[La llave que abre la casa del tiempo: Las Corrientes Luminosas de Claudio Guerrero]. Por Ricardo Herrera Alarcón

Ricardo Herrera reseña Las Corrientes Luminosas (Ediciones Casa de Barro, 2020), de Claudio Guerrero: un libro que habla de la familia, la infancia, además de las mediaciones que enfrenta quien ordena y reordena los artefactos y fragmentos de la memoria, así como se abre "a la urgencia del testimonio", para "nombrar lo que pasa en la calle".
Tras la reseña podrás leer el poema "Interrogantes del padre y su hijo de 9 años en huelga general".

La llave que abre la casa del tiempo: Las Corrientes Luminosas de Claudio Guerrero

En su nuevo libro, Las Corrientes Luminosas, el poeta Claudio Guerrero pone en el centro de sus reflexiones al lenguaje como forma de representación de la memoria, haciendo colisionar conceptos como infancia, testimonio, historia o política. Quien habla no habita la palabra sino su disolución. Quien recuerda no hojea plácidamente un álbum familiar o revisa un archivo de fotos digitales: su trabajo parece más cercano al de un arqueólogo que remueve capas sedimentadas de arcilla sobre objetos que aparecen y se esfuman. Quiere dejar testimonio, pero primero debe responderse para qué, para quién. La historia le preocupa, pero más parece ensimismado (al menos en la primera parte del libro), por terminar su puzle personal. La manera que elige es la de un sujeto que sintoniza distintas frecuencias o tonalidades para dar cuenta pública de ciertos hechos que acontecen en esa República de lo que Fue, de la que todos hemos sido expulsados.
Lo primero que llama nuestra atención en Las Corrientes Luminosas es el objetivismo que presentan algunos textos. En un poema como “Efectos personales”, el hablante toma distancia de lo que es el hallazgo de ciertos archivos privados y, despojándolos de su carga emotiva, va desmenuzando los rastros de una biografía que se desprende de documentos y fotografías, fundamentalmente, encontrados en o “dignos –al parecer- / de ser guardados en un velador”. El punctum que hace tan personal estos hallazgos lo va descubriendo el lector por datos, señales o relaciones que el hablante establece entre lo hallado y los ecos que se activan en la caverna de la memoria. La relativización de estos “efectos” es el motivo central, más que la reconstrucción de una porción de tiempo: la certeza que todos esos documentos en sí no tienen importancia para nadie más que el hablante, que lo relevante es el encuentro con esos materiales y, al mismo tiempo, la materia de su carga, ese peso emocional del que al principio pretende tomar distancia. El procedimiento descriptivo elegido por Guerrero no es casual ni puede ser leído como una suma de episodios más o menos importantes. La estructura, como siempre sucede o debería suceder en un poema, es la consecuencia de una idea que sostiene ese, y no otro, procedimiento de escritura.
De la primera parte a la que pertenece este texto (“Las corrientes luminosas I”) son dos las ideas que recorren el conjunto: la desconfianza en la memoria (“ya casi no hay recuerdos” se nos dice en “Sinfonías”) y las palabras como un registro que oblitera la experiencia, como en “Caja de resonancia”. En este poema, por ejemplo, frente a la cita de Stein que William Carlos Williams usa en “La falsa acacia” (“una rosa es una rosa es una rosa”) y que se ha levantado como ícono de una poética que huye de la abstracción, el hablante de Guerrero responde irónicamente explicando que tratar de escribir la memoria es “una postal del reflejo / del reflejo del reflejo”, una caja de resonancia o el humo condensado de imágenes. Si en “Los maestros decían”, la educación es una estafa, lo íntimo es una respuesta a esta impostura (“Ante eso no queda más / que la falta de alardes de una impetuosa intimidad”): lo íntimo y el gesto de las cosas es superior al lenguaje (como en “Roce”), en secreta consonancia con ese poema de Strand donde la vida privada es la verdadera obra maestra que debemos realizar, frente a “los defensores del horror y de la tristeza”. Me quedo con esa intimidad que proponen algunos poemas de esta sección, allí pienso que el texto inicia un diálogo que se profundiza más tarde, una conversación donde el cansancio de lo cotidiano no lo es tanto por lo que allí transcurre, sino por la manera en que lo nombramos. En ese límite es donde la palabra poética realiza su trabajo de erosión de los discursos, de la palabrería y la monserga. Por eso la invitación a rechazar una voz uniformadora, al lenguaje como oropel, un “negarse a escuchar / la voz de la corriente principal” (“Glosa”), para ver el brillo de lo oculto cotidiano. Creo que estos primeros poemas de Claudio oscilan entre la confesión y el intento de objetivar la memoria, entre la oscuridad y la importancia de lo que permanece, entre la necesidad de ser capaces de distinguir la verdad oficial (y por lo tanto fosilizada y engañosa) y la mirada propia.
En contra de ese desierto que se instala entre el recuerdo y el presente, la segunda parte del libro, “Después del silencio (Tono menor)”, profundiza algunos temas: cuestionar al silencio como forma de educación, la infancia como rutina y autoritarismo, el testimonio como sino y signo. En las antípodas de cualquier idealización, la nostalgia se mira con recelo. En “Polvo”, existe una “casa vacía sin recuerdos”, en que la mirada radical y destemplada, la narración de un sujeto que se sabe intrascendente y prescindible, se hace lejana a cualquier aura de leyenda: “Nosotros / un pequeño grupo de gente oscura / que no dará demasiado que hacer / a los historiadores”, dirá en el inicio de “Testigo”. Este poema es clave dentro del libro, quizás su ars vitae que incorpora el deber ser del poeta y la vida propia en su responsabilidad histórica: la de dejar testimonio, tener juicios, escribir siempre, abrazar la certeza que toda palabra, toda escritura viene del vacío y dialoga con la muerte y los muertos o se transforma en palabra que trasciende. Los versos se sostienen sobre ese péndulo: por un lado, polvo y nada; por el otro, el “braceo de la semilla”. Se recuerda a la manera deformada de los rostros y las figuras de Bacon. La reiteración de palabras como ceniza, polvo, silencio confirma la negación de cierta nemotecnia: “No hay memoria. / No hay ciudad. / Ni padres ni hermanos ni amigos”, repite el escéptico en “Solo el silencio”, como si quisiera convencer a un auditorio que al mismo tiempo que escucha hace abandono de la sala. Quien habla se sabe un tartamudo que ensaya palabras intraducibles, pero que insiste en “encontrar la llave / que abre la puerta del silencio / de la casa del tiempo” (“Tartamudo”). Encontrar esa llave es la tarea que trabaja la tercera parte de este libro: “Las corrientes luminosas II”.
En esta sección final, la memoria deja de ser el objeto del poema y el poema es el ejercicio de la memoria. Los textos oscilan entre la reflexión histórica ligada a experiencias familiares (como en el poema “Interrogantes del padre y su hijo de 9 años en huelga general” o “Remodelación”) y aquellos centrados en las figuras de los poetas Federico García Lorca, Pablo Neruda y Rodrigo Lira. Los textos incorporan claves contextuales y aspectos biográficos de los autores con los cuales se dialoga, transformándose en conversaciones perdidas o archivos desclasificados. Así es como “Carta a Federico García Lorca en Nueva York”, tiene un leve perfume a Poeta en Nueva York, en la construcción de imágenes y ciertas asociaciones libres que permiten expandir el verso y las posibilidades expresivas. Guerrero escribe desde dentro de ese libro, parte de allí y asume el diálogo desde ese lugar estético y personal. No sucede lo mismo en “Clostridium botulinum” que reconstruye los últimos días de Neruda, las posibles causas de su muerte, la intervención de agentes de la dictadura en su deceso. No hay aires de Neruda ni diálogo estético con su escritura. Sí el testimonio de un tiempo en que se intentó borrarlo todo, comenzando por el cuerpo. Pero la poesía no, se señala al final, en un gesto de afirmación. En “Carta a Rodrigo Lira, en el día de su cumpleaños”, el hablante es un amigo que bien puede ser el propio Guerrero que a la distancia recuerda sus inicios en la literatura ligados a las andanzas con el poeta suicida. Los datos biográficos de un Guerrero virtual se suman a la reconstrucción del mito Lira, que ya no es el personaje ensangrentado sino un escritor que deambula a su lado, enfermo nada más que de poesía. El poema a Lira funciona como esas grabaciones caseras, esos VHS familiares, pero remasterizado. Es difícil escribir sobre Neruda sin que se convierta en el militante o el poeta comprometido; es difícil escribir sobre Lorca sin recordar a Neruda y la guerra civil española; es muy difícil hablar de Lira sin nombrar a Lihn o la esquizofrenia. Claudio Guerrero escapa de los lugares comunes o transforma esos lugares en sitios poblados por seres de carne y hueso que huyen de sus propios fantasmas. Todo este libro está lleno de esos fantasmas personales, y los fantasmas de un país entero, que abren y cierran ventanas.
Quiero volver a “Interrogantes del padre y su hijo de 9 años en huelga general”, porque toca un tema sensible de nuestra historia reciente, ligada a las movilizaciones contra el gobierno de derecha y el modelo neoliberal, pero también con las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que se produjeron desde ese 18 de octubre de 2019, con la tortura y la dramática situación de quienes perdieron sus ojos, en la alusión a Gustavo Gatica que se hace en el poema. En el texto un padre se dirige con su hijo de 9 años a un acto cultural en el marco de esas protestas. Es el padre quien reproduce el diálogo con su hijo, estableciendo un contraste entre las interrogantes propias del mundo de la niñez y la incertidumbre de unas respuestas que, aún condicionadas por la crisis social y la escasez de certezas, serán siempre “con la verdad, hijo, / siempre con la verdad”. Hacia el final del texto señala: “Cómo te explico / que hace un rato nada más / escuché en la radio / que el joven estudiante herido con balines / ha quedado definitivamente ciego / y que he llorado a ciegas / en silencio / sin que me veas derrumbado”. Que este libro se abra a la urgencia del testimonio, que incorpore esa urgencia por nombrar lo que pasa en la calle, es significativo. En “Pájaros en mi ventana”, la apacible contemplación y descripción del paisaje exterior, con sus cantos de gorriones, vaguada costera, zorzales, caracoles, colibríes, diversos colores del jardín, toda esa intimidad creada para guarecerse, para que nada queme, para que no entre en ese espacio el miedo, contrasta con la violencia expresada hacia el final: “Aquí los balines de metal no cavan ningún ojo. / En esta trinchera / trazamos un abecedario digno / que nunca nos dejará ciegos”. Es la antítesis que se expresa en la ironía de “En este día especial”, donde la maquinaria creada para hipotecar presente y futuro (banca, corredora de bolsa, AFP, caja de compensación, clínica o tarjeta de crédito) es la misma que te saluda el día de tu cumpleaños, con ese cinismo tan propio del que finge preocupación o condescendencia al mismo tiempo que te explota o aniquila de a poco. Esa farsa social de la camaradería frente al dolor ajeno, esa mendicidad encubierta de la que se nutre la alta burguesía con sus fundaciones y campañas solidarias. Creo que esa intensidad narrativa, esa capacidad de no perder la ternura en medio del desastre, de hilvanar un poema que se mueve entre lo biográfico y la contingencia política, entre lo literario y la intimidad familiar, es una de las grandes virtudes de “Las corrientes luminosas II”.
Si en las secciones anteriores el libro había trabajado sobre la obligación de usar materiales que se ponían en duda, llámense lenguaje o recuerdos (silencio o abecedario) y el deseo de iluminar zonas, acá esas zonas se iluminan. Diría que muchos de los presupuestos y dudas planteadas en páginas anteriores son una introducción para dejar discurrir libremente a la memoria. El poeta ha encontrado, definitivamente, la llave que abre la casa del tiempo.

Labranza, octubre de 2020

Ricardo Herrera Alarcón (Temuco, 1969). Es Editor de Ediciones Bogavantes, y del sitio de crítica y creación Elipsis. Ha publicado: Delirium Tremens (2001), Sendas perdidas y encontradas (2007), El cielo ideal (2013), Carahue es China (2015), Santa Victoria (2017) y Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar. Antología poética (2020).

Interrogantes del padre y su hijo de 9 años en huelga general

Caminábamos cerro abajo
rumbo a la actividad cultural
a la cual obligado asistías
por haber faltado al colegio
porque ese día había, otra vez, Paro Nacional.
Habías tomado la decisión de faltar a la escuela
porque te sumabas al paro.
Eso habías dicho ese día a las seis y media de la mañana.
Respetamos tu decisión.
Tienes 9 años y escucho de tu boca
palabras empalagosas pronunciadas con convicción:
huelga, capitalismo y patriarcado
entremezcladas con esas otras más frecuentes:
Lego, fútbol y cuánto es 3 x 6.
Ahora último
cuando te preguntan tu edad
no dices que tienes nueve
sino que ya tienes casi diez.
Hijo mío,
hace tan solo unos años
jugabas horas enteras
haciendo filas de autitos
y ahora me preguntas
casi a tus diez
si estuve alguna vez enamorado de alguien
antes de mamá.
¿De alguna compañera de clases?
quisieras precisar.
Te respondo con la verdad, hijo,
siempre con la verdad
y por ahí te digo
que no todos los amores duran para siempre
que no todos han tenido la suerte
de tener dos papás como los tuyos
cómplices todavía de algún secreto
mientras pienso cuál de todas tus compañeras
podría haber atraído tu atención.
Como si nada
cambias de tema
de lo más natural del mundo
que cuándo haremos en tren
el trayecto del Puerto a Limache
que ya te falta poco
para terminar el libro
que este mes te toca en el colegio
que si el barco que está a lo lejos
es petrolero o carguero.
Estás lleno de inquietudes, hijo
y son tan pocas las respuestas.
Es difícil explicarte que llevo varios días en casa
sin trabajar
y que no sabemos todavía
si mañana saldrás a la misma hora de siempre
o más temprano.
Cómo te explico
que hace un rato nada más
escuché en la radio
que el joven estudiante herido con balines
ha quedado definitivamente ciego
y que he llorado a ciegas
en silencio
sin que me veas derrumbado
mientras tú creces a pasos agigantados
y descubres mil cosas nuevas cada día
te diviertes jugando a la pelota
y sueñas con llegar a ser algún día profesional
como los ídolos de tus álbumes.
Qué futuro te depara, querido niño.
Camino contigo
cerro abajo
rumbo a una actividad cultural
de la cual poco o nada sabes
pero que escuchas respetuoso
y tan solo ansío que me hagas todas las preguntas del mundo
aunque sean escasas
las certezas que te pueda regalar.
Eres bello e irradias alegría
y eso pareciera ser suficiente
para sobrellevar estos días aciagos
en que de pronto nos volvimos a encontrar
cuerpos quebrados por la injusticia
y toda la violencia de quienes defienden sin asco
sus miserables privilegios.
Eres inteligente e inquieto
e interrogas cada cosa
con el mismo esmero
que cuando tenías meses de vida
y te divertías con la hoja de un árbol.
Qué futuro nos depara, querido hijo
tal vez no valga la pena ni pensarlo.
Me basta el abrazo que brindas cada noche
a la hora de los cuentos
como queriendo señalar que todo está bien, papá
que todo va a estar bien
que no te debes preocupar de más.

Claudio Guerrero Valenzuela
Noviembre de 2019


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