[¿Qué nos queda? Sobre Ruina de Jonnathan Opazo]. Por Rodrigo Arroyo

Ruina de Jonnathan Opazo Hernández (San Javier, 1990) es un libro constituido por quince crónicas y un poema que exploran la idea de la ruina atravesando diversos temas y disciplinas, escombros en los que conviven el cine de Jim Jarmusch, los centros comerciales, las elegías de Rilke y, en la lectura de Rodrigo Arroyo (Curicó, 1981), Pier Paolo Pasolini, Walter Benjamin o Gordon Matta-Clark.

¿Qué nos queda? Sobre Ruina de Jonnathan Opazo

dejan el campo a los gusanos,
dejan secar el balde del estiércol,
dejan el tejado
a la tempestad,
dejan la hierba a los guijarros,
y se marchan, y allí donde estaban,
no queda ni siquiera su silencio.
Pier Paolo Pasolini

uno

¿De qué forma va cambiando aquello que entendemos por ruina?, podríamos preguntarnos de entrada, pensando en aquellas ruinas simbólicas que hoy se hacen visibles en las formas abandonadas del cotidiano, tras los inesperados golpes que nuestro estilo de vida ha sufrido en el último periodo. Poco antes de la pandemia y el estallido, la condición de ser, por ejemplo, estaba capturada, tanto más diríamos por el rito de conseguirlas que por las posesiones materiales propiamente tales. Pero debido a esta nueva normalidad las tiendas, en su mayoría, están cerradas a partir de las dieciocho horas, a lo que se tendríamos que añadir la restricción respecto a la cantidad de personas que pueden hacer ingreso a un local para consumir. Algo se perdió y sin embargo perdura en el interior, en el inconsciente colectivo. Ruinas mentales podríamos denominarlas, para no otorgarles la condición de pensamiento. Visto esto, cabría preguntarnos, ¿qué se hace en un país como este sino indagar entre ellas?, ante lo cual sugeriría una variante, partir por esas ruinas internas. Y es que los esfuerzos por modelar una mentalidad que hoy no puede aplicarse en la práctica revelan el absurdo, que en algún momento habremos de conocer desatado, como crisis, claro está. En otras palabras, tal vez la experiencia de la ruina sea el punto de inflexión de este sistema o, lo que resulta más desolador, aquel atisbo de lucidez donde nos reconocemos sin lugar ni posibilidades; algo que Pasolini anunciaba ya el año setenta y cinco:

“La llegada de la cultura de masas, de los mass media, de la televisión, del nuevo tipo de escuela, del nuevo tipo de información y, sobre todo, de las nuevas infraestructuras, es decir, el consumismo, ha llevado a cabo una aculturación, una centralización que ningún gobierno que se declarara centralista había conseguido jamás”.


Proceso similar, con todas las diferencias posibles, encuentra Opazo en El Poema de las tierras pobres, de Jorge González Bastías, allí el autor destaca la radicalidad de aquel libro, como primera denuncia ecológica, por decirlo de alguna manera. Imágenes de un río y un pueblo devastados ante la llegada del progreso. A modo de reflejo, las páginas de este libro aluden también a la ruina ocasionada por la maquinaria imparable del progreso y su lógica extractivista que, en la práctica, podemos comprender a partir del cambio de faena. Ruina que en el documental Patagonia sin represas, apreciamos a escala humana, a partir de una tríada conocida: alcoholismo, violencia y drogadicción, a la que tendríamos que añadir: hijos sin padre.
Ruina interna y mundo en ruinas, ¿de qué forma es posible vivir sino en la adicción del sistema o, a solas, fuera de él?, ¿hasta qué punto la utopía privada del amor, la familia o la producción bastan para evitar el naufragio?, me digo, pensando que bastaría un mínimo de lucidez, perspectiva y pensamiento crítico para decir, como hace el autor en esa introducción o justificación que abre el libro: “Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar”.

dos

Quince crónicas, y un poema (¿qué significa ese poema, ahí?), componen este libro de Jonnathan Opazo, volumen que guarda cierta cercanía con (solo por mencionar otro libro del género escrito desde la provincia, pero sin ánimos de acotar las referencias) Zona cero, de Álvaro Bisama. Y no solo en lo que refiere a la escritura, existe en ambos un recorrido por diversas obsesiones que se plantean desde un lugar, diríamos común, ¿generacional acaso? O será que la ruina asoma en la provincia de modo natural, esbozo a modo de prejuicio, dado que probablemente ocurra algo similar en las comunas, aunque creo que fuera de la capital se asume con mayor naturalidad ese espacio o condición, y no solo como parte del paisaje. Más aún en ciudades con ciertos niveles de producción, ya sea industrial o campesina. Por otro lado, en el despliegue u ordenamiento de los materiales acopiados, es posible reconocer el anhelo por desbordar la crónica y, sin temor a exagerar o sonar pretensioso, adoptar esa hibridez que presenta –por mencionar un referente como horizonte de apertura– el Quignard (presente en el libro) de los Pequeños tratados. Para ello actúa, intuyo, siguiendo esa lógica planteada por Walter Benjamin: “El texto es un bosque en el que el lector es un cazador”, así entonces la escritura lo sitúa realmente como estudiante y cazador en lugar de diletante.

tres

“Una época muere para ver el nacimiento de otra, no sin antes provocar en sus protagonistas la aparición de visiones sobre su presente y su pasado”, escribe Opazo a propósito del incendio de Notre-Dame y la caída del World Trade Center. Pero, al parecer, no son ya necesarias las visiones. No al menos las del pasado. “Bajo las condiciones de la memoria digital, es la pérdida misma la que se ha perdido”, apuntó Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida. Como sugiriendo un merodeo atemporal, un estado liminar que habría de impedir ese corte epocal. Los medios de reproducción y las nuevas tecnologías consolidan el archivo, diluyen la pérdida y exhiben la apariencia de una nueva época, cuyo soporte o andamiaje tiene sus raíces en la época anterior, o incluso en una más antigua:

“Jarmusch parece intuir que los vampiros contemporáneos no encontrarían regocijo en los viejos castillos abandonados: la ciudad contemporánea, bajo las crisis constantes del capitalismo, genera a su manera un paisaje gótico y decadente, con edificios pomposos reducidos a ruinas o playas de estacionamientos, despojados de todo su brillo y elegancia”.


Este libro testimonia ese engaño al ojo, al tiempo que en las crónicas tituladas “Los naufragios” y “Qué hacer en un lugar en ruinas”, el autor desliza otra problemática. La pandemia, el confinamiento y las nuevas tecnologías, en otras palabras: la creciente digitalización, podríamos decir, han tomado esos no lugares descritos por Marc Augé, y los han hecho realidad. Parafraseándolo entonces podríamos decir: “Un no-lugar muere para ver el nacimiento de otro no-lugar”, ¿dónde están las ruinas entonces?
Ahora, cuando habla de las ruinas y el cine, a propósito de Jarmusch y Nueva York, no podemos evitar un desvío: Gordon Matta-Clark. La ruina, la anarquitectura y, como fue con Fluxus y el situacionismo (que de un modo u otro están presentes en el trabajo del neoyorquino), la total distancia del museo; ya consolidado como mausoleo. Y es que es inevitable el rastreo en otras disciplinas a la hora de hablar de ruinas y naufragios. Es más, a propósito del naufragio, la provincia y la escritura de este libro, un referente ineludible, Raúl Ruiz: Las tres coronas del marinero o Litoral. Una suma de relatos sin mayor conexión que el deseo, ya no de entender sino de explorar lo incomprensible.

uno

Tal vez deberíamos retroceder un poco para tener algo de perspectiva y, más allá del tipo de ruina que abordemos –a partir de las posibilidades ofrecidas en estas páginas–, pensar hacia atrás, es decir, en “ver la mesa que abandonan los comensales para comprender su comportamiento”. En otras palabras, preguntarnos por los residuos de toda actividad de la cual formemos parte, explorar nuestros rincones y aquellos que habitamos en el mundo, como quien quiere anticiparse a la ruina, o simplemente preguntarse, ¿adónde van?, porque si recordamos a Waldo Rojas sabríamos que “la naturaleza no deja ruinas”. En ese sentido, y como el autor decide utilizar la escritura para saldar cuentas con sus obsesiones, insistiré en algo que, me parece, no podríamos eludir en esta reflexión. Haussmann y la ciudad moderna surgida desde las ruinas, ¿qué ciudad saldrá de nuestras ruinas?, ¿habrá ciudad o las ruinas de la provincia se limitarán a seguir el modelo metropolitano?
Para comenzar, o terminar, vuelvo sobre la provincia y el sentido de la ruina que el autor privilegia en este libro al momento de recordar una lectura colegial: "El miserere", de Gustavo Adolfo Becker. Ese canto inefable que proviene de ellas, de las ruinas, es el murmullo que buscan estas páginas, tema inagotable que tal vez no pueda reproducirse del modo en que se le conoce, que tal vez no nos deje ni siquiera su silencio, como señala el epígrafe de Pasolini.
Tal vez nos dejen tres palabras, nada más: ¿qué, cómo, dónde?

Rodrigo Arroyo
Quilpué, verano del 2021

Enlace
Consige Ruina de Jonnathan Opazo. Editorial Bifurcaciones.

Comentarios