[blácbuc: contra las letras]. Por Víctor Quezada

La Calle Passy 061, luego de unos meses de receso, vuelve a sus publicaciones quincenales. Esta vez, les presentamos una reseña del primer libro del poeta Juan Pablo Pereira (Santiago de Chile, 1978), titulado blácbuc (Alquimia Ediciones, 2011).



blácbuc: contra las letras

«…no se trata aquí de la creación de un hombre para otro hombre,
sino de un rito celebrado ante un altar. Y por cada diez versos,
habrá al menos uno dedicado a la adoración del Poder de la
Palabra Poética o a la glorificación de la vocación del Poeta.»
(Gombrowicz 319)

La confianza en las palabras

Pareciera siempre sospechosa la confianza en las palabras (en el conocimiento poético, la alquimia del verbo, la exploración de las honduras de la conciencia, la retórica, el poder de intervención de la literatura sobre el cuerpo social), pues dicha confianza reafirma –de alguna manera- las condiciones discursivas que posibilitan la aparición de lo literario en su sentido práctico: dificultoso es pensar un libro sin un lector –sin un mercado, por pequeño o simbólico que parezca.
Cuando hemos asistido en los últimos años en Chile a la manifestación de tal o cual novedad (uno de los síntomas más vistosos de dicha confianza, y de la cual la voluntad inaugural es su histeria), atestiguamos su propio carácter de disimulación, ya que aquel valor nuevo está trazado por una aceptabilidad histórica de base.
Por ejemplo, reconocemos en cierta poesía actual, el alcance de una escritura de la resistencia (Brito 19) que -aún reconociendo como incumplida la exigencia de su proyecto (la restauración de una memoria y su lenguaje histórico)- se funde con las ideas generales de la oficialidad cultural: se ha tergiversado, pues, la lógica oposicional que fue su condición de existencia.
Hoy es imposible pensar esa confianza en el lenguaje sin una ingenuidad constitutiva, más aún si pensamos que la ingenuidad es el arma de los poderosos, el espacio mismo donde la sujeción opera.


El descreimiento

En blácbuc, primer libro de Juan Pablo Pereira, observamos la intención contraria a la relación “ingenua” con el ejercicio de la literatura. En este trabajo vemos una recurrencia en la sospecha de la literatura como representación e instrumento de alguna realidad:

Si escribir raya en algo al que escribe
morirse escribiendo debiera dejar los rastros descosidos
de un desastre menor, como el trabajo arruinado
pero vuelto a comenzar de un niño tardando
su estreno al ridículo. (25)

A la par de este recelo, el oficio del escritor nace en el texto de Pereira desde el profundo descreimiento respecto de los mismos versos que produce:

Lo escrito es basura.
Restos de una fe en la estupidez, envases pequeñitos
de odio enorme, el cuerpo mutilado
-un brazo menos, una cuenca vacía-
de un espantapájaros
con la insignia del colegio en el pecho. (84)

Un discurso contra las letras que se nutre de diversas fuentes tradicionales para hablarnos de cierta melancolía (en una primera instancia este libro se iba a llamar “Murria” Ver: entrevista realizada por González Barnet) frente a las infantilizadas e irresponsables figuras del escritor en el espectro del discurso de su misma cotidianeidad, por supuesto contraria al espacio del mercado y la calle:

…Murió sin enterarse

que una chica pasablemente linda
estaba loca por él y se odiaba por eso. “Estúpida,
es horrible”. No sabía que él era poeta y le hubiera cargado saberlo. Ella
escribirá cada vez mejor.
Hasta el día en que reconozca
el nombre en un obituario perdido,
escrito por un pequeño fracasado,
aún más pequeño, que tomó al muerto de modelo
para su propia obra y le irá igual de bien. (26)

Pero en la medida en que en blácbuc ser escritor es ser un sujeto infantil, es también una cuestión que pertenece a la interioridad y se manifiesta principalmente en el espacio de resguardo que la familia ofrece: Se trata de cauterizar con un lápiz la superficie amada / y sentarse a comer (28). Por esto el trabajo sobre la infancia (heredado del Lihn de La pieza oscura en la tradición chilena) como espacio fantasmal donde lo real emerge es tan importante pues representa ambas aristas de esa infantilización del sujeto: la del poeta en tanto imagen falible y la del sujeto de la enunciación que contrasta su realidad con “el pasado que te ensucia” (17).

La intersubjetividad

De tal forma, una de las características de blácbuc que más llaman la atención es su variedad pronominal. Poemas que no se articulan, a primera vista, desde un yo absoluto, pero que, sin embargo, en sus relaciones intersubjetivas, logran volcarse hacia figuras que refieren siempre a ese yo de la escritura que no encuentra otra manera de situarse. Así, cuando en el texto se habla a un interlocutor, esto no es sino la representación de un diálogo consigo mismo, o –en otro sentido- cada vez que se habla de un “nosotros”, esta táctica -dirigida a los “compañeros de ruta”- recala la mayor parte del tiempo en la imagen paradigmática del escritor que reflexiona sobre sí y sobre la escritura que está realizando.
Los pronombres aquí son simulacros de un yo que, a pesar de su fuerte presencia, no puede realizarse sino a través de enmascaramientos y relaciones dentro de una red intersubjetiva que es signo del problema mayor del sujeto que, mientras escribe se desplaza desde su yo íntimo –articulado a manera de conciencia del mundo- al reconocimiento de la duplicidad que lo constituye.
O, desde otro punto de vista, en el prólogo de blácbuc, Virginia Gutiérrez caracteriza aquello de lo que hablamos como la insoslayable irreductibilidad del yo en el proceso de su desdoblamiento, o sea, que me es imposible como sujeto hablar de un nosotros pleno. En este sentido, la familia –una de las temáticas que Gutiérrez releva- “significa en la medida en que se vuelve indecible en el lenguaje, irrepresentable en la imagen”, lo que constituye para la prologista la paradoja fundamental del libro.

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Más allá de cierta reiteración de recursos que reafirman el carácter en ocasiones monocorde del poemario: su principal falencia; la intención general de descreimiento sobre la escritura, entronca la poesía de Juan Pablo Pereira con la tradición de la poesía chilena más relevada, aquella que va desde Nicanor Parra a Gonzalo Millán, cuestión que no quiere decir nada sobre su calidad o que este sea un buen camino, el único camino a seguir.
Pero, como bien sabemos, el recelo y la sospecha son partes de un topicidad. El discurso contra las letras no tiene otra manera de manifestarse que con el instrumento de las letras. No se puede, en última instancia, afirmar sino lo que estamos negando.
La vocación del poeta -que en blácbuc es, en un sentido primordial, la pregunta por lo político en la poesía (ya que es esta su ausencia radical)- redunda en aquellas condiciones de enunciación transparentes respecto de la institucionalidad literaria, la que se ha preocupado en desplazar al escritor a esa figura inerme e ingenua del infante, quien no tiene habla.


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Libros citados

Brito, Eugenia. Campos minados. Santiago: Editorial Cuarto propio, 1994.
Gombrowicz. “Contra los poetas”. Diario (1953-1969). Barcelona: Seix-Barral, 2005.

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