[La escritura como excavación. A contrapelo de Eugenia Brito]. Por Felipe Cussen
Felipe Cussen nos habla de la más reciente publicación de Eugenia Brito: A contrapelo (Cuadro de Tiza Ediciones, 2012), lanzada junto a las plaquettes de Alicia Genovese y Chus Pato el pasado 30 de noviembre en Santiago de Chile.
Hace algunas semanas encontré una fotografía que me obsesionó. En ella aparecen cinco mujeres. Diamela Eltit mira hacia abajo, con melancolía. Agatha Gligo conversa de lado con Raquel Olea. Nelly Richard mira hacia arriba, y parece enojada. Eugenia Brito, ligeramente inclinada, mira directo a la cámara. La imagen es de 1987, y acompaña un artículo de Claudia Donoso en la revista APSI: "Para conocerse mejor". No he leído el artículo, ni sé con precisión por qué se habían reunido ni qué estaban tramando en ese momento. Si no supiera quiénes son, habría pensado que se trataba de una banda de rock.
Me pregunto cómo es posible sostener, 25 años después, la actitud desafiante de estas mujeres. De qué manera plantarse frente a un enemigo que hoy parece diluido y al mismo tiempo multiplicado hasta el infinito. Con qué fuerzas resistir e insistir. Con cuáles estrategias violentas combatir la dictadura de la obviedad.
A contrapelo es el título del último libro de Eugenia Brito. Me gusta pensarlo como un libro, no como una plaquette, que a algunos les sugiere una obra menor. No concuerdo con Camilo Marks, que se pone nervioso cuando los poetas jóvenes publican libros que no sobrepasan un cuadernillo, porque está demostrado científicamente que en los libros de poesía el tamaño no importa.
La provocación de este libro nace de su firme oposición al sentido común del lenguaje. Hablamos y escribimos, se supone, para sumar palabras, para acumular sentidos como quien erige edificios. No sólo las escrituras conservadoras, sino también muchas aparentemente vanguardistas o subversivas se fundan en esa ambición posesiva y afirmativa. Eugenia, en cambio, pareciera preferir la potencia negativa de la poesía, su capacidad para abrir fracturas, para hundirse y revelar lo oculto.
Esa ha sido, al menos, mi experiencia en este libro: cada lectura implicaba la emergencia de un nuevo sedimento. En el primer recorrido, comencé a relacionar las numerosas referencias a aquel cuerpo que "cae en las excavaciones de los templos modernos", un cuerpo enfermo, que no funciona, que ofrece una leche envenenada como la "negra leche" de la "Fuga de la muerte" de Paul Celan. En la segunda vuelta, en cambio, fui conectando otros puntos por encima de ese cuerpo, como la superposición de un mapa sobre otro distinto. Me detuve ahora en las secuencias de una ciudad moderna en crisis, en ruinas. Pensé en algunas escenas de la película “La buena vida” de Andrés Wood, en las que un personaje miraba insistentemente el enorme socavón de un sitio en construcción, como si allí pudiera encontrar una respuesta. La tercera vez leí ambas capas como una sola, pues me fijé en las líneas que las cuadriculaban: mallas, redes, gasas, canales, canaletas, cicatrices. Esta fusión de la ciudad y el cuerpo ya se anunciaba en su primer libro, “Vía pública”: "Cada línea de mi rostro es la línea de la calle / cada sombra, un cansancio / cada arruga, una muerte". Aquí, del mismo modo, las vías de circulación están secas, y el lenguaje corre la misma suerte: es un "habla dormida", un "habla borrosa". Pero es, al mismo tiempo, el habla orgullosa que escuchábamos en Filiaciones: "hablo como carente hablo como extinta pero hablo".
En unos versos de “Emplazamientos”, Eugenia ya había definido la motivación de esta poética de la excavación que he enunciado: "Me doy esta escritura como un acto de honor / a nuestras grietas // A nuestros tajos". La excavación honra al cuerpo y a la ciudad que inscribe en la memoria, pero además, permite que comiencen a escucharse aquellos ecos sagrados que pueblan toda su obra, y que sintamos el latido de lo invisible que, desde el estrato más profundo, pugna por hacerse visible. Así ocurre, de manera violenta, cuando luego de tanta oscuridad explota una veta de luz:
P.D.: Alicia Genovese, en “Leer poesía”, se refiere al valor de la levedad según Italo Calvino en sus “Seis propuestas para el próximo milenio”, pero destaca en contraposición las virtudes de la gravedad: "Lo opuesto a lo leve, lo grave, busca en cambio ir hacia abajo, cavar, desenterrar, seguir el mismo sentido de la fuerza de gravedad... La gravedad actúa también como un gran desarticulador, como un elemento desfamiliarizador dentro de la poesía".
Poesía es una palabra grave. Grave, en inglés, se pronuncia grave: tumba.
La escritura como excavación
todas las noches me digo que voy a vivir
como si ya me hubiera muerto.
Virginia Gutiérrez
como si ya me hubiera muerto.
Virginia Gutiérrez
Hace algunas semanas encontré una fotografía que me obsesionó. En ella aparecen cinco mujeres. Diamela Eltit mira hacia abajo, con melancolía. Agatha Gligo conversa de lado con Raquel Olea. Nelly Richard mira hacia arriba, y parece enojada. Eugenia Brito, ligeramente inclinada, mira directo a la cámara. La imagen es de 1987, y acompaña un artículo de Claudia Donoso en la revista APSI: "Para conocerse mejor". No he leído el artículo, ni sé con precisión por qué se habían reunido ni qué estaban tramando en ese momento. Si no supiera quiénes son, habría pensado que se trataba de una banda de rock.
Me pregunto cómo es posible sostener, 25 años después, la actitud desafiante de estas mujeres. De qué manera plantarse frente a un enemigo que hoy parece diluido y al mismo tiempo multiplicado hasta el infinito. Con qué fuerzas resistir e insistir. Con cuáles estrategias violentas combatir la dictadura de la obviedad.
A contrapelo es el título del último libro de Eugenia Brito. Me gusta pensarlo como un libro, no como una plaquette, que a algunos les sugiere una obra menor. No concuerdo con Camilo Marks, que se pone nervioso cuando los poetas jóvenes publican libros que no sobrepasan un cuadernillo, porque está demostrado científicamente que en los libros de poesía el tamaño no importa.
La provocación de este libro nace de su firme oposición al sentido común del lenguaje. Hablamos y escribimos, se supone, para sumar palabras, para acumular sentidos como quien erige edificios. No sólo las escrituras conservadoras, sino también muchas aparentemente vanguardistas o subversivas se fundan en esa ambición posesiva y afirmativa. Eugenia, en cambio, pareciera preferir la potencia negativa de la poesía, su capacidad para abrir fracturas, para hundirse y revelar lo oculto.
Esa ha sido, al menos, mi experiencia en este libro: cada lectura implicaba la emergencia de un nuevo sedimento. En el primer recorrido, comencé a relacionar las numerosas referencias a aquel cuerpo que "cae en las excavaciones de los templos modernos", un cuerpo enfermo, que no funciona, que ofrece una leche envenenada como la "negra leche" de la "Fuga de la muerte" de Paul Celan. En la segunda vuelta, en cambio, fui conectando otros puntos por encima de ese cuerpo, como la superposición de un mapa sobre otro distinto. Me detuve ahora en las secuencias de una ciudad moderna en crisis, en ruinas. Pensé en algunas escenas de la película “La buena vida” de Andrés Wood, en las que un personaje miraba insistentemente el enorme socavón de un sitio en construcción, como si allí pudiera encontrar una respuesta. La tercera vez leí ambas capas como una sola, pues me fijé en las líneas que las cuadriculaban: mallas, redes, gasas, canales, canaletas, cicatrices. Esta fusión de la ciudad y el cuerpo ya se anunciaba en su primer libro, “Vía pública”: "Cada línea de mi rostro es la línea de la calle / cada sombra, un cansancio / cada arruga, una muerte". Aquí, del mismo modo, las vías de circulación están secas, y el lenguaje corre la misma suerte: es un "habla dormida", un "habla borrosa". Pero es, al mismo tiempo, el habla orgullosa que escuchábamos en Filiaciones: "hablo como carente hablo como extinta pero hablo".
En unos versos de “Emplazamientos”, Eugenia ya había definido la motivación de esta poética de la excavación que he enunciado: "Me doy esta escritura como un acto de honor / a nuestras grietas // A nuestros tajos". La excavación honra al cuerpo y a la ciudad que inscribe en la memoria, pero además, permite que comiencen a escucharse aquellos ecos sagrados que pueblan toda su obra, y que sintamos el latido de lo invisible que, desde el estrato más profundo, pugna por hacerse visible. Así ocurre, de manera violenta, cuando luego de tanta oscuridad explota una veta de luz:
"Un cubo de hielo estalla y sus fragmentos
interpelan las formas desde su condición de glaciar.
Ellas derivan de la luz, pero su reflejo cae, irradiando el agua
en sucesivos brillos que emanan luces destempladas".
Me viene a la mente una escena asombrosa de un discurso de Hermes Trismegisto:interpelan las formas desde su condición de glaciar.
Ellas derivan de la luz, pero su reflejo cae, irradiando el agua
en sucesivos brillos que emanan luces destempladas".
"Se alzó... una obscuridad y descendió, temible y sombría, en una espiral tortuosa, y me pareció como si fuese una serpiente. Luego, la obscuridad se transformó en algo de naturaleza acuosa, que se agitaba de un modo indescriptible y exhalaba un humo como el que sale del fuego, al tiempo que producía un sonido, una especie de gemido indescriptible. Entonces salió de ella un grito inarticulado, como si se tratase de la voz del fuego. De la luz, empero... una palabra sagrada subió sobre la acuosa naturaleza, y un fuego purísimo saltó desde la acuosa naturaleza hacia lo alto".
Esta inspiración hermética se clarifica aún más en las páginas finales de A contrapelo:
"¿Dónde estará entonces, me pregunto, la piedra de Rosetta?
Su idioma secreto de despojos.
Mira la lechuza misionera de ojos salvajes y cegados,
mira el lagarto con hambre y con lengua devoradora
miran los pájaros las migas con acierto y vuelan
a pasos cortos
miran la fatiga de los gases letales y las explosiones nucleares
miran la tierra yerta.
De todas estas miradas, de su resta
sale un aire de moho y una calavera
con la boca abierta
ella conoció la Piedra
su horror era un modo de lenguaje".
Ésta es la valentía, el desafío de la escritura de Eugenia Brito: persistir en descifrar los jeroglíficos aunque la recompensa no sea un éxtasis plácido, sino el descubrimiento del horror. Su idioma secreto de despojos.
Mira la lechuza misionera de ojos salvajes y cegados,
mira el lagarto con hambre y con lengua devoradora
miran los pájaros las migas con acierto y vuelan
a pasos cortos
miran la fatiga de los gases letales y las explosiones nucleares
miran la tierra yerta.
De todas estas miradas, de su resta
sale un aire de moho y una calavera
con la boca abierta
ella conoció la Piedra
su horror era un modo de lenguaje".
P.D.: Alicia Genovese, en “Leer poesía”, se refiere al valor de la levedad según Italo Calvino en sus “Seis propuestas para el próximo milenio”, pero destaca en contraposición las virtudes de la gravedad: "Lo opuesto a lo leve, lo grave, busca en cambio ir hacia abajo, cavar, desenterrar, seguir el mismo sentido de la fuerza de gravedad... La gravedad actúa también como un gran desarticulador, como un elemento desfamiliarizador dentro de la poesía".
Poesía es una palabra grave. Grave, en inglés, se pronuncia grave: tumba.
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