[Filosofía Disney al desnudo]. Por Juan Ignacio Colil

“Yo creo que un libro de cuentos siempre es una buena compañía”, escribe Juan Ignacio Colil, “se pueden leer de a uno, saltándolos, mientras uno espera el turno para reclamar en la Isapre o en la AFP, y si uno domina las artes del contorsionismo también puede leer un cuento en el metro”.
A continuación lee su reseña sobre el libro de cuentos Filosofía Disney (Libros de Mentira, 2018) de Rodrigo Torres (Santiago, 1984), también autor de Antecesor (2014), El sello del pudú (2016) y Nueva narrativa nueva (2018).

Filosofía Disney al desnudo

He escuchado varias veces que las editoriales no se la juegan con los libros de cuentos porque el esquivo público lector prefiere las novelas. Supongo que esa afirmación se basa en los estados comerciales, pero yo creo que un libro de cuentos siempre es una buena compañía. Se pueden leer de a uno, saltándolos, mientras uno espera el turno para reclamar en la Isapre o en la AFP, y si uno domina las artes del contorsionismo también puede leer un cuento en el metro.
El libro Filosofía Disney de Rodrigo Torres (Libros de Mentira, 2018), es un libro que reúne siete cuentos: “Cadena de mando”, “Puyas”, “Seguidores del vacío”, “Testigos”, “Filosofía Disney”, “El imperio de las bestias” y “Nazipunk”. Creo que como nombre del volumen me hubiese gustado más “El imperio de las bestias”, pero al terminar de leer el libro, Filosofía Disney resume el tono de las historias.
Al leer los siete cuentos uno siente como si estuviera viendo fragmentos de vidas ajenas desde una ventana oculta a unos metros de distancia; pero lejos de ver escenas extrañas o morbosas uno asiste a escenas de la vida común. Algunas con mayor dramatismo, otras cargadas de ese vacío contemporáneo que llena nuestras existencias: la vida al interior de un mall de un joven que trabaja en el aseo, un viaje de un grupo variopinto de “naturalistas”, unos testigos de Jehová y su enfrentamiento con un hombre de ciencias, una funcionaria de un banco y su hijo, un joven profesor y su estudiante, un decadente nazi punk y su Patroclo.
Son historias que nos llevan por paisajes conocidos: un mall, un pueblo en el norte, las calles de Santiago. No existen finales sorprendentes ni personajes singulares, ni diálogos “llamativos”. Son cuentos desprovistos de efectismo ya sea en el mismo desarrollo de la historia, en la conformación de los personajes, en la estructura de los cuentos y en el lenguaje. Quizás el único cuento que escapa un poco de estas características es “Seguidores del vacío”, pero en los demás creo que prevalecen. Puede parecer una perogrullada, pero creo que en la literatura de la actualidad hay una discusión sobre este punto, ¿qué vale más cuándo narro un cuento?, ¿la historia?, ¿el lenguaje?, ¿el efectismo? No creo que haya una respuesta correcta, pero a mí me gusta esa mirada que se centra en la historia, en lo que se cuenta.
En Filosofía Disney me parece que el autor va por este carril. En general los cuentos funcionan con un protagonista y un personaje que lo acompaña o lo empuja a la acción o, simplemente, incita a la reflexión. No se trata del personaje central y su opuesto. Más que dos personajes sumidos en una acción o arrastrados por ella, en estos cuentos prima la relación entre ellos, a veces es una relación abierta, explícita y, otras veces, es una relación más subterránea, escondida o tortuosa, aunque no por eso menos fuerte.
Las historias transcurren en diferentes escenarios, donde la carga social o el ambiente cultural está siempre en primer plano. Es un país parecido al Chile de hoy, con su exitismo, sus soledades, sus miserias. Por ejemplo, en “Cadena de mando” se narra el diario vivir de un joven encargado del aseo en un centro comercial, miradas que se cruzan, el deber de cumplir en el trabajo, la jerarquía como una telaraña que a todos nos atrapa. Los cuentos sugieren, no se plantean como tratados sociológicos o verdades reveladas.
Al terminar de leer Filosofía Disney uno queda masticando la decepción, la falta de salida o, simplemente, el fracaso de las relaciones, la falta de expectativas y la solución del “éxito” social y económico como un volador de luces.

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