[La prosa en la poesía chilena contemporánea: Anteayer de Juan Cristóbal Romero]. Por Eduardo Farías A.

Eduardo Farías Ascencio nos escribe sobre Anteayer (La calabaza del diablo, 2015), el libro más reciente del poeta Juan Cristóbal Romero, pero promete el análisis de otros dos libros: Breaking Glass (2013), de Carlos Almonte y Juan Carlos Villavicencio, y Camarote (2015), de Nicolás Meneses; con el propósito de detenerse, en un contexto que obliga a atender a la novedad "última", para mirar una recurrencia, un problema, el de "la prosa concebida como un poema en la poesía chilena contemporánea".

La prosa en la poesía chilena contemporánea o tres críticas con un hilo conductor

En la búsqueda del escritor por diversificar la idea de lo poético en la poesía, muchos han incursionado en procedimientos de la prosa para dar forma a sus poemas. Desde mi perspectiva, no creo que sea productivo en el análisis literario reducir la presencia de la prosa a esos “tipos” de textos que se conocen como “poema en prosa” y “prosa poética”. Sin embargo, la prosa en el poema surge cada cierto tiempo en nuestro panorama editorial. Por ejemplo, uno de los grandes cultores de estos procedimientos en la poesía chilena fue Ennio Moltedo (Viña del Mar, 1931-2012), quien a lo largo de su carrera literaria desarrolló una poética en la que esas formas que entendemos como tradicionalmente contradictorias -poesía y prosa- se funden de manera relevante.
Este texto que comienza no tiene la ambición de convertirse en un artículo o ensayo que analice la situación del poema en prosa, ni de la prosa poética, en la poesía chilena contemporánea. Me interesa más el fenómeno de la prosa en la construcción del poema, cómo se está dando en nuestra poesía chilena contemporánea; sin embargo, tal propósito no se llevará a cabo en un texto unitario, único, continuo o autónomo, la idea consiste en escribir tres críticas sobre tres poemarios surgidos en los últimos tres años con el objeto de dar cuenta de las maneras en que nuestros poetas están usando hoy los procedimientos de la prosa en la construcción de sus poemas.
Además, desde un punto de vista personal, con estas tres críticas trato de experimentar otra forma de hacer crítica literaria, a la que el crítico habitualmente no está acostumbrado por la condición misma de su ejercicio en el espacio simbólico del neoliberalismo. El ejercicio crítico en este espacio trabaja con “libros-novedad”, es decir, con las publicaciones más recientes de diferentes editoriales y desde ellas construye miradas panorámicas. El crítico literario se encuentra inmerso en la espesura de la “actualidad” literaria, en la constante producción editorial que parece ser la fuente que nutre tanto la existencia de los libros como el propio negocio de la industria; en otras palabras, el crítico tiene que estar analizando, escribiendo sobre las novedades del día, la semana o el mes.
En este contexto, se hace difícil, al situarnos en el rol del crítico, vincular el ejercicio mismo de la crítica o la lectura, en términos amplios, con la búsqueda de continuidades literarias, sean temáticas, genéricas, generacionales, etc. Analizar el corpus literario entregado por las editoriales de esta manera, desde la búsqueda en libros publicados en distintos años (desde 2013 a comienzos de 2016), implica salir de la rapidez en la que nos envuelve la creación de nuevos “productos”, quitar la mirada sobre el presente inmediato y buscar en un rango temporal un poco más amplio aquello que es posible observar, al menos en un área específica, más allá de la actualidad.
En este ejercicio crítico, me interesa analizar parcial y fragmentariamente cómo se ha desarrollado el uso de la prosa en la construcción del poema en cuatro poetas o, si se quiere, en tres poemarios. Los libros que he elegido fueron publicados por editoriales independientes contemporáneas: Anteayer, de Juan Cristóbal Romero, el más reciente; Breaking Glass, de Carlos Almonte y Juan Carlos Villavicencio, publicado en 2013, y Camarote (2015), de Nicolás Meneses.
Hasta el momento no he querido sostener una tesis, justamente porque no quiero transformar este texto en un ensayo o en un artículo. Quiero partir “desprejuiciadamente”, para que el análisis muestre las particularidades de estos libros.
Sin embargo, tengo un objetivo, quiero demostrar algo que me ha llamado la atención mientras analizaba y leía los libros, ciertos aspectos que se relacionan con el trabajo del editor y no necesariamente con el del escritor. En estos casos, el editor le da pistas al lector para que entienda que debe leer la prosa como si fuera un poema. Pienso que es el trabajo de edición el que establece el vínculo entre prosa y poesía. Difícilmente, como lectores, descubriremos cuándo o por qué lo escrito en prosa no pertenece de manera más simple a algo así como un género narrativo. El libro, de alguna manera, nos tiene que hacer el puente, darnos las pistas que nos permitan darnos cuenta de que seguimos leyendo poesía. Por lo tanto, el análisis de la prosa concebida como un poema en la poesía chilena contemporánea necesita un nivel extratextual, específicamente, el editorial. El mensaje literario, como pareciera ser obvio, no nace solo del escritor pues el editor indirectamente lo encauza, lo dirige. Creo que tal es el caso.

“Todas las angustias son idénticas”: Anteayer de Juan Cristóbal Romero

Anteayer es la última publicación del poeta Juan Cristóbal Romero, publicada por La Calabaza del Diablo a fines del año pasado. Antes de hablar de este libro, quisiera mencionar una obviedad: la obra poética de este poeta ha estado esencialmente vinculada a la métrica, la rima y los versos, convirtiéndose en uno de los autores que cultivan con mayor eficacia los distintos formatos métricos, desde el soneto hasta el verso libre, usándolos tanto para la propia escritura como para la traducción. Esa es la trayectoria reconocible de Juan Cristóbal Romero y ahora nos sorprende con un poemario construido en prosa, una modalidad de Juan Cristóbal escondida y que por primera vez aparece publicada, demostrando esa versatilidad poética que ha cultivado a lo largo de su trayectoria.
Anteayer es un libro excelente en muchos niveles. Por una parte, la edición del objeto por parte de La Calabaza del Diablo escapa de los materiales que usualmente se utilizan en las ediciones que la editorial viene mostrando en el último tiempo, en este libro la cubierta no destaca por sus colores contrastados, sí la diagramación, que expone la prosa con una tipografía de tamaño más grande de lo habitual, entre márgenes anchos que forman un sólido bloque de texto. El diseño editorial de Anteayer contiene un discurso literario atractivo, profundo en su devenir lógico, creativo en las imágenes utilizadas para las analogías; Juan Cristóbal Romero escribe un discurso íntimo con ensoñaciones, divagaciones y meditaciones.
El uso de la prosa que realiza este autor encuentra cercanía con lo que la teoría literaria define como “escritura íntima”; la que Santiago Mateos, en su tesis doctoral, define como:
Aquella en la que el yo que escribe se convierte en el centro mismo de la escritura, un yo que se realiza a través del acto de escribir, de tal manera que se establece una coincidencia total entre el espacio de la existencia y el de la propia escritura. En este género literario lo realmente importante no es la vida del autor ni los hechos externos que acontecen en torno al yo, sino su devenir íntimo (26).
Me parece que esta cita es una apropiada caracterización de Anteayer porque el hablante es el centro de la prosa, su pensamiento se despliega como la sábana en una cama. No hay un relato, una historia en cuanto tal. El hablante no tiene ninguna historia que contarnos, pero hay momentos que funcionan como motor de escritura y que son reconocibles como relámpagos de una historia, que es la propia del hablante.
En clave narrativa, diría que este libro comienza con una ruptura amorosa, hecho que permite el surgimiento de toda esta reflexión en Anteayer:
¿A quién se le ocurre practicar un juego cuyas reglas desconoce? […] Este es el primer ocaso de mi vida y esos ojos, la última cosa que veo. Que una mujer sea inmortal no es razón para adornarla. Por nada del mundo debo encontrar en mi corazón un hueco para pensar en ella otro minuto. En cualquier momento un golpe de realidad hará que regrese a casa como un derrotado que se bate en retirada despojándome de esa carga del libre albedrío. Lo que es ahora retumba en las cuencas vacías la mirada postrera y el interminable adiós; el gesto enterrado que reaparece como un fantasma; de nuevo esa mirada y, retumbando, el eco del interminable adiós. Este molusco se cerró sobre su perla (7-8).
Así, la mujer y sus consecuencias en la vida del hablante se constituyen como el primer motor de escritura, desde este hecho comienza a divagar sobre el devenir de su existencia. Por ejemplo, cito lo que declara sobre cómo era a los 9 años:
Ese soy yo a los nueve años. Un niño en el jardín de sus abuelos. En frente mío un cernícalo herido atado a una estaca. Le lanzo unos trozos de carne y se adelanta rengueando con el ala vendada. Incapaz de saber qué camino seguir le hablo, no tanto en la esperanza de comunicarme como en la creencia inocente de que las palabras sanan. Allí estoy varias semanas después. El pájaro se ha recuperado (14).
Así, el recordarse y reconocerse permite el recuerdo significativo, sustento de la reflexión del hablante sobre sí mismo. De aquellos mínimos recuerdos podemos ir reconfigurando en la lectura la historia del hablante. 
Su vida avanza como circula la prosa:
Cumplo entonces veinticinco. Mira lo que he conseguido. Un título, una mujer, una hija. Cualquiera de mis zapatos estaría gozando de esos frutos fuera de estación, exponiendo logro a logro su tercio de vida con la jactancia de un sol que amaneció temprano. Y es en mi inmadurez, en esa inconsciencia apenas adulta –que no es otra cosa que un exceso de imaginación como respuesta a las presiones de la realidad–, es en mi destiempo que todo lo alcanzado me parece uno de tantos regalos arbitrarios que dispensa el destino. Nada para ufanarse (17).
El recorrido que realiza por su vida le permite comprender la magnitud de cómo cambiamos, de cómo nuestros otros se vuelven perfectos desconocidos, rastros de lo que ya no existe y, en ese proceso, podemos apreciar cómo la vida se resignifica:
Uno convive con las personas que alguna vez fue. Con ese niño en el jardín de sus abuelos, con el amante de quince, con el esposo primerizo de veinticinco. El pasado es una herida infectada; el presente, el emplasto que se aplica inútilmente y que tanto duele arrancarlo. ¿Qué hace que no tome conciencia de que mi futuro es mi propio presente, ni siquiera cuando ese propio presente, que fue mi futuro, es ya mi pasado? (25-26).
Esta pregunta final es una muestra de la intensidad meditativa sobre la existencia. La reflexión en la que nos envuelve el hablante no es apresurada, no tiene vacíos argumentativos, se nutre de analogías literarias que enriquecen racional y poéticamente este libro.
El hablante en el mismo acto de escritura establece que es un sujeto no determinado, en el que cabe el cambio:
Una cosa al menos resulta evidente: estoy asistiendo a la gestación de una conciencia propia cuyo parto tomará décadas. Algo se retuerce en el líquido amniótico del instinto y presiona las entrañas. Siento su palpitación. Tengo náuseas. Me asusta saber dónde estaré en un año o dos, pero más me asusta darme cuenta de que apenas sé dónde estoy ahora. ¿De qué me pierdo cuando estoy perdido? (17-18).
Y este mismo cambio pareciera ser tratado como una consecuencia en sí del ejercicio de la escritura, del que el hablante sabe que es un proceso lento, en el que la sinceridad de reconocer lo que a veces es mejor callar llega a exponer preguntas legítimas, las que no son utilizadas solo retóricamente.
En resumidas cuentas, el discurso literario de Anteayer está marcado por la prosa íntima que despliega el hablante y su vida. Pues bien, si todo apunta que este libro puede perfectamente estar adscrito al género narrativo, ¿por qué debemos asumir que Anteayer es un poemario? ¿En la lectura, qué elemento de su estructura narrativa crea esta posibilidad de considerarlo parte de la poesía? ¿O se debe solo a nuestra visión del autor como poeta? Desde mi punto de vista, este libro de Juan Cristóbal Romero puede ser filiado, de manera contrastiva, con el género poético porque el discurso del hablante no es el discurso de un narrador, el hablante no cuenta una historia externa, ni verdadera ni ficcionalizada, más bien medita sobre sí mismo, pausadamente. El desarrollo de la figura del yo, que es preponderante en la poesía lírica, es un elemento esencial de la escritura íntima que realiza, característica que vincularía Anteayer a eso que tradicionalmente entendemos como poesía y, en segundo lugar, porque La Calabaza del Diablo, mediante una decisión editorial, determina la conexión de este libro con la poesía cuando, específicamente, aparece etiquetado genéricamente en una lista que anuncia la poesía publicada por la editorial. Esta filiación que aparece en la solapa de la contracubierta y ese uso “especial” de la prosa nos conducen a pensar este texto desde la lógica del poemario, como uno tal.
La Calabaza del Diablo incorpora a su catálogo de poesía un libro excelente, un libro pequeño en páginas -48-, pero intenso, profundamente sincero, un poemario pausado, por secciones y capítulos, cuyos títulos, que solo aparecen en el índice, van dando cuenta de su íntimo desarrollo meditativo. Finalmente, quien no se quisiera para su catálogo de poesía, un libro tan bien escrito como este.


Bibliografía
  • Romero, J. C. Anteayer. Libros La Calabaza del Diablo: Santiago, 2015.
  • Mateos, Santiago. Estudio de los niveles textuales en Gaspar de la Nuit de Aloysius Bertrand. Tesis: Universidad Complutense, Facultad de Filología, Departamento de Francés, 1994.
Fuente de las imágenes
Enjaque.cl - blog de Víctor Jaque, diseñador de La Calabaza del Diablo.

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