[Los ríos y las cosas. El poema de las tierras pobres de Jorge González Bastías]. Por Rodrigo Arroyo

Publicado recientemente por las Ediciones de la Universidad Católica del Maule, El poema de las tierras pobres es el libro más conocido de Jorge González Bastías, un poeta que ha sido vinculado fuertemente con la Provincia del Maule y sus paisajes. Rodrigo Arroyo vuelve a leer hoy este libro como un ejercicio que es a la vez de recuperación (de una obra) y resistencia ante la devastación generalizada de los territorios en los que vivimos y sus diferencias.

Los ríos y las cosas. El poema de las tierras pobres de Jorge González Bastías

"¿Qué significado tienen los edificios públicos para los jóvenes que nacieron en un paisaje social en el que el mismo concepto de lo público prácticamente había desaparecido bajo un sostenido avance ideológico?"
(Mark Fisher).

¿Qué significado tendrán los ríos, la vida ribereña, la música y el sentido que nacen a sus orillas, la navegación que desde y hacia el mar pareciera ir abriendo el territorio, para los jóvenes de hoy o para aquellos que vendrán? Tal vez podríamos modificar, una y otra vez, la pregunta del escritor inglés recogida en el epígrafe sin modificar la causa de todas esas posibles variaciones, esto es: los efectos del capitalismo, ya sea sobre las personas, el territorio o las relaciones y prácticas que en este contexto surgen. Pareciera ser que el sentido de una vida ligada a la naturaleza estaría condicionada, desde ya, a generar conciencia o, decididamente, embarcarse en su rescate. Descartamos entre las escasas posibilidades, claro está, ese radical activismo de clase que se permite una vida consecuente y que, inclusive, pareciera dictar normas morales y de conducta al resto de nosotros. Predomina, evidentemente, una vida a espaldas de la naturaleza, aun cuando buena parte del país se encuentra cercana a ella; es más, los problemas que surgen desde la provincia, muchas veces pasan por hacer notar los efectos de un país en extremo centralizado, o por la creación de centralismos provincianos, que replican las prácticas metropolitanas a menor escala. Y así como es un error empezar a generalizar, tampoco podemos ignorar o romantizar la vida en los territorios.
Años atrás me tocó presentar otra reedición de El poema de las tierras pobres en Curicó. Recurro a la anécdota personal porque tiene relación con la forma de leer, con buscar otras entradas, cosa que, desde el prólogo que abre esta edición, aborda Jonnathan Opazo. "Formas de leer a González Bastías" es el título de un texto que, fuera del cliché apunta a un hecho específico: como pasa con el río, tampoco leemos dos veces el mismo libro. En ese sentido, quizá podríamos pensar en dos tipos de lecturas, una interna y otra externa. En la primera, nos limitamos a analizar lo que sucede en el libro, mientras que en la segunda, incorporamos una fase previa, o expansión, que pretende leer las circunstancias en que este se origina o circula. Dicho esto, tendríamos que partir destacando -de acuerdo con esta lógica externa- que El poema de las tierras pobres fue obsequiado a los tres mil quinientos estudiantes que ingresaron a la casa de estudios a la cual pertenece la editorial. Junto a ese dato, recuerdo que en Valparaíso, durante el primer año de la pandemia, el municipio y una empresa privada entregaron mil cajas de mercadería, entre las que se encontraba un ejemplar donado por la editorial de la Universidad de Valparaíso. ¿Qué significan estos gestos?, me pregunto casi como acto reflejo, mientras releo, como un repentino golpe de lucidez, al poeta de Nirivilo:

“A qué vivir, a qué esperar el tiempo
que ha de ser siempre igual.
El pobre no levantará su casa…
No se hará bien del mal”.

Ahora bien, hay dos aspectos que cruzan este libro y son advertidos, tanto en el prólogo como en el epílogo: por un lado, la relación entre provincia y capital, digamos, sin referirnos a la biografía del poeta (cosa que aparece consignada en ambos textos), y por otro, la destrucción de una forma de vida a partir de la devastación del entorno natural. Para abordar el primer punto, quizá sea preciso recordar las palabras que Mariátegui señalara el año veintiocho: “El anticentralismo de los regionalistas se ha traducido muchas veces en antilimeñismo”; contextualizando, la miseria de la que habla González Bastías es la misma que se padece en las comunas de la región metropolitana, el problema es una forma de vida que también se reproduce en las provincias. ¿Hasta qué punto las consecuencias del capitalismo han transformado esa vieja diferencia entre capital y provincia en una mera disputa económica? Volver sobre este libro es, en cierta medida, recobrar esa diferencia.
Podemos entenderlo así cuando el padre anciano, el niño triste son llamados por la aldea, en una posibilidad de esperanza que los iguala ante una vida de dolores y heridas que abundan en este poema. Lectura que, desde otra perspectiva, describe Pasolini: “El lector moderno ha vivido efectivamente una experiencia que le vuelve, final y trágicamente, capaz de comprender la afirmación -que parecía tan ciegamente irracional y cruel- del coro democrático de la antigua Atenas: que los hijos deben pagar las culpas de los padres. Pues los hijos que no se liberan de las culpas de los padres son infelices, y no hay signo más decisivo e imperdonable de la culpa que la infelicidad. Sería demasiado fácil, e inmoral en sentido histórico y político, que los hijos quedaran justificados -en lo que hay en ellos de sucio, de repugnante y de inhumano- por el hecho de que sus padres se hayan equivocado. Una mitad de cada uno de ellos puede estar justificada por la negativa herencia paterna, pero de la otra mitad son responsables ellos mismos”. Esos dolores y heridas, la culpa, son, en el fondo, la capital, que se extiende como un cáncer sobre el territorio.
Con respecto al segundo aspecto, Rosabetty Muñoz describe, en el prólogo que abre la Poesía, de Violeta Parra, la escena de un velorio rural: “La vida y la muerte se viven así, con cruda naturalidad en la infancia rural y es este material el que uno va recordando, develando. Porque allá en el fondo de la memoria, en ese lugar espeso y misterioso cuyo acceso se ha borrado pero sentimos latir; allá las palabras y las cosas están unidas. El mundo y el lenguaje tienen una profunda pertenencia. Una sola palabra a veces es literalmente la llave/clave que abre el misterio”. ¿Abren acaso, nos preguntamos, las palabras de González Bastías la vida que nos espera y conocemos? Desaparecen los ríos, quedan las cosas; con las palabras intentamos desentrañar esa relación, los ríos y las cosas. Nosotros, sombras humanas, como diría el poeta, deambulamos perdidos en el descampado.
“En 1790 -recuerda Stefano Mancuso-, Johann Wolfgang von Goethe, brillante botánico además de eminente literato, escribía: ‘Las ramas laterales que nacen de los nudos de una planta pueden considerarse como jóvenes plantas individuales que se agarran al cuerpo de la madre del mismo modo que ésta se aferra al suelo’”. En los años veinte, Jorge González Bastías escribía un libro en el que reafirmaba, a su manera, la idea de colonia que Goethe observaba en las plantas. Así, la familia se aferra a la aldea y esta, a su vez, al territorio. Consolidándose este como soporte de la vida, sustrato que se enfrenta día a día al ingenio destructivo de un modelo económico empeñado en aniquilarle. Esta resistencia ante la devastación recorre las páginas del libro y las páginas de nuestra vida. Y es que, en tiempos de enfermedad, presenciando las alteraciones ocasionadas por un modelo extractivista, y viviendo aún las consecuencias de una de las crisis político-sociales más importantes de los últimos tiempos, el gesto de imprimir cuatro mil ejemplares confirma la vigencia de este libro. El gesto del obsequio es, como diría el autor, quizá un simple gesto de añoranza.

Rodrigo Arroyo
Valparaíso, otoño del 2021

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