[“entre los jaramagos de la lápida”: Jaramagos de Nadia Prado]. Por Eduardo Farías Ascencio

Eduardo Farías Ascencio escribe sobre Jaramagos (Lom Ediciones, 2016), libro de la poeta chilena Nadia Prado.

“entre los jaramagos de la lápida”: Jaramagos de Nadia Prado

No son muchos los poetas que actualmente desarrollan una preocupación poética, por llamarla de alguna forma, a lo largo de una serie de obras, es decir, una idea que se extiende por la escritura. A propósito, pienso en Víctor López y en la continuidad que hay entre Guía para perderse en la ciudad y Erosión, por ejemplo. Me parece que ya desde Copyright, Nadia Prado muestra una preocupación poética que configura un panorama escritural complejo, en el que el cuerpo, la identidad, la familia y su historia y el lenguaje son elementos temáticos fundamentales. Jaramagos confirma el lugar destacadísimo que la editorial Lom le ha dado a la obra de Prado, una autora de la casa, y permite que esta poeta siga escribiendo sobre su mundo poético.
El título, Jaramagos, pareciera ser fruto de una asociación libre, sin embargo, al desentrañar el mundo semántico de esta palabra, el sentido de la elección y su profundidad intelectual y poética se nos hace visible. Jaramago corresponde a una flor, bastante hermosa, la que aparece en los intersticios de las tumbas (según Elvira Hernández), de escombros, es decir, asoma rebelde como la expresión de la belleza en los lugares en que se quiere negar. Nadia Prado usa la imagen de esta flor para realizar una analogía, veamos entonces la belleza que surge de las grietas del silencio y de la violencia de la palabra.
Indudablemente, la temática de este poemario se aprecia desde el primer poema, se expone en dos versos: “la soga no es la cuerda en el cuello / es la madre que rechaza” (9). La crudeza se expresa de manera sencilla, en apariencia; sin embargo, la sencillez del verbo no opaca la profundidad de la idea. El conflicto poético está marcado tanto por la muerte como por la presencia de la madre, es ella quien asfixia, quien provoca daño, y su rechazo nos inserta en una historia familiar, vinculada con la ascendencia: “sostener una aldea cuyo nombre no conservo” (12). La historia familiar es, sin duda, un pilar en el funcionamiento de la escritura de Nadia Prado, un jaramago que aparece y que la poeta no oculta, sino que indaga.
Esta aldea no solo se materializa en el apellido, en el nombre, también se fundamenta en la casa, más aún cuando reducimos esta aldea a una familia. El sentirse parte de una comunidad se materializa en lo que llamaríamos hogar. En Jaramagos el hogar también está cargado negativamente:
el hogar siempre es la imagen del fuego
lo que persiste tras el fuego
es empujado sin dejar rastro (15).
Como lectores, somos parte de una intimidad terrible a ratos, extraña, lúcida.
Otro jaramago que me parece pertinente es la identidad genérica del hablante pues Nadia Prado devela las grietas discursivas en la constitución hombre-mujer de un yo, grietas que no pensamos posibles en la vida de una persona:
traigo al niño que era
tráeme al niño que soy

desde el origen sostenido en el agua fui una intrusa (27).
Sin embargo, sobre este jaramago Prado no ahonda más allá, no ahonda en el discurso autorrepresentativo. Este jaramago proviene de la zona silenciada y vuelve a ella, inevitablemente.
El devenir del uso del verso en Nadia Prado ha sido solo cosmético –desde los poemas largos con versos extensos hasta los poemas breves con versos que nunca superan el ancho de la página– ya que la extensión del poema siempre ha estado al servicio de dar cuenta de una voz bastante clara. Lo interesante de la escritura de Nadia Prado radica en las zonas oscuras, en la indeterminación lingüística que se produce al entrar en los poemas de Jaramagos. La escritura de este poemario sitúa al lector en la incomodidad de entender poco a poco algo del mundo interior del libro. Difícil debatir que un lector califique los poemas como una escritura extraña, lúcida, que se mueve en esos términos.
Jaramagos es un libro que, quizás, no será del gusto de muchos, no porque sea un libro difícil de leer, sino porque como lectores debemos aceptar que muchos mensajes serán difíciles de desentrañar, quizás imposibles; ese lugar de lectura incomoda y, justamente, Jaramagos nos lleva a tal límite, junto con ver una intimidad que no está marcada por la familia feliz de comercial de televisión, la historia y su dolor como el silencio que aparece en la escritura, en esa pared, tal como lo hace un jaramago.


Fuente de la imagen: “Leer y velar” de Nadia Prado (Cuadro de Tiza Ediciones, 2017). El Desconcierto.

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