[Lista interminable de anotaciones en torno al ensayo y al silencio de Marcela Labraña]. Por Macarena García

El texto que sigue, escrito por Macarena García Moggia, fue leído en la presentación del libro Ensayos sobre el silencio. Gestos, mapas y colores (Siruela, 2017) de Marcela Labraña, el pasado 25 de noviembre de 2017 en Dinamarca 399, Valparaíso.

Lista interminable de anotaciones en torno al ensayo y al silencio de Marcela Labraña

1. Alguna vez leí una idea sobre el ensayo que decía así: “Escribe ensayísticamente el que compone experimentando, el que vuelve y revuelve, interroga, palpa, examina, atraviesa su objeto con la reflexión”. Era de Max Bense. La recordé insistentemente mientras leía este ensayo.

2. El libro rehúye toda idea general. ¿Puede haber una idea general sobre el silencio? ¿Puede concluirse algo al respecto?

3. El día que recogí este libro de la casa de Marcela, venía de mostrar en clases la película La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel. Una película que reflexiona también sobre el poder del silencio. Sobre esa dimensión subyugante que tiene el silencio.

4. Ese mismo día, me encontré con un amigo editor que me contó una anécdota a propósito de lo difícil que resulta, a veces, relacionarse con un autor. Me habló de un almuerzo que tenía programado con César Aira, famoso por ser callado. “Llevaba cuatro preguntas pensadas para hacerle”, me contó, pero se le agotaron camino al restaurante, faltando cuadras, todavía, siquiera para llegar. Las respuestas monosilábicas que recibió a cambio no ayudaron en nada. “Tomé entonces la decisión de callar”, me dijo. Callar y soportar un silencio quemante mientras caminaban, mientras incluso se sentaban a la mesa que los esperaba y recibían el menú a la espera de que les tomaran la orden. Hasta que César Aira sucumbió y, por fin, habló y le hizo a él un pregunta. Y entonces lo impensado, el diálogo se abrió. Y no se detuvo durante horas.
A propósito de eso, pensé que el silencio es una barrera que rara vez somos capaces de atravesar, porque no lo toleramos. Entonces nos quedamos en el ámbito de las preguntas y las respuestas –que es quizás el ámbito de las conclusiones– deseando que esa conversación que amenaza con el silencio se acabe de una buena vez.

5. Cuando días después abrí el libro de Marcela sentí, inmediatamente, que si hay algo que este libro hace es tolerarlo y, más aún, atravesarlo. Eso produce que al leerlo estemos lejos, pero muy lejos de esperar que el libro acabe de una buena vez. Más bien todo lo contrario. Los textos que lo componen no pueden dejar de conversar.

6. Mientras leo, se me agolpa en la cabeza una cantidad de reflexiones –si acaso cabe llamarlas así– que apenas logro traspasar a esta libreta. Comenzaron a producirse casi apenas abrí el libro. Leí el título –Ensayos sobre el silencio. Gestos, mapas y colores-. Leí la dedicatoria –a Santa Rita de Cascia, patrona de los imposibles, a quien se entrega este libro a la manera de un exvoto, como el de Ives Klein-. Leí el índice y su maravillosa falta de “Conclusiones”. Leí los agradecimientos –gracias, Marce, por agradecerme, aunque no sé bien qué-. Leí finalmente el grandioso epígrafe que encabeza el libro, tomado de la grandiosa Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernández, para quien el pensamiento, según decía Ricardo Piglia, era algo que se puede narrar como se narra un viaje o una historia de amor. Me apuro entonces y anoto al poco de abrir este libro: el silencio tiene que ver con lo abierto, con lo que no se cierra. En la página ciento doce el libro sugiere que el gesto harpocrático puede interpretarse como “un llamado a callar para dar paso a la apertura del misterio”. El concepto de imagen abierta, de Didi-Huberman, el de visión abierta, de Victoria Cirlot, y el de obra abierta, de Umberto Eco, son convocados por estas páginas de antemano.

7. Página dieciocho: relación del silencio con el tabú. Silenciar una palabra equivale a multiplicar las formas de nombrar aquello que su silencio nombra. En el centro de la operación metafórica, hay una sustracción, un silencio. El silencio puede pensarse como un disparador de imágenes.
¿Qué relación puede haber entre el ensayo, como forma, y el silencio? ¿Qué relación entre el silencio y la ironía inherente al género? ¿Qué relación entre el silencio y aquella forma ya dada a la que el ensayo acude, según Lukács, como punto de partida o excusa inicial?

8. Tanto como piensa, este libro, la encrucijada entre el ensayo, como género, y el silencio, piensa la encrucijada entre las palabras y las imágenes.
De repente, me parece extraño hablar del silencio en relación a las imágenes. Solemos vincular el silencio a un problema de sonido. Y las imágenes no suenan.
Sin embargo el silencio, más que una experiencia perceptual, es abordado aquí como una experiencia mental despertada por una experiencia sensorial o al revés. El silencio que prima en este libro es uno que da lugar a los sentidos, frena la elocuencia del lenguaje y del sentido. Del entendimiento.
Acá el sentido está diferido, me repito.

9. Mi ensayista favorita se llama Natalia Ginzburg y odia el silencio. Desprecia el modo como los personajes de las novelas ya no pueden hablar, porque el silencio se impuso, dice, y amenaza constantemente con arremeter. Sin embargo, me digo, el silencio del que habla Marcela es un silencio mucho más elocuente que las palabras. Como si únicamente en silencio pudiesen hablar las imágenes. Como si el silencio fuera, finalmente, el lenguaje de las cosas y las imágenes. Como si nunca viésemos tanto, en el fondo, como allí donde no se dice nada.

10. “Reconocimiento de la inefabilidad de los misterios divinos y amorosos, manifestación de sabiduría o estrategia política, signo de ironía o burla, expresión de la experiencia de lo absurdo o de ese extraño y efímero saber estar en el vacío que tan silenciosamente habita en estos versos de Roberto Juarroz: ‘En el centro de la fiesta está el vacío. / Pero en el centro del vacío hay otra fiesta’”. Así termina lo que el libro llama introducción. Me acordé de una vez que con Marcela nos juntamos a almorzar en el GAM, creo, para conversar sobre lo que entonces proyectaba como mi tesis doctoral –tesis que todavía no escribo y cuya escritura, a la luz de un libro como este, me veo en la necesidad de replantear–. Esa vez, recuerdo haberle hecho una pregunta que ahora que tengo el libro ante mis ojos me avergüenza. Le pregunté, posiblemente confundida con las presiones académicas que, reales o imaginarias, veía recaer sobre mi investigación, sobre algo así como el marco filosófico a partir del cual ella estaba abordando “el problema del silencio”. No recuerdo lo que Marcela me contestó. Creo más bien que se calló.
Ahora, mientras avanzo en el libro, entiendo que no se trata de enmarcar un problema para inscribirlo en algún lugar, sino más bien de desmarcarlo, con miras a habilitar, para él, una suerte de espacio. Un espacio ilimitado en el que habitar.

11. Si tuviera que definir un hilo conductor para estas páginas, creo que escogería, precisamente, la palabra espacio. El texto Especies de espacios, de George Perec, está citado profusamente. Así como también la bella Poética del espacio, de Bachelard: “Todos los espacios de nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos sufrido de la soledad o gozamos de ella, donde la hemos deseado o la hemos comprometido, son en nosotros imborrables. Y además, el ser no quiere borrarlos. Sabe por instinto que esos espacios de su soledad son constitutivos”.
Casi lloro con esa cita.
Pienso que este libro nos habla también de esos “espacios de soledad constitutivos”.

12. La lista de “especies de espacios” de Marcela Labraña se compondría de:
a) la página;
b) el libro;
c) el mapa;
d) el studiolo;
e) el taller del artista;
f) el sótano;
g) etcétera;
h) Valparaíso.
En la primera pagina del libro Marcela escribe: “Gran parte de los días que dediqué a la escritura de estas páginas transcurrieron en una casa de Cerro Alegre de Valparaíso”. El libro escribe también acerca de aquello a lo cual se debe: un espacio de soledad constitutivo, ubicado precisamente acá.

13. Dimensión performática del libro: en varios sentidos, este libro hace aquello que o de lo que escribe. Nos habla acerca de la sabiduría de la deriva propia del arte de callar y, a la vez, deriva, él mismo, por textos, imágenes, ideas, incluso cosas con total libertad. Página ciento dieciocho, nuevamente Perec en boca de Marcela, o Marcela en boca de Perec: “Como todo el mundo, supongo, tengo a veces un frenesí de ordenamiento; la abundancia de cosas para ordenar, la casi imposibilidad de distribuirlas según criterios verdaderamente satisfactorios, hacen que a veces no termine nunca, que me conforme con ordenamientos provisorios y precarios, apenas más eficaces que la anarquía inicial”.
No dejo de imaginármela, a Marcela, perdiendo la cabeza frente a esta abundancia de cosas por ordenar. Frente al mapa desbordado, exhaustivo, que es también este libro. Admiro, ¡cómo admiro!, su manera de mantenerse fiel a esa anarquía inicial.

14. Esta lista podría ser interminable. Mejor me callo.

Macarena García Moggia. Autora de Maratón (Cuneta, 2017), Aldabas (Edicola, 2016) y, junto con Catalina Porzio, editó La tercera mano. Extractos de entrevistas a Adolfo Couve (Alquimia, 2015). Co-dirige el sello Mundana y enseña en el Instituto de Arte de la PUCV.

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