[La memoria, la mano, los artefactos. Notas sobre Zonas de excavación de Guido Arroyo]. Por Víctor Quezada

Guido Arroyo nació en Valdivia el año 1986 y es editor de Alquimia Ediciones, ha publicado los libros Postales Bs. As. (2006), Cerrado por derrumbe (Fuga, 2008) y Naturaleza muerta (Ediciones del Temple, 2011). Zonas de excavación -que revisaremos más abajo- es un pequeño poemario publicado en formato plaquette junto a otros cinco poemarios de poetas nacidos o vinculados a la ciudad de Valdivia (Región de Los Ríos, sur de Chile). Bajo el sello Pillaje Ediciones, las seis plaquettes vienen reunidas en una caja que lleva el título general de Llueve o la música está muy fuerte (2010).

La memoria, la mano, los artefactos. Notas sobre Zonas de excavación de Guido Arroyo

La memoria es indiscernible de sus artefactos. Incluso aunque tal relación –entre memoria y técnica- produzca un malestar amargo respecto de quienes hemos llegado a ser en comparación con quienes fuimos en el mundo imposible de los primeros años. Volver a la ciudad natal, como en Zonas de excavación, es reconocer que el camino de regreso está cruzado de mediaciones y medios, o quizás no es más que mediación y medios:
“tras la vigésimo segunda imagen digital
recién encuentras algo parecido al muelle
donde rozaste por vez primera la nariz del deseo” (21)
Y así, también, en la medida en que el regreso implica un ejercicio de auto-revisión, regresar requiere volver a pensar la memoria, sus técnicas y superficies de inscripción. La memoria, rufianizada, susceptible de instrumentalizaciones, aparece involuntaria como restos del pasado que se identifican principalmente con el discurso publicitario y su materialidad:
“por ahora los recuerdos son algo así como la baliza de una ambulancia a medianoche
el canto electrónico de una trompeta
una alegoría del triunfo de la voluntad
por ahora los recuerdos son restos de avisos publicitarios
danzando
en una plaza de provincia” (12).

“…en estas zonas, la memoria
es una botella de Free que se transa en bajos fondos
pero adornada sirve aquí, para enmarcarla
en los cajones de una página, como aquellos
donde apiñados con tus primos hacías cubos de jugo mientras el abuelo
vendía frutas o follaba putas” (17)
Pareciera, así, que en este horizonte donde memoria y técnica son indiscernibles, la identidad del sujeto no es pensable sino como un resto publicitario, o en otra de sus modalidades: como política identitaria:
“es la idea de la luna lo que hay que incendiar
para que nadie gaste su vista en la plaza armada
y se ocupe del reflejo de las velas que aún
brillan implorando el significado la respuesta
a la pregunta: cuánto tarda el primer viaje
para tornarse memoria plastificada
como documento de identidad nacional…” (21)
Identidad legal, del rufián, pero, como ya dijimos, identidad del regreso que es también la posibilidad de indagar en nuestros propios modos de ser, por lo que la memoria del medio y la mediación puede devenir en reflexión sobre nosotros mismos, en virtud quizás, de expandir nuestro entorno existencial.
Mirar el pasado –como sabemos- es mirar hacia atrás y hacia adentro, pero he aquí lo interesante en la rearticulación del sujeto memorioso en Zonas de excavación, pues –a pesar del cierto pesimismo con que se caracteriza la relación entre memoria y técnica- no podemos ya mirar la historia (nacional, personal) sino a través de una pantalla: esa superficie que pertenece a nuestros ojos de manera profunda, como la herramienta a la mano.

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