[Me pasa, como si todo, un libro. 6 fragmentos]. Por Pedro Araya Riquelme
El siguiente texto fue leído en la presentación de Exterminio, libro de poesía de Juan Manuel Silva Barandica (1982) publicado por Komorebi Ediciones en 2019. A partir de su lectura, hecha desde los cruces de 6 fragmentos o 6 entradas al libro, Pedro Araya Riquelme (1969) reflexiona: “Escribe ‘libros’ [nunca uno solo, siempre de a varios, en plural] (…) Libros, como este, de múltiples ficciones y enunciaciones, inscripciones, y tipografías alteradas, incompletamente confusos, que te piden ser un activo (y no tan inocente) performador como lector”.
Me pasa no saber por dónde, ni cuándo. Me pasa pensar que la poesía no sirve de nada… nada más que para preguntarse por ella, si existe, si ella puede ser, quizás. De vez en cuando, atisbar lo erróneo de esa pregunta, y volverla contra ella misma, especulando, y atisbar los posibles de ella misma. En su espejo y su alzada, dejar de separarla de todo lo otro, dejar de estancarla. Para bajar de su sesgo y ver su escrita, su voz, aliento, para proponer que nos sigue, porque es una de nuestras maneras de participar de la contingencia del mundo, cargada de nosotros, a pesar de nosotros, con su sin embargo a cuestas, leve, como si nada, pernoctando bajo la garúa del mundo que somos. Y entonces volver a su forma de libro, darle vuelta, voltearla, hacerla propia, porque en eso se nos va algo, puede ser.
Comienzo, vengo comenzando en realidad, a leer este libro. Notas que tratan de darle forma/aliento a lo que pasó de otro modo.
1_La fotografía me es entrada
para este libro, envío, desde su portada que me pospone lo que será dado adentro
la fotografía es como evocación, es relente y acaso viento, y por qué, si va y recoge el antes de cada sombra, no queda lo que se hubiera dispersado hacia todo lugar o trecho, salvo ese que a tu lado gobierna lo que sucede
es vino de su propio hacer el silencio que cruje lo más, y alcanza las ramas de un árbol que no existe para atrapar lo ido a pesar de haber sido talado/quicio fue, sobrante, memoria
de vértebras que buscar bajo esa roca alzada por el ngen de estos pagos miserables, piedra llorosa, casa mutada en roca, del kalfu que ella vuelve a enunciar
ves la roca cincelada, cortada a agua, fango, vigas que sostienen muy poco: la evocación que es relente y viento, acaso. Unas flores crecen, un tallo se alza sobre los manchados cortes de una morada que está en el pasado y que no existe
entras por el quicio del apenas que crees se asoma en el codo inferior
diestro de la fotografía, por la luz que sopla al otro lado.
2_La palabra [exterminio] me es ingreso
a lo que remite a la ruina, en su étimo. Ruina o desolación. Exterminum. Y que en esta nuestra propia tierra desolada remite a un pasado que surge si lo desbrozamos. La garúa que no cesa. El desierto contra el oasis malamente invocado, el desierto del balazo por la espalda que viene ocurriendo hasta ahora mismo [se entiende?]
que remiten a lo que habríamos de seguir llamando un orden u ordenamiento concreto, de no ser por lo que evoca. Nada hay en orden en cuanto a tal orden, algo se ha vaciado
un camino se abre bajo el signo del desastre, de la derrota, el fracaso, que también es deriva, traducida en derrota, un no victorioso derrotero, un estallido en mil pedazos, un diseminante estallido que no es, con todo, pura diseminación
el derrotero está tal vez en el poema, hacia o en vistas al poema
derrota poemática del poema que a mis astillas fracasa,
se hace trizas, fragmento.
3_No por nada los epígrafes [los que restan, los que partieron]
que remiten a la casa, al desierto, a la creación
por un lado, el Sepher Yetzirah (El Libro de la Creación), cabalístico entuerto de luz: las veintidós letras que componen cada alma, los veintisiete sonidos o letras formados por la voz, impresa en el aire, atravesando garganta, boca, lengua, dientes, labios. Diré, aquí, aliento.
luego, Hayyim Nahmán Bialik, el poeta del pueblo judío, que levanta su voz y escribe después del pogromo de Kishinev (1903) en 1904, su poema “En la ciudad masacrada”/ “En la ciudad del exterminio”.
Pero antes de ese fragmento que es epígrafe, leo en el poema de Bialik lo que siento también vibrando por debajo:
la ciudad del exterminio son escenas, fragmentos de experiencia. Intuyo que son también la forma que adoptan estos 24 fragmentos del libro de J. M. Silva Barandica.
escribir hoy esa palabra es también evocar otros alientos.
recuerdo, por cercano, la voz que se repite en la Patagonia argentina, metáfora Mapuche identificada por el poeta Jorge Spíndola en algunos ülkantun [cantos poéticos mapuche], metáfora que sobrevive y evoca/ presenta una y otra vez el exterminio, allá, allende: ka kuram choike reke lüngarkülei ñi foro pu mongeyel, “y como huevos de choike están blanqueando los huesos de los parientes”. La metáfora [poética] como “cambio de aliento”, al decir de Celan, es también un retomo, una incisión cognitiva, que sobrevive. Palabras que, al margen del exterminio, nos son lanzadas, contemporáneas, ahora, de nosotros. Metáforas, restos que relumbran y sostienen la memoria de la conmoción y desolación de las víctimas del exterminio/genocidio.
4_Entrar por una de las fisuras
puede ser lo que en la contratapa se lee, entre otras cosas. Poemas que en su versión primera fueron escritos hace dieciséis años y que formaban parte de un libro que nunca vio la luz por decisión propia del autor. Voy por la zaga, hacia un escrito que acompaña los fragmentos poemas, unas Palabras al margen. “Aunque ya no recuerdo las causas”, el comienzo es una escena de escritura, un acto de escritura, “empecé a escribir estos poemas hace dieciséis años”. “Hoy, venturosamente me son tan ajenos”, la elipsis temporal nos trae al autor como lector actual que intenta dar cuenta de estos “fragmentos de una unidad inexistente” [restos] que lo llevó a cortar excesos: “Ese libro estaba lleno de citas, referencias falsas y juegos especulares entre las vanguardias y la religión”. Pero algo quedaba rondando, aparentemente. La insistencia de los temas, la variación de las formas, para luego entender que “la poesía recomienza, como un palimpsesto, así también la vida y la muerte: estamos en la orilla de una realidad tan rotunda como el océano, y tan insistente como él”.
These fragments I have shored against my ruins –sentí como eco–. Estos fragmentos he orillado contra mis ruinas. Es lo que escribe T.S. Eliot hacia el final de The Waste Land.
[Los agradecimientos del autor, en la página siguiente, resuenan con el último párrafo del margen. Nadie escribe solo. Nadie arma un libro solo. Todo lega ruina, resto, cúmulo, algo]
“La poesía es, por necesidad, un instante único de lenguaje”, escribe Paul Celan. Tan única es la poesía que un número de practicantes y comentadores concluyen que ella es intraducible. Pero cuestionar la posibilidad de la traducción significa cuestionar la posibilidad misma de la literatura, de la escritura, del lenguaje, que es siempre traducción, i.e. es tanto un acto de traducción como el resultado de tal acto.
Estos años de esta práctica de la poesía, la de escribirla y traducirla, me han llevado al sentido que sugiere que un poema no es solo la versión impresa en un libro o revista, sino que es también todas sus otras (posibles) versiones impresas, sumadas a todas las posibles performances orales y/o visuales, como también la totalidad de traducciones que esta permita. El poema impreso funciona entonces solo como una partitura para todas las lecturas (privadas o públicas) subsecuentes y las transformaciones performativas, sean ellas hechas a través de la música, la danza, la pintura o el traslape lingüístico.
Tal mirada está destinada a desestabilizar un concepto de poema como (cosa) fija, artefacto absoluto, leíble (comprensible, interpretable) de una vez por todas, para que sea “el maw’qif, la estación, el oasis, el lugar de descanso momentáneo”, escribe Pierre Joris, para que la poética sea nómade, el flujo material de la palabra/la lengua; puesto que escribimos entre guerras y exterminios varios, epistémicos y antrópicos.
Y estas posibles (sucesivas) traducciones, traslaciones y lecturas dan a ver esa necesidad [filogenética] que todo poema –grande o pequeño– tiene: la de ser re-trasladado, de tanto en tanto, para seguir permaneciendo. La acumulación de estas lecturas constituiría la (sobre)vida del poema. Allí yace su nomadismo poético. En la cual cada versión es eso: una versión, parada y configuración momentánea en un proceso de transmutación sin acabo.
Es lo que (pre)siento con este libro de J. M. Silva Barandica. Esa acumulación sobreviviente, hilos entrecruzados, ecos resurgentes, de no sé dónde, por dónde ni cuándo, cambio de aliento, alto momentáneo.
5_Entonces, con todo, entro a picar
con una lectura que no puede sino situarse, tomando por lado y lado, los restos que quedan, las vislumbres [en femenino, en plural] de una lectura desaforada, sin foro, contingente, sin evitar que se cuele el mundo en ese ojeo:
I /… el soplo traiciona al cuerpo […] [la escritura] no es el signo estafeta del aliento
II /… el cuerpo rememora lo que ha de ser […]. Solo resiste quien vela. Solo la muerte es ignífuga.
III /… Solo refleja quien la voz ha destruido.
IV /… El oráculo de los necios llama tormenta al rumor del rayo […] se perdió entre las lenguas […]. El cuerpo hecho canto pende […]. Quien desnuda el sonido de su cuerpo sostiene resonancias sin repetir […]. Hay un afuera abierto más allá de las cosas.
V /… Estoy calmo, hecho de sustancias que han comprendido lo ausente. El cuerpo no significa, ni puede decir, así como los signos.
VI /… Somos responsables de la muerte mas no de la vida […]. Solo aquello muerto puede significar […]. Y no es el decir, sino el exterminarse en cada letra como un farellón, para que la lágrima sea uno con el océano.
VII / Cierra el destino de la sal. Es fisura entre el mar y el desierto […]. Cierra el centro salino. Es el único ombligo […]. Cierra el círculo de la sal. La humedad atrae a demonios y moscas […]. Cierra el terreno de la sal […] el residuo maldito, la sal del precio […]. Cierra la esfera de sal y párate dentro de ella. No hay más que desaparición en el crecimiento […]. La sal es la memoria, un puente con el remoto confín.
VIII / Toda presencia en movimiento tiende a la caída […]. La poesía, cadena […]. Todo movimiento es ya caída. Todo lenguaje sin dirección es destierro. Exterminio.
IX /… Así la escritura, entonces poesía, es el exilio de lo armónico, el camino sobre los restos de una canción exterminada. La huella del alfarero yace en los fragmentos […]. La única rememoración es la del pueblo perdido.
X / León-bruma, Tigre-humo, Gato-brumo, Perro-lluvia, Polilla […]. Ahora la educación de la sal. / Ahora la educación del silencio. / Así los demonios se agolpan a la puerta. / Así, la lluvia.
XI / Hay otro rumor más allá de la caída…
XII / […] las heridas son otro lenguaje, otra pureza…
XIII / Y solo restan las voces en el oscuro lecho. / Y solo resta que los cuerpos observen lo perdido. / Los muertos no saben besar. / Tienen la boca vacía. / Carecen de lengua.
XIV / Ha venido sucediéndose el fin.
XV /… Cuerda que tañe quien el tiempo crea [la llave para entrar al libro, la morada]
XVI /… No hay piel.
XVII /… Las letras retroceden al silencio de las cosas.
XVIII /… Lo que finaliza no acaba ni en su decir fija […] seres que nacen por caída.
XIX /… Caída al lenguaje, eres el vestido.
XX / Qué de los tuyos ojos sin sombra, en las dimensiones de la luz, ser estancia […]. Llega el tiempo de alzar la voz […]. Ni el párpado, ni el sol acaso […]. Más allá de ojos y belleza, haya triunfo de la vista subterránea.
XXI /… Pues la lengua es otra forma del fracaso en que la pérdida se da…
XXII /… de lo alto, / de lo bajo, / de la luz.
XXIII /… el poema olvidado en la ribera […] No fue otro nombre, sino un apodo.
XXIV /… No habrá regreso: el exilio aún está sucediendo […] Dime, ¿por qué mi casa está sin puertas y ventanas? / Y, ¿por qué aún camino sobre ella?
6_Aber,
En una de sus últimas charlas, en Montevideo [unos diez días antes de morir], Fogwill recordó unos versos de Friedrich Hölderlin, los versos finales del poema "Andenken": Was bleibet aber, stiften die Dichter. Esto podría traducirse como "Pero lo que permanece lo fundan los poetas". Fogwill, en esa charla, con todo, traduce los versos como: "Cosas que duran pero, las fundan los poetas". En esa coma desubicada, después del "pero", hay todo un acto poético. Yo traslaparía: “Lo que queda pero, lo fundan los poetas”, y que nuestra época nos fuerza a leer: ‘los restos [lo que queda a pesar de], el arte los vuelve a poner en juego’”.
Escribe algo que sea irreconocible como poema, escribe “libros” [nunca uno solo, siempre de a varios, en plural]. Pasemos al otro lado, del quicio, del siglo, de las hojas establecidas. No todo está destinado a teminar en un libro. No. Los libros o la escritura aquí vislumbrada son libros abiertos que tienen sus prolongaciones, sus vínculos, dentro del cada vez más tenue mundo, no una escritura que refleja miméticamente el afuera, sino una que participa de la contingencia del mundo, de sus modos de existencia y de las formas de vida allí implícitas.
Por ponerlo de otro modo, la escritura que se escape y pierda fuera del libro, dentro del mundo, y desde el mundo hacia el libro. Como si lo que estuviera en juego fuera la circulación: de la lectura que se torna escritura y viceversa, pero también de personas, de palabras, de amor, de sangre. Libros, como este, de múltiples ficciones y enunciaciones, incripciones, y tipografías alteradas, incompletamente confusos, que te piden ser un activo (y no tan inocente) performador como lector. Corre el riesgo — te/me digo.
Pedro Araya Riquelme (Valdivia, 1969). Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado ArcoSanto (Barba de Palo, 1991), peR,noCto (Lom, 2002); y junto a Yanko González, La Muerte Se Está Fumando Mis Cigarros, traducción y notas de poemas de Charles Bukowski (Bajo el Volcán, 1996), Carne fresca. Última poesía chilena, una muestra (Desierto, México, 2002) y ZurDos. Última poesía latinoamericana (Paradiso, Argentina, 2004; Bartleby, Madrid, 2005). Como traductor ha publicado Vider les lieux/Mudanza de Alejandro Zambra (Zinnié, 2015), Les cités d'eaux/Las ciudades de agua de Raúl Zurita (Tácitas, 2015); y traducido, recientemente, Haute Volta/Alto Volta de Yanko González.
Me pasa, como si todo, un libro. 6 fragmentos
Me pasa no saber por dónde, ni cuándo. Me pasa pensar que la poesía no sirve de nada… nada más que para preguntarse por ella, si existe, si ella puede ser, quizás. De vez en cuando, atisbar lo erróneo de esa pregunta, y volverla contra ella misma, especulando, y atisbar los posibles de ella misma. En su espejo y su alzada, dejar de separarla de todo lo otro, dejar de estancarla. Para bajar de su sesgo y ver su escrita, su voz, aliento, para proponer que nos sigue, porque es una de nuestras maneras de participar de la contingencia del mundo, cargada de nosotros, a pesar de nosotros, con su sin embargo a cuestas, leve, como si nada, pernoctando bajo la garúa del mundo que somos. Y entonces volver a su forma de libro, darle vuelta, voltearla, hacerla propia, porque en eso se nos va algo, puede ser.
Comienzo, vengo comenzando en realidad, a leer este libro. Notas que tratan de darle forma/aliento a lo que pasó de otro modo.
1_La fotografía me es entrada
para este libro, envío, desde su portada que me pospone lo que será dado adentro
la fotografía es como evocación, es relente y acaso viento, y por qué, si va y recoge el antes de cada sombra, no queda lo que se hubiera dispersado hacia todo lugar o trecho, salvo ese que a tu lado gobierna lo que sucede
es vino de su propio hacer el silencio que cruje lo más, y alcanza las ramas de un árbol que no existe para atrapar lo ido a pesar de haber sido talado/quicio fue, sobrante, memoria
de vértebras que buscar bajo esa roca alzada por el ngen de estos pagos miserables, piedra llorosa, casa mutada en roca, del kalfu que ella vuelve a enunciar
ves la roca cincelada, cortada a agua, fango, vigas que sostienen muy poco: la evocación que es relente y viento, acaso. Unas flores crecen, un tallo se alza sobre los manchados cortes de una morada que está en el pasado y que no existe
entras por el quicio del apenas que crees se asoma en el codo inferior
diestro de la fotografía, por la luz que sopla al otro lado.
2_La palabra [exterminio] me es ingreso
a lo que remite a la ruina, en su étimo. Ruina o desolación. Exterminum. Y que en esta nuestra propia tierra desolada remite a un pasado que surge si lo desbrozamos. La garúa que no cesa. El desierto contra el oasis malamente invocado, el desierto del balazo por la espalda que viene ocurriendo hasta ahora mismo [se entiende?]
que remiten a lo que habríamos de seguir llamando un orden u ordenamiento concreto, de no ser por lo que evoca. Nada hay en orden en cuanto a tal orden, algo se ha vaciado
un camino se abre bajo el signo del desastre, de la derrota, el fracaso, que también es deriva, traducida en derrota, un no victorioso derrotero, un estallido en mil pedazos, un diseminante estallido que no es, con todo, pura diseminación
el derrotero está tal vez en el poema, hacia o en vistas al poema
derrota poemática del poema que a mis astillas fracasa,
se hace trizas, fragmento.
3_No por nada los epígrafes [los que restan, los que partieron]
que remiten a la casa, al desierto, a la creación
por un lado, el Sepher Yetzirah (El Libro de la Creación), cabalístico entuerto de luz: las veintidós letras que componen cada alma, los veintisiete sonidos o letras formados por la voz, impresa en el aire, atravesando garganta, boca, lengua, dientes, labios. Diré, aquí, aliento.
luego, Hayyim Nahmán Bialik, el poeta del pueblo judío, que levanta su voz y escribe después del pogromo de Kishinev (1903) en 1904, su poema “En la ciudad masacrada”/ “En la ciudad del exterminio”.
Y ahora, hijo del hombre, ¿qué haces aquí? Levántate, huye al desierto,
llévate allí la copa de las tribulaciones,
desgarra allí tu alma en muchos pedazos,
y entrega tu corazón como presa de una ira impotente;
vierte tus abundantes lágrimas sobre los rizos de las peñas,
y suelta tu amargo clamor para que se pierda entre la tempestad.
vierte tus abundantes lágrimas sobre los rizos de las peñas, es lo que veo en la fotografía de la portada, luego, el objeto que se abre a la lectura de todos llévate allí la copa de las tribulaciones,
desgarra allí tu alma en muchos pedazos,
y entrega tu corazón como presa de una ira impotente;
vierte tus abundantes lágrimas sobre los rizos de las peñas,
y suelta tu amargo clamor para que se pierda entre la tempestad.
Pero antes de ese fragmento que es epígrafe, leo en el poema de Bialik lo que siento también vibrando por debajo:
Levántate y ve a la ciudad del exterminio, a los patios / y verás con tus ojos y palparás en los cercos / y sobre los árboles y sobre las piedras y sobre los muros / la sangre coagulada y el seso endurecido de los muertos / Y huirás de allí, y vendrás a un patio, y verás un montículo: sobre este montículo dos fueron degollados: un judío y su perro / La misma hacha los despedazó y en una misma basura / fueron arrojados y en la mezcla de sus sangres / escarban y se revuelcan los cerdos / Mañana será la lluvia y arrastrará la sangre / a cualquier arroyuelo, y ya no gritará más / desde las cloacas y desde los desperdicios / Y se perderá en el gran precipicio / o alimentará algún pobre arbusto / y todo volverá a ser como fue / y todo será como si nada hubiera sido /
la ciudad del exterminio son escenas, fragmentos de experiencia. Intuyo que son también la forma que adoptan estos 24 fragmentos del libro de J. M. Silva Barandica.
escribir hoy esa palabra es también evocar otros alientos.
recuerdo, por cercano, la voz que se repite en la Patagonia argentina, metáfora Mapuche identificada por el poeta Jorge Spíndola en algunos ülkantun [cantos poéticos mapuche], metáfora que sobrevive y evoca/ presenta una y otra vez el exterminio, allá, allende: ka kuram choike reke lüngarkülei ñi foro pu mongeyel, “y como huevos de choike están blanqueando los huesos de los parientes”. La metáfora [poética] como “cambio de aliento”, al decir de Celan, es también un retomo, una incisión cognitiva, que sobrevive. Palabras que, al margen del exterminio, nos son lanzadas, contemporáneas, ahora, de nosotros. Metáforas, restos que relumbran y sostienen la memoria de la conmoción y desolación de las víctimas del exterminio/genocidio.
4_Entrar por una de las fisuras
puede ser lo que en la contratapa se lee, entre otras cosas. Poemas que en su versión primera fueron escritos hace dieciséis años y que formaban parte de un libro que nunca vio la luz por decisión propia del autor. Voy por la zaga, hacia un escrito que acompaña los fragmentos poemas, unas Palabras al margen. “Aunque ya no recuerdo las causas”, el comienzo es una escena de escritura, un acto de escritura, “empecé a escribir estos poemas hace dieciséis años”. “Hoy, venturosamente me son tan ajenos”, la elipsis temporal nos trae al autor como lector actual que intenta dar cuenta de estos “fragmentos de una unidad inexistente” [restos] que lo llevó a cortar excesos: “Ese libro estaba lleno de citas, referencias falsas y juegos especulares entre las vanguardias y la religión”. Pero algo quedaba rondando, aparentemente. La insistencia de los temas, la variación de las formas, para luego entender que “la poesía recomienza, como un palimpsesto, así también la vida y la muerte: estamos en la orilla de una realidad tan rotunda como el océano, y tan insistente como él”.
These fragments I have shored against my ruins –sentí como eco–. Estos fragmentos he orillado contra mis ruinas. Es lo que escribe T.S. Eliot hacia el final de The Waste Land.
[Los agradecimientos del autor, en la página siguiente, resuenan con el último párrafo del margen. Nadie escribe solo. Nadie arma un libro solo. Todo lega ruina, resto, cúmulo, algo]
“La poesía es, por necesidad, un instante único de lenguaje”, escribe Paul Celan. Tan única es la poesía que un número de practicantes y comentadores concluyen que ella es intraducible. Pero cuestionar la posibilidad de la traducción significa cuestionar la posibilidad misma de la literatura, de la escritura, del lenguaje, que es siempre traducción, i.e. es tanto un acto de traducción como el resultado de tal acto.
Estos años de esta práctica de la poesía, la de escribirla y traducirla, me han llevado al sentido que sugiere que un poema no es solo la versión impresa en un libro o revista, sino que es también todas sus otras (posibles) versiones impresas, sumadas a todas las posibles performances orales y/o visuales, como también la totalidad de traducciones que esta permita. El poema impreso funciona entonces solo como una partitura para todas las lecturas (privadas o públicas) subsecuentes y las transformaciones performativas, sean ellas hechas a través de la música, la danza, la pintura o el traslape lingüístico.
Tal mirada está destinada a desestabilizar un concepto de poema como (cosa) fija, artefacto absoluto, leíble (comprensible, interpretable) de una vez por todas, para que sea “el maw’qif, la estación, el oasis, el lugar de descanso momentáneo”, escribe Pierre Joris, para que la poética sea nómade, el flujo material de la palabra/la lengua; puesto que escribimos entre guerras y exterminios varios, epistémicos y antrópicos.
Y estas posibles (sucesivas) traducciones, traslaciones y lecturas dan a ver esa necesidad [filogenética] que todo poema –grande o pequeño– tiene: la de ser re-trasladado, de tanto en tanto, para seguir permaneciendo. La acumulación de estas lecturas constituiría la (sobre)vida del poema. Allí yace su nomadismo poético. En la cual cada versión es eso: una versión, parada y configuración momentánea en un proceso de transmutación sin acabo.
Es lo que (pre)siento con este libro de J. M. Silva Barandica. Esa acumulación sobreviviente, hilos entrecruzados, ecos resurgentes, de no sé dónde, por dónde ni cuándo, cambio de aliento, alto momentáneo.
5_Entonces, con todo, entro a picar
con una lectura que no puede sino situarse, tomando por lado y lado, los restos que quedan, las vislumbres [en femenino, en plural] de una lectura desaforada, sin foro, contingente, sin evitar que se cuele el mundo en ese ojeo:
I /… el soplo traiciona al cuerpo […] [la escritura] no es el signo estafeta del aliento
II /… el cuerpo rememora lo que ha de ser […]. Solo resiste quien vela. Solo la muerte es ignífuga.
III /… Solo refleja quien la voz ha destruido.
IV /… El oráculo de los necios llama tormenta al rumor del rayo […] se perdió entre las lenguas […]. El cuerpo hecho canto pende […]. Quien desnuda el sonido de su cuerpo sostiene resonancias sin repetir […]. Hay un afuera abierto más allá de las cosas.
V /… Estoy calmo, hecho de sustancias que han comprendido lo ausente. El cuerpo no significa, ni puede decir, así como los signos.
VI /… Somos responsables de la muerte mas no de la vida […]. Solo aquello muerto puede significar […]. Y no es el decir, sino el exterminarse en cada letra como un farellón, para que la lágrima sea uno con el océano.
VII / Cierra el destino de la sal. Es fisura entre el mar y el desierto […]. Cierra el centro salino. Es el único ombligo […]. Cierra el círculo de la sal. La humedad atrae a demonios y moscas […]. Cierra el terreno de la sal […] el residuo maldito, la sal del precio […]. Cierra la esfera de sal y párate dentro de ella. No hay más que desaparición en el crecimiento […]. La sal es la memoria, un puente con el remoto confín.
VIII / Toda presencia en movimiento tiende a la caída […]. La poesía, cadena […]. Todo movimiento es ya caída. Todo lenguaje sin dirección es destierro. Exterminio.
IX /… Así la escritura, entonces poesía, es el exilio de lo armónico, el camino sobre los restos de una canción exterminada. La huella del alfarero yace en los fragmentos […]. La única rememoración es la del pueblo perdido.
X / León-bruma, Tigre-humo, Gato-brumo, Perro-lluvia, Polilla […]. Ahora la educación de la sal. / Ahora la educación del silencio. / Así los demonios se agolpan a la puerta. / Así, la lluvia.
XI / Hay otro rumor más allá de la caída…
XII / […] las heridas son otro lenguaje, otra pureza…
XIII / Y solo restan las voces en el oscuro lecho. / Y solo resta que los cuerpos observen lo perdido. / Los muertos no saben besar. / Tienen la boca vacía. / Carecen de lengua.
XIV / Ha venido sucediéndose el fin.
XV /… Cuerda que tañe quien el tiempo crea [la llave para entrar al libro, la morada]
XVI /… No hay piel.
XVII /… Las letras retroceden al silencio de las cosas.
XVIII /… Lo que finaliza no acaba ni en su decir fija […] seres que nacen por caída.
XIX /… Caída al lenguaje, eres el vestido.
XX / Qué de los tuyos ojos sin sombra, en las dimensiones de la luz, ser estancia […]. Llega el tiempo de alzar la voz […]. Ni el párpado, ni el sol acaso […]. Más allá de ojos y belleza, haya triunfo de la vista subterránea.
XXI /… Pues la lengua es otra forma del fracaso en que la pérdida se da…
XXII /… de lo alto, / de lo bajo, / de la luz.
XXIII /… el poema olvidado en la ribera […] No fue otro nombre, sino un apodo.
XXIV /… No habrá regreso: el exilio aún está sucediendo […] Dime, ¿por qué mi casa está sin puertas y ventanas? / Y, ¿por qué aún camino sobre ella?
6_Aber,
En una de sus últimas charlas, en Montevideo [unos diez días antes de morir], Fogwill recordó unos versos de Friedrich Hölderlin, los versos finales del poema "Andenken": Was bleibet aber, stiften die Dichter. Esto podría traducirse como "Pero lo que permanece lo fundan los poetas". Fogwill, en esa charla, con todo, traduce los versos como: "Cosas que duran pero, las fundan los poetas". En esa coma desubicada, después del "pero", hay todo un acto poético. Yo traslaparía: “Lo que queda pero, lo fundan los poetas”, y que nuestra época nos fuerza a leer: ‘los restos [lo que queda a pesar de], el arte los vuelve a poner en juego’”.
Escribe algo que sea irreconocible como poema, escribe “libros” [nunca uno solo, siempre de a varios, en plural]. Pasemos al otro lado, del quicio, del siglo, de las hojas establecidas. No todo está destinado a teminar en un libro. No. Los libros o la escritura aquí vislumbrada son libros abiertos que tienen sus prolongaciones, sus vínculos, dentro del cada vez más tenue mundo, no una escritura que refleja miméticamente el afuera, sino una que participa de la contingencia del mundo, de sus modos de existencia y de las formas de vida allí implícitas.
Por ponerlo de otro modo, la escritura que se escape y pierda fuera del libro, dentro del mundo, y desde el mundo hacia el libro. Como si lo que estuviera en juego fuera la circulación: de la lectura que se torna escritura y viceversa, pero también de personas, de palabras, de amor, de sangre. Libros, como este, de múltiples ficciones y enunciaciones, incripciones, y tipografías alteradas, incompletamente confusos, que te piden ser un activo (y no tan inocente) performador como lector. Corre el riesgo — te/me digo.
Pedro Araya Riquelme (Valdivia, 1969). Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado ArcoSanto (Barba de Palo, 1991), peR,noCto (Lom, 2002); y junto a Yanko González, La Muerte Se Está Fumando Mis Cigarros, traducción y notas de poemas de Charles Bukowski (Bajo el Volcán, 1996), Carne fresca. Última poesía chilena, una muestra (Desierto, México, 2002) y ZurDos. Última poesía latinoamericana (Paradiso, Argentina, 2004; Bartleby, Madrid, 2005). Como traductor ha publicado Vider les lieux/Mudanza de Alejandro Zambra (Zinnié, 2015), Les cités d'eaux/Las ciudades de agua de Raúl Zurita (Tácitas, 2015); y traducido, recientemente, Haute Volta/Alto Volta de Yanko González.
Comentarios