[Penínsulas de Paula Ilabaca]. Por Romina Reyes

El pasado 30 de mayo se realizó el lanzamiento de Penínsulas (2019), el más reciente libro de poesía de Paula Ilabaca (Santiago de Chile, 1979). En la ocasión, la narradora Romina Reyes (1988) presentó este libro, en el que "lo único claro es el movimiento, un viaje que se emprende lejos del mundo construido por el padre, donde su imagen persiste como un tótem a quien narrar la conquista de la propia vida".
Revisa la presentación además de una selección de poemas.

Penínsulas de Paula Ilabaca

En primer lugar quiero agradecer a Paula Ilabaca por invitarme. Soy una gran fanática de su poesía y me alegra mucho que el 2019 sea el año en que esta voz sensual vuelve a las letras.

En el verano Paula me dijo que había leído mi libro Reinos, que sabía que era bueno, pero no sabía que era tan bello. Tendrían que ser yo para entender lo emocionante que fue esto, ya que aún no supero la sensación indescriptiblemente rara que me dio leer sus poemas. Algo así como cuando escuchas la canción de una diva pop y sientes que esa persona leyó todos tus diarios de vida y escribió un tema directamente para ti. El sexo y la ciudad, el cuerpo de la mujer amarrado a esos ángeles que caen del cielo para maldecirte. Un diálogo terrible con la madre. La ciudad lucía debe ser de mis libros favoritos, tan particularmente femenino. Tan arrojado a la calle, como ese video de PJ Harvey en el que habla de su buena fortuna.
Me enamoré tanto de su forma de escribir que una tarde intenté escribir como ella, algo que claramente no resultó.
En su obra reunida, Paula declara el ocaso de su propia poesía. También dice escribir desde la carne, es decir, desde el cuerpo. Un cuerpo femenino que en su obra anterior denuncia la norma patriarcal al autonombrarse, y ponerle ritmo a eso que el feminismo viene denunciando hace años: la inexistencia de un sujeto único, la artificialidad de una única norma, a partir de la diferencia que surge de un estilo que ella misma califica como de “Inconsistencia o imprecisión en el nombrar”.
En Penínsulas, su nuevo poemario, esta inconsistencia aparece como una fuga de la carne que se extiende en el paisaje. Un viaje que dispersa la identidad de hija y padre, un vagar por el encierro, la dependencia de otros cuerpos, y una autoridad que pesa incluso en su ausencia.
El padre esculpe el mundo que tensiona su materialidad de naturaleza y cemento y, ante los ojos de la hija, él es su amo y señor. Entonces, el único viaje posible en este mundo es el de su propia destrucción.
Nace entonces una voz que desestructura el lenguaje. Que va armando un campo semántico donde el cuerpo surge de su unión con lo natural: de nubes que esculpen un rostro, aullidos que suenan muy dentro, llanto de lagos marinos, salivas que son ríos, hasta decir “Estoy por encima de todas las cosas encima del aire encima del brote encima de cada una de todas las plantas” y, luego, volver para diluirse en hierro, en acero.
Ya se ha dicho que no hay nada fijo en la poesía de Paula Ilabaca, sin embargo, en Penínsulas persiste una imagen de líneas fluorescentes que dicen “vas a vivir”, donde lo único claro es el movimiento, un viaje que se emprende lejos del mundo construido por el padre, donde su imagen persiste como un tótem a quien narrar la conquista de la propia vida. La voz toma su rol de conquistadora, parada “en medio de todas las religiones”, para salir a buscar algo más allá de ella misma. Buscar quizá las grietas de ese mundo que parecía indestructible, ser algo más que el árbol plantado por el padre.
“las cartas que nos mandamos cuando estoy de viaje padre padre
un momento de pena un enojo de nuevo padre padre
Soy tu primogénita Padre
¿Y si yo hubiera sido un niñito?” (74).
Penínsulas excede el ser mujer sin abandonarlo. El trágico amor por el padre cuando se nace del lado de la diferencia, la necesidad de destruir ese mundo para poder vivir, y todo con una hermosura de niña buena, que dialoga con el miedo y con el peligro. Por eso, nada de decadencia. La poesía de Paula está viva como su propia carne. Celebro su regreso y, por favor, no nos vuelvas a abandonar. Amén.

Romina Reyes (1988). Periodista. Publicó Reinos (Montacerdos, 2014) y Ríos y Provincias (Montacerdos, 2019).


Estoy escribiendo, no puedes tenerlo todo.

Estoy escribiendo, no puedes tenerlo todo, pues se castiga a quien lo hace y vence.

Me voy encerrando en mí misma. Me voy encerrando en un eco, en un himno que aflora desenmascarado. Me voy encerrando hasta que encuentro ese ritmo, ese jadeo preciso que soy yo.



En el encierro pasa una misma violenta risotada que cubre la noche. En el encierro ha pasado pidiendo comida y le di. En el encierro ha dicho, hola, aquí estoy. En el encierro me sumo en la triste en la idiota crepitez de la niebla. En el encierro me sale el lenguaje como un rayo, como un llanto bendito y hermoso que me brilla en la vista, sí, que me oprime el latido, sí, que me hace que salten estas copiosas palabras mías que había perdido.



Estoy a punto de ir a tu casa salir de este encierro y decirte: escribí. Estoy a punto de que reviente el estómago en risas pataleos fogosos y tenues que consigo en este quehacer. Estoy a punto de que venga el nochero y encuentre salivas encuentre uniformes encuentre uniformes redondeces y a mi amada juventud.



Estoy por encima de todas las cosas encima del aire encima del brote encima de cada una de todas las plantas.



Tú parecías haberme hablado mucho, padre, así es que dijiste: toma el camino que va hacia el Este, que yo seguiré hacia el Oeste. Acá nuestros caminos se separan. Yo te decía que no, papá, sigamos juntos. Tú dijiste: acá nuestros caminos se separan. Tú tomabas el camino de la izquierda. Yo el de la derecha. Desperté llorando: pensaba que ibas a tu muerte. Desperté llorando. Tú fuiste a despedirte de mí tal como lo hacías todas las mañanas antes de ir al trabajo. Tomé tu corbata. Lloraba. Papá, tú me preguntaste, por qué lloras. El perro no dijo nada esa mañana.



Padre, hay algo que no te he contado. Tuve miedo una vez. Había mucha luz de sol y una voz escondida en mi pieza. Esto pasó el mismo día que el perro desapareció. Vamos al bosque, decía, lleva el par de hachas, decía. Lo dejó escrito en las tablas del piso. Vamos al bosque, decía, lleva el par de hachas decía que a esta bruta raíz del veneno, la sacaremos entre ambos. Yo terminé la frase, padre. Con tinta plateada dibujé un luche en la pared frente a mi cama.



Marcar el silencio trueno lluevo vientos torvos
el amor de su hombro domado demonio
Padre por qué no me lo dijiste era un puro silbido de alerta
Padre por qué te fuiste en silencio
Padre un rincón de piedras un paseíto en bote
cruzar los países padre padre un tirón de orejas como de niña
Padre un recuerdo de la mañana que murió la abuela
ese sol en la ventana un chaleco negro que busqué Padre no saber qué decirte padre padre
un rincón de lecturas un rincón de bichos
Padre cuando atrapaste un saltamontes
en un vaso padre padre
cuando dijiste así respiran así se mueven así miran
El patio de la casa de la calle Verdi
ese perro que entró por la pandereta padre padre
los gritos que nos dimos el llamado de la vida
el llamado del ancestro al reverso un poquito
yo te quiero Padre un poquito
yo te sigo un poquito a los ojos
un color de ojos pardos la cicatriz del tigre de África
un paseo por Singapur nacer en España
encontrarte en la Plaza del Sol padre padre
buscar un camino un tormento un monumento
padre padre
las cartas que nos mandamos cuando estoy de viaje padre padre
un momento de pena un enojo de nuevo padre padre
soy tu primogénita Padre
¿Y si yo hubiera sido un niñito?

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