[La posibilidad impermanente: Consideraciones para reconstruir una playa de Martín López]. Por Carlos Leiton

Carlos Leiton nos ofrece una lectura de Consideraciones para reconstruir una playa del poeta Martín López (Santiago de Chile, 1997) en la que examina sus imágenes a partir de la idea de una memoria fugaz, propia y prestada, donde la playa, "el espacio abierto y libre, junto con la idea de la niñez, dan pie a la ensoñación y recolección de episodios secretos en su orilla como un primer asentamiento, piedra inicial para el reto de los posibles".

La posibilidad impermanente: Consideraciones para reconstruir una playa de Martín López

El primer poemario de Martin López, Consideraciones para reconstruir una playa (Jámster Libros, 2019), se presenta como una colección de textos que usa de soporte la memoria y sus tretas para transfigurar la imagen, que se fisga al voleo como hilván de sentido, en nueva experiencia.
Por intermedio de una costura sensorial que es consciente de la fragilidad de la memoria, esta nueva experiencia se busca en el poema en el juego de concatenaciones, espejeos y apariciones a través de la propia memoria y también, en la usurpación de la memoria de los otros:
No creo que mi buena madre
pudiera nunca restaurar una pagoda
Aunque tuviera todos los videos de antiguas vacaciones
grabados por personas que nunca conocí.
La imagen de la playa, del espacio abierto y libre, junto con la idea de la niñez, dan pie a la ensoñación y recolección de episodios secretos en su orilla como un primer asentamiento, piedra inicial para el reto de los posibles.
Es a través de esta imagen que el poemario busca un símil de movimiento transformatorio, es decir, el mar en su pliegue y despliegue, memoria y posibilidad se renuevan ante lo que ha sido, lo que se recrea, lo que se deforma, junto con posibles reconstrucciones/creaciones. Esta escritura es, ante todo, un ejercicio de hallazgos que se expresa en las formas en que objetos, escenas y movimientos encuentran nuevo cobijo en un espacio que posibilita distintas relaciones. Este juego por el que se desestabiliza la confianza puesta en la memoria despunta en un comienzo del texto, en busca de maneras inciertas de espejear los materiales del recuerdo, con las nuevas acciones del poema, o el trabajo del presente en la acción escrita, como otra forma de hábitat.
Hay una recurrencia en la factura de versos a partir de progresiones, troceando enunciados, jugando a la inversión, fragmentos que se dispersan en diversas combinatorias que ejecutan el hallazgo de nuevos sentidos en su propio lustre:
3
Se me arrugan los dedos en el agua
Sabes a sal me decías

15
Niños desnudos
se arrugan en el lugar
de las aguas mojadas
parecen cangrejos secos
en Atacama

17
Playas grandes
en los ojos de las garzas
Atacama se arruga
en los niños de arroz

18
Las playas de sal
parecen niños desnudos
en los restos
de mis
ojos

19
Se me arrugan los dedos
en el agua grande
Ahí pensaba en un lugar
y en el lugar pensaba en ti.
La idea de recolección en conformación de un cuerpo es un punto importante en el texto. Hay un ejercicio de bordear y aludir a partir de los movimientos que acompañaron a las historias, sus partes desechadas, sin ambición narrativa. Lo cual sugiere el peso potencial significativo en cuanto a sonidos, imágenes, texturas, como escenario para las escenas de encuentro y juegos secretos. Así, en las adyacencias, se componen situaciones y ámbitos mediante un ejercicio similar al de la magdalena proustiana, la que busca la recomposición de la experiencia mediante la materialidad que la acompañó en determinada ocasión:
Miro el durazno sobre la mesa
mientras tú haces caca en el baño
completamente desnuda

si decidiera comerme el durazno
su recuerdo no tendría sabor a durazno.
El texto cobra fuerza en el plano de la imagen por sobre el plano reflexivo. Este último busca descifrar las entrelíneas cuando ya el escenario está propuesto, los movimientos se suceden, y el azar dispuesto sobre los tiempos se bate sin requerir de las acciones un correlato explicativo. A ratos imagen y reflexión son planos en contienda. El tema de la nostalgia, por momentos aludido de manera directa, tiñe los textos de formas estilísticas ajenas a la propuesta inicial:
¿Llena de día
No es acaso esta
La misma luna que veíamos

oh amor

la pasada primavera?

adivino rostros
en las formas de las piedras

oigo el paso triste
de los camellos tristes.
Frente a esta decisión es de remarcar el orden de los contrastes. En ciertos planos se proponen escenas de evocación placentera, como son los cuerpos dorados por el verano, los ritos secretos e inventados que buscan dejar data de acontecimientos vitales, como también de objetos que logran un peso simbólico; en otros irrumpe la visión en primer plano de los recovecos íntimos del cuerpo, con un despojo que resalta frente al tono anterior, cuestionando así la necesidad de una escritura aséptica cuando se trata de las capas del propio cuerpo expuesto, las que sugieren las magnitudes del paisaje a capturar:
Tu estirándote al sol del día
y yo ahí mismo
también al sol del día te digo:

mira las nubes
están hermosas con esa forma como medio rara

esta playa expandiéndose dilatándose
como mi ano si me pongo en cuclillas

esta playa es como las nubes blancas
que se estiran hasta desaparecer.
El propio cuerpo, en el texto, es el faro de las convergencias. La desnudez ajena es la propia. Y por ende, el cuerpo es la playa, su memoria, su despliegue en nuevas posibilidades de ampliar el recuerdo en experiencia del constante presente.


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