[“y la vanidad de un lagarto al mediodía”. Alrededor de Cuarzo de Juan Santander Leal]. Por Víctor Quezada
Con apenas veinte poemas, “Cuarzo” (Santiago de Chile: Marea Baja Ediciones, 2012), de Juan Santander Leal (1984) fue lanzado el pasado miércoles 19 de diciembre en Santiago de Chile. En el siguiente texto, Víctor Quezada trata de leer el libro en medio de los recuerdos de un viaje a Paraguay.
“y la vanidad de un lagarto al mediodía”
Estábamos en Asunción, a tres meses del golpe “institucional” que destituyó a Fernando Lugo de la presidencia de Paraguay e impuso en su lugar a Federico Franco.
Asunción es una ciudad pequeña, silenciosa, de gente más silenciosa. Las paredes, sin embargo, algo decían.
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Nos invitaron a un encuentro de escritores (“3 dyas en la te/raza”) organizado por los poetas asunceños Cristino Bogado y Christian Kent. No me voy a preguntar ahora por el deseo de levantar de la nada un encuentro literario en pleno centro de Asunción, en medio de esa calma tan extraña.
Asistieron poetas de Buenos Aires, Misiones, Mendoza, Areguá, Asunción misma, La Serena y Santiago.
El último día del encuentro, Juan Santander Leal, poeta nacido en Copiapó pero residente en Santiago de Chile, leyó algunos de sus poemas.
Siempre he creído que no hay acto más trivial que asistir a una lectura de poesía. Sobre todo por el contacto directo con el poeta o los poetas, envanecidos por el desempleo y la drogadicción. Las lecturas de poesía, por lo general, me parecen un espectáculo triste. Pero ese día escuché a Juan leer y se me grabaron estas líneas en la memoria:
“Miro el sol
como una mujer el rostro
del niño que cuida por dinero”.
Luego, le digo: “me gustaron estas líneas” y me dice que sí, sea lo que eso signifique.
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Esta era la idea del párrafo anterior: desprestigio de la poesía, sobre todo de la lectura de poesía y la imagen del poeta joven para –contrastada la figura de Santander- viniera el elogio. Pero los elogios son también triviales.
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En la página 9 de “Cuarzo”, aparece, sin título, el poema que cité antes, el que se me grabó en la memoria. No termina así, claro; a las líneas citadas se suman estas últimas: “Eso, / y la vanidad de un lagarto al mediodía”.
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En realidad solo estábamos preocupados de caminar por el centro de Asunción, de frecuentar los cafés y el mercado, ver a los hombres jugar truco agazapados bajo los árboles, comprar unos libros, yo quería encontrar alguno de Catalo Bogado, a quien había conocido recientemente a través de sus narraciones de “Insurgencias del recuerdo” (Buenos Aires: El 8vo Loco), o de reírnos de la larga pija del Kurupí, tan larga como para poder enrollarla sobre su vientre unas tres o cuatro veces.
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“Cuarzo” es el segundo libro de Juan Santander. El primero es “Allí estás” (Marea Baja, 2009). Antes tuvo proyectos varios, que quedaron en bosquejos, experimentos, juegos intertextuales: “El retrato de una dama”, “Mis ovejas”. La singularidad de estos últimos poemas -de "Mis Ovejas", en particular-, profundamente paródicos, tenía que ver con un gesto de denuncia de la inadecuación general de los saberes de los países centrales respecto de nuestra manera de entender el mundo: los poemas transcurrían en una Arcadia fingida, en una primavera simulada, en un falso abril –ese mes tan (poco) cruel-.
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Ahora que lo pienso -transcurridos un día y una noche- el gesto no era de denuncia: se trataba de vivir en ese territorio fingido, de aceptar vivir en una imagen.
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Don Diego de Zama en Paraguay. Quiere fornicar con Luciana, esta lo atrae, lo aplaza, lo engaña. Un día, Zama se emborracha: “me obstiné con la imagen lasciva de Luciana”. “Terminé por amar esa imagen”.
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Los poemas de “Cuarzo” son voluntariamente monótonos. Construidos en general sus versos con un artículo determinado más un sustantivo, un verbo y algún complemento, en “Cuarzo” las cosas existen en un sentido material: las cosas están, disponibles para quien pasea la vista por sus superficies. El que mira, no quiere fijar los ojos en alguna cosa en específico, parece barrer -a medida que habla- su entorno: “Todo comienza con un resfrío, / el sábado reordena las calles, / el cuarzo elige sus antebrazos, / los circos se van de la ciudad. / Las polillas buscan las manos / de los jóvenes para dormir. / Los niños apuestan en la calle, / los profesores conversan con / los quejidos de las micros. / Las antenas desorientan a las abejas, / los insomnes pueden ver el futuro, / las novelas no nutren ni sanan. / Alguien pica pan para los pájaros, / la hija en el sofá mira a su gato / que rodea la concha donde bebe”.
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Veo “La dictadura del parlamentariado”, un pequeño documental sobre el golpe en Paraguay.
En Paraguay, más del 80% de las tierras están bajo el control del 2% de la población. El negocio de la soja está dominado por empresas multinacionales, no hay reforma agraria ni regulaciones. Lugo, representaba la ilusión de una reforma –algo así dice Miguel Lovera, ex–presidente del Servicio Nacional de Sanidad Vegetal-, algo menos que una imagen.
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En “Cuarzo” hay una multiplicación del verbo “haber”: “Hay una alergia que divide la ciudad en dos. / Hay novelistas que conducen a los niños a los centros financieros / (…) / Hay documentos que regulan el comportamiento de los ascensoristas y de las matronas. / Son infelices los que almuerzan de pie y dichosos aquellos que aún no dejan atrapadas sus manos en los cántaros del periodismo”.
También hay imágenes de una vida tranquila, flanqueada por las comidas y la experiencia mística del pescado: “En el terminal pesquero se aloja la hermosa presencia del yodo. / La costra de sal que a la hora de levantarnos protege la casa termina por inmovilizarnos. / Y como una piel de corvina gigante el cielo nos muestra a cada uno su futuro”.
En “Cuarzo” hay un pequeñísimo testimonio de unas vidas fingidas; unas vidas simples que -por su misma monotonía- pueden ocupar el sitio de esas otras vidas que vivimos.
Bibliografía
Revista Crisis. La dictadura del parlamentariado [video]
Di Benedetto, Antonio (1956). Zama.
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J.Malebràn