[Me leyeron un poema al oído]. Por Christian Kent

En las calles de Asunción, el poeta paraguayo Edu Barreto lleva a cabo un proyecto de recuperación del espacio público. Contra la desconfianza que se desperdiga en nuestras ciudades frente a los desconocidos, Barreto se acerca a los transeúntes y les lee un poema al oído. Revisa a continuación esta crónica escrita por el también poeta asunceno y colaborador de La Calle Passy 061, Christian Kent.

Me leyeron un poema al oído

Extraño, si al pasar me encuentras y deseas hablarme,
por qué no habrías de hablarme?
Y por qué no podría hablarte yo a vos?
Aunque mucha razón tienen estos versos del poema “To you”, de Whitman, quienes vivimos en ciudades “grandes” sabemos que este ideal de cercanía, de intimidad con el extraño, puede presentar más de una dificultad. Los universos personales están separados por límites psicológicos, por prejuicios, por miedos, por temor a exponer nuestras vulnerabilidades, porque la mayoría de las veces nos hemos hecho una imagen del otro antes de descubrirlo y esa imagen nos intimida o nos parece peligrosa.
Asunción, aunque como capital de un país es una ciudad bastante pequeña, es lo suficientemente grande y neurótica como para conocer este tipo de ansiedades. Y todavía más pequeño y más neurótico es el ambiente de la literatura; tan modesto de hecho, que si uno ha ido a una tertulia literaria, siente que ya ha ido a todas: a las que pasaron y a las que están por venir.

En este terreno reducido, casi claustrofóbico, me crucé en varias oportunidades con la figura de Edu Barreto. Y digo “la figura” con cierta intención retórica, porque si bien nos reconocíamos -sabíamos que nuestras imágenes correspondían a nuestros nombres- no habíamos intercambiado palabra, ni nos habíamos presentado formalmente.
Confieso además que no me habían interesado especialmente sus poemas, no al menos hasta la noche en que se lanzó la edición número 7 de la revista de literatura El Guajhu, durante la cual leyó un poema que atrajo mi curiosidad.
En el texto en cuestión, un poema todavía en desarrollo, se propone una analogía entre la geografía de Asunción -sus barrios, sus plazas, sus márgenes- y la geografía del amado. Una ingeniosa transgresión de la metáfora “madre de ciudades”, que reaparece travestida, erotizada y resignificada en la imagen de este “tipo con el que me acosté”.
No es, por cierto, algo que no haya leído antes. Recuerdo especialmente, y se lo comenté a Edu, haber leído bastante tiempo atrás el poemario Matria de Antonio Silva, donde, salvando las distancias, el hablante va inaugurando también el territorio de la nacionalidad en la medida en que va trazando un camino erótico, múltiple, inverso, andrógino.
Transcribo esta estrofa notable, casi whitmaniana, en que se da cuenta de esa fundación de la “matria” del poeta Silva.
De la mano van los invertidos
Al encuentro de los matarifes,
lumpenaje y soldados
Al encuentro de mi canto
Al encuentro de un plumaje abanical
Locos y tristes los maricas
Condenadamente alegres
Indeciblemente bellos, bellos.
Me quedé pues con las ganas de conocer más íntimamente a Edu Barreto luego de haber escuchado aquel poema. Sabía por boca de otros poetas que estaba con un proyecto de (algo así como) reuniones poéticas en espacios públicos. Me propuse ir, sin saber exactamente de qué se trataba, y el domingo siguiente lo hice, me monté en la bici y fui.
Hace no mucho vi una entrevista que le hicieron a Roa Bastos en la que el escritor daba cuenta de esa tierra magnética, esas fuerzas telúricas especialmente poderosas que tenemos aquí en Paraguay. Decía algo así como “una naturaleza arcaica, poderosa, paradisiaca”, con mejores palabras por supuesto. Esa naturaleza, y sus enigmáticos mensajes, fue la que el guaraní quiso contener en su lengua, representando con la palabra sus sonidos, sus texturas, sus augurios.
Mientras iba al encuentro de Edu, y atravesaba en la bicicleta la Plaza Uruguaya (donde un ballet folclórico de niñas interpretaba una polca moviendo sus pollerones de ñandutí) cayó un misterioso aguacero, sin preámbulos, como si el cielo se hubiese agrietado y hubiera caído toda el agua de un solo baldazo. Las bailarinas gritaron y los árboles se agitaron conmovidos como fantasmas. Por supuesto, uno, tan dado a las supersticiones, interpreta estas cuestiones como señales que atraviesan los umbrales de lo invisible y se manifiestan así, en las lluvias, en los vientos, en los fenómenos telúricos que Roa Bastos había ponderado en aquella entrevista.
Ni bien encontré un techo donde refugiarme el aguacero se detuvo, de la misma forma en que comenzó, súbitamente, para dar lugar a un par de brillantes estrellas.
Llegué a la plaza O'Leary y desde lejos pude notar que estaban solamente Edu y dos personas más. “Esto es un verdadero fracaso”, pensé, “no vino nadie”. En seguida, cuando me bajé de la bicicleta, la pareja se levantó del banco y fueron a sentarse en el monumento que marca el centro de la plaza, bajo el busto de O'Leary. Un poco desconcertado, tomé asiento junto a Edu y este me dijo: “vamos a comenzar”.
Lo que pasó después no me lo esperaba y, en verdad, fue muy emocionante. Edu acercó su boca a mi oído y, con una voz sumamente dulce y masculina, me susurró el poema que transcribo abajo.
Casi obsceno

Si quisieras oír lo que me dijo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo

Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día? Me digo:
Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja
Y en tu sexo el milagro de una mano que baja
en el momento más inesperado y como por azar
lo toca con ese fervor que inspira lo sagrado

No soy malvado. Trato de enamorarte
Intento ser sincero con lo enfermo que estoy
y entrar en el maleficio de tu cuerpo
como un río que teme al mar pero siempre muere en él
El poema es de Raúl Gómez Jattin, poeta colombiano, a quien, debo decirlo, ignoraba hasta entonces.
Edu me contó luego sobre lo que estaba haciendo en esa plaza desde hace unos meses, el proyecto “BienCerca: poesía íntima en lugares públicos”. “La idea es poder vencer ese miedo que tiene la gente, de que otros se acercan siempre para sacarles algo. Yo en cambio me acerco para leerles poesía, al oído”. Me habló también de las reacciones; de mujeres que lloraron, de hombres que se quedaron tiesos, de otros que quisieron pagarle algunas monedas, de quienes se animaron a devolver el gesto leyendo al oído de Edu sus propios poemas, de una mujer cuya urgencia no eran las letras sino el pan.
Mientras me contaba esto, pensaba yo en lo paradójico de todo el asunto; había acudido a la plaza con la intención de derribar los prejuicios que hasta entonces habían impedido que me acercara a Edu Barreto y allí, en la plaza, de pronto pasaba esto. La voz del poeta atravesó el umbral del oído como se atraviesa la puerta de una habitación íntima y se descubren todos los misterios interiores; las ropas, las fotos, los libros, los olores.
“Bien cerca te leo poesía, para reconstruir puentes”, me dijo y después nos separamos para seguir con nuestras cosas. Yo subí por Nuestra Señora en la bici, él se quedó bajando los carteles que ofrecían lecturas íntimas de poesía a ese extraño de Whitman, que pasa y desea, en secreto, hablar con nosotros.


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Fotografías de Juanjo Ivaldi Zaldívar

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