[“toma tu cruz y sígueme”: Ayer, de Ignacio Pizarro]. Por Eduardo Farías A.

Eduardo Farías Ascencio presenta la siguiente reseña del libro Ayer del poeta Ignacio Pizarro (1988), publicado por Cerrojo ediciones el año 2016.

“toma tu cruz y sígueme”: Ayer, de Ignacio Pizarro

En la poesía chilena, no son muchos los poetas que reflejan su religión en la escritura, quizá sea este un signo de la decadencia de las instituciones religiosas o que tal temática, simplemente, no es una preocupación preponderante del poeta. Sin embargo, podemos encontrar casos interesantes en los que cierta religiosidad se actualiza, como secciones de Los Gemidos de Pablo de Rokha, hasta Mala siembra y sobre todo Luz rabiosa, de Rafael Rubio. Pues bien, en ese panorama irrumpe Ignacio Pizarro con su poemario Ayer, publicado por Cerrojo Ediciones el año 2016.
Temáticamente, Ayer oscila entre el amor y la figura de Dios, dos conceptos claves de la religión católica y que cohabitan en los poemas de Ignacio Pizarro. Por supuesto, el concepto de amor presente en el poemario excede lo amoroso, lo sexual, quizá está más cercano de la ética católica. El amor se conceptualiza como aquel sentimiento de bondad del “Hombre” hacia el “Hombre”, como ese imperativo ético al que estamos acostumbrados a oír, pero no a experimentar. El amor se concentra en el poema viii:
veo tu cara destrozada
sigue adelante escucha mi voz
te amo te digo te amo
te amo más que a nada en el mundo (33)
Donde se aprecia el puente que se establece entre el sujeto que sufre con quien procura el bienestar del otro.
Por su parte, a partir del uso de la minúscula en su nombre, la figura de Dios aparece como un oyente disminuido: “dios era transparente” (19). Pareciera ser una mera figura de escenario, sin embargo, no solo es transformado en un interlocutor válido para el hablante lírico, sino que también es la pieza clave de la historia de Cristo, momentos claves que aparecen implícitamente, pero que guían el curso del poemario y que, en parte, refrescan esta historia archiconocida.
De la escritura de Ignacio Pizarro podemos decir que está configurada como la representación de la voz en una conversación. No solo es la falta de puntuación lo que explica su procedimiento, sino que también, en algún lugar del texto poético, se aprecia la interpelación a la presencia del otro, por ejemplo, en el poema i: “hasta cuándo vas a tenernos en vilo / si tú eres el cristo dínoslo abiertamente” (19). Entonces, los poemas son una voz poética que está dialogando o que quiere dialogar.
¿Sólo una voz poética?, ¿podrían ser varias? Estas preguntas son necesarias pues se vuelve interesante la dificultad de establecer la identidad del hablante lírico en cada poema. Interesante en un principio, luego se va transformando en un problema en la construcción del poemario. La construcción del poema como si fuese una conversación implica no solo dar cuenta de una intencionalidad comunicativa y de un discurso marcado por la respuesta, por el diálogo, sino que también por la referencialidad a los sujetos dialogantes.
La conversación en la cotidianidad está circunscrita, en términos esquemáticos, a un mensaje que va y viene de un interlocutor a otro, con al menos dos sujetos que, con su propia proxemia, sus gestos y silencios, son tan importantes como lo dicho. Estos tres factores, quizás, no se deberían obviar a la hora de representar la conversación en la escritura; si un poema quiere construirse como tal, no solo debe tener el discurso, tienen que aparecer los sujetos en cuestión, los sujetos del diálogo. Es obvio que no es necesario especificar quién habla en el poema, es prescindible escribir un nombre, una identidad que puede resultar igual de vacía, y creo que ese juego obvio no es para este poemario ni para ningún otro.
Ayer, en algunos poemas, nos permite saber quién habla y quien escucha, y el mecanismo tiene que ver con la interpretación, con esa pequeña huella que puede ser aún más sutil, específicamente como en el poema v, en el que el hablante es Judas: “y para que veas cuánto te quiero / déjame entregarte con un beso” (27). En otros poemas, la pregunta por el hablante plantea más dudas que certezas, ¿quién conversa? Un muerto: “aún no amanece / y dentro del sepulcro / hace frío” (17), quien lentamente se transforma en la figura de Cristo-Yahvé: “yo soy el rey de los judíos” (39). ¿O siempre son hablantes diferentes? Ignacio Pizarro demuestra que puede dar cuenta de la identidad del hablante lírico sin recurrir a lo evidente, el problema es que no siempre lo hace.
Lo mismo sucede con la figura del receptor. La pregunta de a quién le habla el hablante en varios poemas sigue siendo una incógnita. No así en otros, por ejemplo en el poema ii: “te doy gracias padre” (21). ¿En algunos poemas nos habla directamente a nosotros, los lectores? Todas estas incógnitas acerca de los sujetos que intervienen en la conversación representada poéticamente hacen que el poemario no funcione como pudiese haberlo hecho.
Para terminar, Ayer no trastabilla completamente en su proyecto de escritura. Si bien, la fuerza de sus poemas se diluye por la falta de información acerca de los sujetos que intervienen conversando poéticamente, el poemario alcanza a dar cuenta de la complejidad religiosa.

Comentarios