[Arder es propio de la carne. Catábasis de Verónica Jiménez]. Por Nicolás Letelier
El siguiente texto de Nicolás Letelier fue leído en la presentación del poemario Catábasis de la poeta Verónica Jiménez (Santiago, 1964), publicado por ediciones Cuadro de Tiza en 2017. A continuación publicamos también una breve selección del libro.
Un texto poético nos interpela, exige una atención especial. Pienso que la poesía busca artificios para decir algo parecido a alguna forma de verdad o mostrar la ilusión de una experiencia que se nos aparece como real.
En este sentido, Catábasis de la poeta Verónica Jiménez nos golpea de entrada. Solo con leer el título sabemos que estamos entrando en una dimensión compleja. "Catábasis" es una palabra griega que según el diccionario Vox griego-español significa descenso, el acto de descender, pero no el descenso que uno hace por una escalera, es un descenso espiritual, un viaje hacia el Hades, el infierno, el inframundo, una transición a un lugar sagrado. Esto es importante para comprender la complejidad del poema.
Según mi modo de ver, Catábasis transita entre dos mundos que se desdibujan constantemente, como las sombras que proyecta un fuego. Un movimiento entre el cuerpo y la imagen, la vida y la muerte, lo crudo y lo cocido.
En este poema largo dividido en secciones podemos encontrar preguntas y respuestas o respuestas que luego se transforman en preguntas. Quizás, siguiendo esta idea de la dualidad, uno puede inferir que uno de los temas centrales que Verónica Jiménez nos quiere hacer patente es la relación entre lo femenino y lo masculino. Para eso se vale de elementos tan comunes como los alimentos y de un lugar tan concreto como una cocina. Aquí es donde el poema se proyecta, se transforma entre los cortes de la carne y la visión del macho como un ser abstraído y despreocupado. Un niño o una bestia.
Los artefactos aparecen aquí como un retorno a lo cotidiano, pero un cotidiano transfigurado, los cuchillos, bandejas, hogueras parecen adoptar la forma de utensilios sagrados listos para el sacrificio y así descender a la técnica apropiada para poder rasgar la carne y hacer el corte preciso para la comida que se quiere preparar.
El hombre aquí es solo un espectador, incluso un simple objeto de deseo. Es la mujer la que reúne, religa los elementos, la que da sentido a la ceremonia y a la ofrenda. La mujer, en un acto maternal o matriarcal, es la llamada a mantener la vida y hacer frente a la muerte. Es la depositaria de un conocimiento que le viene heredado de una forma que no es pura conciencia. De alguna manera es ella la que se ofrenda para que sigamos existiendo. La mujer es la depositaria de la tradición, pero esta mujer a la vez quiere ascender, hacer su propia anábasis, realizarse, tener su propia vida interior, pero eso está reservado para los superfluos. En el poema la mujer es la cocina, la casa y la civilización. Sin ella nada es posible, ahí radica su tragedia.
Nicolas Ismael Letelier Saelzer (Santiago, 1980). Autor de Violencia barroca (2010) y Al sol invicto (2014). Ha sido parte de las bandas Puta Marlon, Ya se fueron y Encontraron su cabeza, entre otros proyectos musicales. Se desempeña como librero en Santiago de Chile.
¿Cómo debería ser una persona
que vigila un horno?
Enciendo un cigarrillo
miro el tiempo convertirse en ceniza.
Soy la vieja cocinera de La strada
aprieto la mandíbula al aspirar
…………..nadie ve
…………..cómo se vuelve piedra
el corazón cercado por el humo.
Ella alimentaba muchedumbres
siempre había demasiada hambre.
El vacío tras capas de piel y de sudor
se disgregaba y se reunía una y otra vez.
Buscaba palabras: demasiado, innumerable.
Los superlativos
eran las formas abstractas de su herida.
*
Debemos ascender, dice él,
y extiende
la etimología de la palabra exceso.
Me quito el vestido
quiero que vea mi piel
y a través de ella
el rastro de las venas
la luz opaca de los huesos.
La saliva se agolpa en su boca
y le impide oír o mirar.
El hombre desmadeja
la elocuencia de su cuerpo
se tiende como un pez
libre de sus escamas
desnudo y extraño.
*
Dije ascender pero caí en el deseo
la herida no se basta a sí misma
siempre busca su instrumento.
Dije con un poco de yodo se aplaca la sangre
yo estaba en la cocina
y entendí que la intención del hambre es dilatar.
El hambre seduce al conocimiento
lo tumba encima de la tabla de cortar
le susurra palabras, como espera o ven.
*
Digo anábasis
y todo lo que no puede ser dicho cuaja.
Así se enseña lo fácil que es
curar una herida en la cocina:
un poco de sal, un acto de contrición
entre los cuchillos.
La sangre
se estanca y recircula.
Apenas un corte
nada más una fisura en la piel.
La vida interior es también
una promesa de cicatriz.
Arder es propio de la carne: Catábasis de Verónica Jiménez
Un texto poético nos interpela, exige una atención especial. Pienso que la poesía busca artificios para decir algo parecido a alguna forma de verdad o mostrar la ilusión de una experiencia que se nos aparece como real.
En este sentido, Catábasis de la poeta Verónica Jiménez nos golpea de entrada. Solo con leer el título sabemos que estamos entrando en una dimensión compleja. "Catábasis" es una palabra griega que según el diccionario Vox griego-español significa descenso, el acto de descender, pero no el descenso que uno hace por una escalera, es un descenso espiritual, un viaje hacia el Hades, el infierno, el inframundo, una transición a un lugar sagrado. Esto es importante para comprender la complejidad del poema.
Según mi modo de ver, Catábasis transita entre dos mundos que se desdibujan constantemente, como las sombras que proyecta un fuego. Un movimiento entre el cuerpo y la imagen, la vida y la muerte, lo crudo y lo cocido.
En este poema largo dividido en secciones podemos encontrar preguntas y respuestas o respuestas que luego se transforman en preguntas. Quizás, siguiendo esta idea de la dualidad, uno puede inferir que uno de los temas centrales que Verónica Jiménez nos quiere hacer patente es la relación entre lo femenino y lo masculino. Para eso se vale de elementos tan comunes como los alimentos y de un lugar tan concreto como una cocina. Aquí es donde el poema se proyecta, se transforma entre los cortes de la carne y la visión del macho como un ser abstraído y despreocupado. Un niño o una bestia.
Los artefactos aparecen aquí como un retorno a lo cotidiano, pero un cotidiano transfigurado, los cuchillos, bandejas, hogueras parecen adoptar la forma de utensilios sagrados listos para el sacrificio y así descender a la técnica apropiada para poder rasgar la carne y hacer el corte preciso para la comida que se quiere preparar.
El hombre aquí es solo un espectador, incluso un simple objeto de deseo. Es la mujer la que reúne, religa los elementos, la que da sentido a la ceremonia y a la ofrenda. La mujer, en un acto maternal o matriarcal, es la llamada a mantener la vida y hacer frente a la muerte. Es la depositaria de un conocimiento que le viene heredado de una forma que no es pura conciencia. De alguna manera es ella la que se ofrenda para que sigamos existiendo. La mujer es la depositaria de la tradición, pero esta mujer a la vez quiere ascender, hacer su propia anábasis, realizarse, tener su propia vida interior, pero eso está reservado para los superfluos. En el poema la mujer es la cocina, la casa y la civilización. Sin ella nada es posible, ahí radica su tragedia.
Nicolas Ismael Letelier Saelzer (Santiago, 1980). Autor de Violencia barroca (2010) y Al sol invicto (2014). Ha sido parte de las bandas Puta Marlon, Ya se fueron y Encontraron su cabeza, entre otros proyectos musicales. Se desempeña como librero en Santiago de Chile.
¿Cómo debería ser una persona
que vigila un horno?
Enciendo un cigarrillo
miro el tiempo convertirse en ceniza.
Soy la vieja cocinera de La strada
aprieto la mandíbula al aspirar
…………..nadie ve
…………..cómo se vuelve piedra
el corazón cercado por el humo.
Ella alimentaba muchedumbres
siempre había demasiada hambre.
El vacío tras capas de piel y de sudor
se disgregaba y se reunía una y otra vez.
Buscaba palabras: demasiado, innumerable.
Los superlativos
eran las formas abstractas de su herida.
*
Debemos ascender, dice él,
y extiende
la etimología de la palabra exceso.
Me quito el vestido
quiero que vea mi piel
y a través de ella
el rastro de las venas
la luz opaca de los huesos.
La saliva se agolpa en su boca
y le impide oír o mirar.
El hombre desmadeja
la elocuencia de su cuerpo
se tiende como un pez
libre de sus escamas
desnudo y extraño.
*
Dije ascender pero caí en el deseo
la herida no se basta a sí misma
siempre busca su instrumento.
Dije con un poco de yodo se aplaca la sangre
yo estaba en la cocina
y entendí que la intención del hambre es dilatar.
El hambre seduce al conocimiento
lo tumba encima de la tabla de cortar
le susurra palabras, como espera o ven.
*
Digo anábasis
y todo lo que no puede ser dicho cuaja.
Así se enseña lo fácil que es
curar una herida en la cocina:
un poco de sal, un acto de contrición
entre los cuchillos.
La sangre
se estanca y recircula.
Apenas un corte
nada más una fisura en la piel.
La vida interior es también
una promesa de cicatriz.
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