[El Génesis de Fernanda Martínez]. Por Roberto Ibáñez Ricóuz
El Génesis, publicado por Cástor y Pólux en 2019, es el tercer libro de Fernanda Martínez Varela (Chile, 1991), antes publicó Ángulos Divergentes (2006) y La sagrada familia (2015). Roberto Ibáñez Ricóuz (Neuquén, Argentina, 1993) destaca en el trabajo poético de Martínez Varela, “la continuidad temática de su escritura”, cuya “solidez” radica en “la capacidad de someter su poesía a cambios (...), la exploración del lenguaje que hay en sus proyectos”.
Publicado hace un año, El Génesis de Fernanda Martínez Varela continúa explorando a través de la poesía los temas que la obsesionan: las relaciones familiares y amorosas, la religión, el género, la violencia y el lenguaje. Estos estaban ya presentes en su publicación anterior, La Sagrada Familia (2015). Esta tercera publicación de la autora destaca, sin embargo, por hacer el esfuerzo de condensar la escritura, incluso por momentos llegando a entregar una imagen única por página. Digo esfuerzo porque leo el texto como una serie de aperturas y cierres, como si se tratara de una respiración inquieta. La fuerza y el motor de este libro se hallan en la lucha de concentrar grandes temas en un uso y una plasticidad del lenguaje y darles así cauce y sentido en un régimen de afectos personales.
El título, bíblico y mítico, aparece como una puerta de entrada muy grande para aproximarse al texto. De ‘Génesis’ nos esperamos un relato fundacional y, por lo tanto, inabarcable a la vez que íntimo. Inabarcable porque representa un tiempo original e inalcanzable, pero íntimo en tanto es un relato que pretende resignificarse en cada miembro de la comunidad cuyo origen es narrado. Fernanda Martínez aprovecha de forma muy aguda esta característica para escribir su propio génesis en el cual se traza un camino más o menos claro desde el dios padre hasta el yo íntimo, pasando por el sujeto amoroso. Aunque, repito, claro, este camino no siempre es unívoco y por muchos momentos la segunda persona de este texto se confunde y no sabemos si ese tú al que refieren se trata de un padre, de dios, de otro amoroso.
“Vi el desierto que cabe / en lo que se nombra” (38). Es una de las imágenes breves y únicas que nos ofrece el texto. Al respecto, quisiera señalar que la autora escoge trabajar sobre imágenes poco concretas, si se quiere, pero altamente efectivas. Este poema en particular puede resumir la experiencia del libro: grandes temas, anchas palabras -a esto me refiero con “poco concreto”- que entran a un espacio reducido y personal. “Desierto” y “lo que se nombra”, dos imágenes que pueden ser abstractas, pero que en el espacio del poema representan la lucha de la autora con el lenguaje. Ejemplos hay varios: “En su cama / con el cuerno de un búfalo / toqué el porvenir” (37); “en mí todas las noches / acontecen con pesares de otro siglo” (41). Porvenir, otro siglo, todas las noches, palabras que exceden con creces la brevedad de los poemas y el espacio íntimo que el libro ofrece. Porque no solo de momentos hiperbólicos está construido este Génesis, sino también de bellísimos momentos íntimos: “Jugamos a leernos / las palmas de las manos / y las plantas de los pies” (35); “amanecí / con ella dentro / pero yo fuera” (33).
Como existen en el texto estos momentos condensados, también existen momentos donde la escritura parece querer escapar. No escapa en términos del significado, pues el campo y el tremendo carácter expansivo de las palabras que usa la poeta se mantienen: “Apilo los fuegos que apago con lluvias de un siglo hacia el este” (57); cito un extracto de estos poemas más largos. Escapa en cuanto la forma de la escritura se exagera en el sentido más literal posible, es decir, los poemas se hacen más extensos y la ejecución gramatical los lleva a zonas donde hay dobles o triples sentidos y desórdenes. Un desorden generador de sentidos, podría decirse. Así, el libro se hace cargo de su propuesta y la explicita: “La imagen se posa en la forma que apresa” (44). Para mí, este momento es fundamental en tanto nos da una pista no solo del texto en sí, sino de la obra en construcción de Fernanda Martínez. Ha decidido explorar de nuevo los mismos temas que había tratado en La Sagrada Familia, pero esta vez sometiendo su escritura a un nuevo proceso, posando la imagen en otra forma. Ese trabajo, esa voluntad, es nada menos que loable.
Es también notable la preocupación por el aspecto sonoro que Martínez Varela demuestra constantemente en su escritura. Desde su trabajo académico se puede rastrear el interés de la poeta en el canto a lo divino, por ejemplo, en su relación con la dimensión religiosa. Las lecturas en vivo de Martínez Varela dejan muy en claro la preocupación rítmica de su poesía. Aquí, de nuevo, nos hallamos frente a la tensión que genera la poeta: no es el ritmo que va desde el poema hacia afuera, sino al revés. Es la escritura la que ingresa a un tono que la poeta parece poseer en su fuero interno y quiere aplicar al texto completo. En ese sentido, leer el texto es asistir a una experiencia sensorial. Nos atrapa también a nosotros el ritmo del libro:
En definitiva, El Génesis es un libro pensado y escrito con rigor, sensibilidad e inteligencia. Indistintamente de la lectura que podamos hacer de él, sus imágenes son poderosas y su ritmo, atrapante. Fernanda Martínez se encuentra trabajando en su siguiente proyecto, titulado, por ahora, Salmos. La continuidad temática de su escritura es sobresaliente y no por eso acomodaticia. La solidez de esta poeta es tanto la capacidad de someter su poesía a cambios, como la exploración del lenguaje que hay en sus proyectos.
Roberto Ibáñez Ricóuz (Neuquén, Argentina, 1993). Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Católica de Chile y Master of Fine Arts por la Universidad de Nueva York. Obtuvo el primer lugar en el Premio Roberto Bolaño y una mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral. Publicó el libro Tres Historias (Cástor y Pólux, 2021). Actualmente vive en Ithaca, Nueva York, donde realiza sus estudios doctorales en Cornell University.
El Génesis de Fernanda Martínez
Publicado hace un año, El Génesis de Fernanda Martínez Varela continúa explorando a través de la poesía los temas que la obsesionan: las relaciones familiares y amorosas, la religión, el género, la violencia y el lenguaje. Estos estaban ya presentes en su publicación anterior, La Sagrada Familia (2015). Esta tercera publicación de la autora destaca, sin embargo, por hacer el esfuerzo de condensar la escritura, incluso por momentos llegando a entregar una imagen única por página. Digo esfuerzo porque leo el texto como una serie de aperturas y cierres, como si se tratara de una respiración inquieta. La fuerza y el motor de este libro se hallan en la lucha de concentrar grandes temas en un uso y una plasticidad del lenguaje y darles así cauce y sentido en un régimen de afectos personales.
El título, bíblico y mítico, aparece como una puerta de entrada muy grande para aproximarse al texto. De ‘Génesis’ nos esperamos un relato fundacional y, por lo tanto, inabarcable a la vez que íntimo. Inabarcable porque representa un tiempo original e inalcanzable, pero íntimo en tanto es un relato que pretende resignificarse en cada miembro de la comunidad cuyo origen es narrado. Fernanda Martínez aprovecha de forma muy aguda esta característica para escribir su propio génesis en el cual se traza un camino más o menos claro desde el dios padre hasta el yo íntimo, pasando por el sujeto amoroso. Aunque, repito, claro, este camino no siempre es unívoco y por muchos momentos la segunda persona de este texto se confunde y no sabemos si ese tú al que refieren se trata de un padre, de dios, de otro amoroso.
“Vi el desierto que cabe / en lo que se nombra” (38). Es una de las imágenes breves y únicas que nos ofrece el texto. Al respecto, quisiera señalar que la autora escoge trabajar sobre imágenes poco concretas, si se quiere, pero altamente efectivas. Este poema en particular puede resumir la experiencia del libro: grandes temas, anchas palabras -a esto me refiero con “poco concreto”- que entran a un espacio reducido y personal. “Desierto” y “lo que se nombra”, dos imágenes que pueden ser abstractas, pero que en el espacio del poema representan la lucha de la autora con el lenguaje. Ejemplos hay varios: “En su cama / con el cuerno de un búfalo / toqué el porvenir” (37); “en mí todas las noches / acontecen con pesares de otro siglo” (41). Porvenir, otro siglo, todas las noches, palabras que exceden con creces la brevedad de los poemas y el espacio íntimo que el libro ofrece. Porque no solo de momentos hiperbólicos está construido este Génesis, sino también de bellísimos momentos íntimos: “Jugamos a leernos / las palmas de las manos / y las plantas de los pies” (35); “amanecí / con ella dentro / pero yo fuera” (33).
Como existen en el texto estos momentos condensados, también existen momentos donde la escritura parece querer escapar. No escapa en términos del significado, pues el campo y el tremendo carácter expansivo de las palabras que usa la poeta se mantienen: “Apilo los fuegos que apago con lluvias de un siglo hacia el este” (57); cito un extracto de estos poemas más largos. Escapa en cuanto la forma de la escritura se exagera en el sentido más literal posible, es decir, los poemas se hacen más extensos y la ejecución gramatical los lleva a zonas donde hay dobles o triples sentidos y desórdenes. Un desorden generador de sentidos, podría decirse. Así, el libro se hace cargo de su propuesta y la explicita: “La imagen se posa en la forma que apresa” (44). Para mí, este momento es fundamental en tanto nos da una pista no solo del texto en sí, sino de la obra en construcción de Fernanda Martínez. Ha decidido explorar de nuevo los mismos temas que había tratado en La Sagrada Familia, pero esta vez sometiendo su escritura a un nuevo proceso, posando la imagen en otra forma. Ese trabajo, esa voluntad, es nada menos que loable.
Es también notable la preocupación por el aspecto sonoro que Martínez Varela demuestra constantemente en su escritura. Desde su trabajo académico se puede rastrear el interés de la poeta en el canto a lo divino, por ejemplo, en su relación con la dimensión religiosa. Las lecturas en vivo de Martínez Varela dejan muy en claro la preocupación rítmica de su poesía. Aquí, de nuevo, nos hallamos frente a la tensión que genera la poeta: no es el ritmo que va desde el poema hacia afuera, sino al revés. Es la escritura la que ingresa a un tono que la poeta parece poseer en su fuero interno y quiere aplicar al texto completo. En ese sentido, leer el texto es asistir a una experiencia sensorial. Nos atrapa también a nosotros el ritmo del libro:
“te fuiste metiendo en las uñas
te fuiste metiendo en mis dientes madejas pellejos alambres
te fuiste metiendo en los ojos un río y un barco una costra” (11).
te fuiste metiendo en mis dientes madejas pellejos alambres
te fuiste metiendo en los ojos un río y un barco una costra” (11).
En definitiva, El Génesis es un libro pensado y escrito con rigor, sensibilidad e inteligencia. Indistintamente de la lectura que podamos hacer de él, sus imágenes son poderosas y su ritmo, atrapante. Fernanda Martínez se encuentra trabajando en su siguiente proyecto, titulado, por ahora, Salmos. La continuidad temática de su escritura es sobresaliente y no por eso acomodaticia. La solidez de esta poeta es tanto la capacidad de someter su poesía a cambios, como la exploración del lenguaje que hay en sus proyectos.
Roberto Ibáñez Ricóuz (Neuquén, Argentina, 1993). Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Católica de Chile y Master of Fine Arts por la Universidad de Nueva York. Obtuvo el primer lugar en el Premio Roberto Bolaño y una mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral. Publicó el libro Tres Historias (Cástor y Pólux, 2021). Actualmente vive en Ithaca, Nueva York, donde realiza sus estudios doctorales en Cornell University.
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