia, a ser armas políticas o reacciones de disidencia, hay que entender que fueron dieciocho años de dictadura, en los cuales, la situación del país fue variando.
Si pensamos en un tipo de poesía exclusivamente panfletaria, estaremos pensando por lo general en textos propios de un primer periodo, en donde la situación de violencia y represión dentro del país era brutal; pero ya desde la segunda mitad de la década del setenta podemos observar como la literatura comienza a volverse más experimental o intimista, atendiendo a la necesidad de velar los contenidos políticos, a la situación de exilio o autoexilio de muchos de los poetas o a la reacción natural contra una escritura utilitaria. Algunos ejemplos de esto los encontramos en los poetas de los 50’s (Armando Uribe, Efraín Barquero, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas) y 60’s (Waldo Rojas, Omar Lara, Gonzalo Millán, Jorge Etcheverry, Manuel Silva Acevedo, Cecilia Vicuña, entre otros) que siguen escribiendo durante este periodo o en las diversas revistas que empiezan a circular dentro y fuera del país así como algunas antologías de autores nuevos y consagrados.
Si seguimos avanzando hasta la década de los ochenta podemos ver como la poesía sigue en un recorrido vertiginoso por la experimentación de las formas; la escritura de esta época busca, más que nunca, nuevas formas expresivas. Formas expresivas que sean capaces de transmitir las experiencias vividas en dictadura, alejándose de los códigos del aparato cultural oficialista. En este periodo juega un papel fundamental la escritura femenina, tanto poética como crítica, lo que se ve favorecido por el aumento en las salidas fuera del país y las entradas de extranjeros, regresos de exiliados o autoexiliados, con lo cual se crea un flujo de información que permite a los actores culturales e intelectuales estar al tanto de las transformaciones del mundo y dar cuenta de los procesos que se estaban dando en la situación irregular del país.
En este escenario la producción de literatura y crítica femenina, como antes señalé, sufre un incremento nunca antes registrado; esto seguramente influido por la entrada de los discursos de género que se están desarrollando en Estados Unidos y en Europa, pero también por una necesidad propia de las mujeres que han vivido la dictadura y que necesitan encontrar la manera de expresar sus experiencias particulares, las cuales no son transmisibles en los códigos de una cultura patriarcal, ni de una tradición literaria que se maneja en estos mismos códigos. La dictadura es la representación más violenta de lo masculino, lo marcial, lo autoritario y en este sentido las mujeres son los sujetos llamados a la disidencia por excelencia, todo aquello que implique lo femenino esta abiertamente contraponiéndose a la dictadura militar, es por esto que no solo en un ámbito literario o cultural las mujeres comienzan a hacerse más presentes que nunca, sino en todos los escenarios, pero principalmente en aquellos que más las identifican, por ejemplo en sus roles de madres, esposas, hermanas reclamando a sus hombres desaparecidos; en su rol como trabajadoras o mujeres de la tierra, en los sindicatos de obreras y campesinas o en las juntas vecinales y así en diversas organizaciones.
En este contexto encontramos el poema La Bandera de Chile, de Elvira Hernández, escrito el año 81 y publicado en edición mimeografiada en el 87, año en que fue lanzado durante el 1° Congreso de Literatura Femenina, realizado en Chile.
Este libro-poema (primero de la autora) es sin duda un texto comprometido políticamente, sin embargo, da cuenta de una escritura estéticamente cuidadosa, que nunca cae en el panfleto y en donde ya se puede visualizar un proyecto escritural por parte de la autora. Uno de estos elementos que se desarrollaran en los libros siguientes es el uso de un símbolo múltiple y dinámico, que evoluciona y se contradice dentro del texto. En el caso de La Bandera de Chile, la autora realiza una denuncia a partir del mismo emblema patrio, representante principal de la institucionalidad nacional, en donde se acusa desde una patria contrariada y confusa, término que funciona como imagen publicitaria, un tipo de violencia que no necesariamente tiene que ver con el castigo físico, sino con la veladura de una violencia institucional, con la máscara que implica un producto nación, en el contexto de Chile durante los ochenta.
* Fotografía de Priscila Fuentes. En: "Decir desde el anonimato". La Nación. Santiago de Chile, 25 de enero de 1997, p. 41
Si pensamos en un tipo de poesía exclusivamente panfletaria, estaremos pensando por lo general en textos propios de un primer periodo, en donde la situación de violencia y represión dentro del país era brutal; pero ya desde la segunda mitad de la década del setenta podemos observar como la literatura comienza a volverse más experimental o intimista, atendiendo a la necesidad de velar los contenidos políticos, a la situación de exilio o autoexilio de muchos de los poetas o a la reacción natural contra una escritura utilitaria. Algunos ejemplos de esto los encontramos en los poetas de los 50’s (Armando Uribe, Efraín Barquero, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas) y 60’s (Waldo Rojas, Omar Lara, Gonzalo Millán, Jorge Etcheverry, Manuel Silva Acevedo, Cecilia Vicuña, entre otros) que siguen escribiendo durante este periodo o en las diversas revistas que empiezan a circular dentro y fuera del país así como algunas antologías de autores nuevos y consagrados.
Si seguimos avanzando hasta la década de los ochenta podemos ver como la poesía sigue en un recorrido vertiginoso por la experimentación de las formas; la escritura de esta época busca, más que nunca, nuevas formas expresivas. Formas expresivas que sean capaces de transmitir las experiencias vividas en dictadura, alejándose de los códigos del aparato cultural oficialista. En este periodo juega un papel fundamental la escritura femenina, tanto poética como crítica, lo que se ve favorecido por el aumento en las salidas fuera del país y las entradas de extranjeros, regresos de exiliados o autoexiliados, con lo cual se crea un flujo de información que permite a los actores culturales e intelectuales estar al tanto de las transformaciones del mundo y dar cuenta de los procesos que se estaban dando en la situación irregular del país.
En este escenario la producción de literatura y crítica femenina, como antes señalé, sufre un incremento nunca antes registrado; esto seguramente influido por la entrada de los discursos de género que se están desarrollando en Estados Unidos y en Europa, pero también por una necesidad propia de las mujeres que han vivido la dictadura y que necesitan encontrar la manera de expresar sus experiencias particulares, las cuales no son transmisibles en los códigos de una cultura patriarcal, ni de una tradición literaria que se maneja en estos mismos códigos. La dictadura es la representación más violenta de lo masculino, lo marcial, lo autoritario y en este sentido las mujeres son los sujetos llamados a la disidencia por excelencia, todo aquello que implique lo femenino esta abiertamente contraponiéndose a la dictadura militar, es por esto que no solo en un ámbito literario o cultural las mujeres comienzan a hacerse más presentes que nunca, sino en todos los escenarios, pero principalmente en aquellos que más las identifican, por ejemplo en sus roles de madres, esposas, hermanas reclamando a sus hombres desaparecidos; en su rol como trabajadoras o mujeres de la tierra, en los sindicatos de obreras y campesinas o en las juntas vecinales y así en diversas organizaciones.
En este contexto encontramos el poema La Bandera de Chile, de Elvira Hernández, escrito el año 81 y publicado en edición mimeografiada en el 87, año en que fue lanzado durante el 1° Congreso de Literatura Femenina, realizado en Chile.
Este libro-poema (primero de la autora) es sin duda un texto comprometido políticamente, sin embargo, da cuenta de una escritura estéticamente cuidadosa, que nunca cae en el panfleto y en donde ya se puede visualizar un proyecto escritural por parte de la autora. Uno de estos elementos que se desarrollaran en los libros siguientes es el uso de un símbolo múltiple y dinámico, que evoluciona y se contradice dentro del texto. En el caso de La Bandera de Chile, la autora realiza una denuncia a partir del mismo emblema patrio, representante principal de la institucionalidad nacional, en donde se acusa desde una patria contrariada y confusa, término que funciona como imagen publicitaria, un tipo de violencia que no necesariamente tiene que ver con el castigo físico, sino con la veladura de una violencia institucional, con la máscara que implica un producto nación, en el contexto de Chile durante los ochenta.
* Fotografía de Priscila Fuentes. En: "Decir desde el anonimato". La Nación. Santiago de Chile, 25 de enero de 1997, p. 41
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