[Nuevas voces: Edad oscura de Simón Villalobos y Bruto y líquido de Juan Manuel Silva]. Por Pablo Torche

Edad oscura de Simón Villalobos y Bruto y líquido de Juan Manuel Silva Barandica son dos pequeñas publicaciones aparecidas recientemente por AM libros, empresa (aventura) editorial derivada del proyecto de lecturas de poesía y conversaciones Antología en Movimiento, del que ambos son organizadores. Revisa esta pequeña aproximación del novelista y crítico de literatura Pablo Torche, a lo que él considera como unas voces pertinentes en la nueva poesía chilena.



Nuevas voces

De aparición reciente, dos plaquettes de poesía dan muestras de poetas que inician la búsqueda de un camino expresivo, Juan Manuel Silva, con Bruto y líquido y Simón Villalobos con Edad oscura. Ambos autores llevan ya algún tiempo activos en la crítica literaria y la edición de revistas culturales, pero publican sus propias creaciones por primera vez. Se trata, es necesario advertir desde el comienzo, de dos proyectos completamente distintos.

Bruto y líquido


Silva (Santiago, 1982), intenta una poesía que arranque de lo cotidiano, reuniones familiares, tardes frente al televisor, o incluso la cena de un plato de salchichas, y busca, a partir de estos eventos mundanos, algún giro, alguna mixtura o algún ascenso que dé lugar a una cierta significación oculta, nada demasiado epifánico en todo caso, más bien una especie de tonalidad emocional nueva.

Se inserta así en lo que constituye –desde mi perspectiva– la tendencia predominante de la poesía contemporánea chilena: el recelo de las temáticas rimbombantes o demasiado abstractas, la preferencia por escenas definidas, reconocibles, en suma, un entorno inmanente desde el cual comenzar. No es, por supuesto, una interpretación demasiado elaborada y por cierto el panorama nacional da lugar también a variadas propuestas, pero valga aquí para contextualizar la poesía de Silva: vagamente emparentada con el Neruda de ‘Residencia en la tierra’, mucho más claramente con Lihn, y con cruces y préstamos diversos con los poetas de la generación de los ’90, el autor busca una poesía que esquive las grandes ideas y los aspavientos sentimentales y fije un domicilio seguro en una cotidianidad sin ambages.

El ejercicio, por más que visitado, presenta sus riesgos. El más patente de ellos es el del coqueteo excesivo con el prosaísmo, que da lugar a veces a un romance por completo fallido. Así ocurre por ejemplo en ‘1991’ donde el esbozo de una relación filial se presenta enmarcado en el recuento de los grandes momentos del año, pero cuyo lenguaje no logra distanciarse de la mera enumeración periodística; y la forma de cortar los versos parece más guiada por la disposición espacial que éstos presentan sobre la página, que por la búsqueda de una respiración propia.

En otros, sin embargo, el resultado es más fructífero. El recuerdo de tardes de infancia con la abuela en ‘Té’, o la reflexión acerca de lo efímero de las relaciones humanas a partir de la observación de una palta, en el poema del mismo nombre, un ejercicio arriesgado en el que el proceso de pelar la fruta es la excusa para una exploración que “desciende a lo profundo de la carne o el alma”.

millones de años de arena duermen
en el lecho del río.
Otro lecho, con la horma de dos cuerpos anudados
aún, en la sábana
una corriente de ácaros –otra gubia–
come cada célula muerta.

Nada en ‘Bruto y líquido’ es extremo, ni trágico, ni exultante; el ensayo opta más bien por una emocionalidad suave, donde los poemas actúan como cortinas que buscan simplemente tamizar la luz que cae sobre una determinada escena o recuerdo, antes que entregar una revelación completamente nueva.
Así, a partir de comidas, ventanas o fotografías, se elaboran sentimientos e ideas que el poeta busca mantener alejadas de cualquier grandilocuencia o interpretación, como ocurre en ‘Polaroids’, o en el poema que da el título al volumen, quizás el más logrado del conjunto, donde se renuncia explícitamente a elaboraciones más amplias acerca de las palabras y su significado, y se apuesta por volver simplemente a los hechos:

Pero no
esta historia trata de un par de cabellos encima de la sábana,
colchas que ondulan a perpetuidad bajo el marco que la tarde
dibuja al caer
trata del por qué nada dice qué es lo que falta.

Edad oscura

La propuesta de Villalobos (Santiago, 1980) es diferente, sino completamente opuesta. Nada hay aquí de seducción por la cotidianeidad, ni por la referencia a un entorno conocido o identificable, sino que el poema se sitúa de inmediato en un escenario abstracto, deslocalizado, dominado por impulsos obscuros, sólo parcialmente develados.

En este sentido los epígrafes de Rosamel del Valle, y sobre todo de Teillier, son engañosos, incluso equívocos, pues el proyecto de Villalobos no parece vinculado con esta vertiente de la poesía chilena. Pertenece más bien a una tradición mucho menos considerada, a ratos incluso despreciada, de una poesía más hermética, simbólica, atraída por profundidad y la especulación, en la que se trasunta una búsqueda de lo absoluto.

En ‘Edad oscura’ no hay nada de coloquialidad, y muy poco de referencias a escenarios o sujetos reconocibles. Sus puntos de contacto con el entorno contemporáneo, en concreto con la ciudad de Santiago, son escasos, velados, y quizás por lo mismo resultan más lúcidos y originales. En otras palabras, es una mirada del entorno que está siempre inscrita en un marco estético, mediada por una sensibilidad propia a partir de la cual surge una imagen o un desconcierto nuevos.

Tampoco hay en Villalobos una renuencia por la exploración de las profundidas sentimentales, sino por el contrario, el conjunto de su poesía se sitúa desde el comienzo en un yo amplio y resonante, que parece bregar por llegar “hasta lo más profundo”, según el viejo tópico poético, por querer encontrar una base para sus emociones y recuerdos, o por lo menos un camino de acceso.

Ahora que estoy buscando pero quizás en un sitio reducido
recuerdo la historia de un amor magnificado por la
carencia, la historia de una carencia con una pausa o edad
oscura en medio
la oscuridad donde el propio cuerpo se olvida o sintetiza en la materia continua

En este propósito no quedan fuera especulaciones, tormentos, luchas internas, un intento potente de llegar a un ajuste de cuentas con el pasado. Una poesía a ratos lastrada por la especulación o la cháchara, pero que busca una respiración para conjurar algo que puede ser dolor. Creo que esto es lo que expresa la sintaxis incómoda, molesta consigo misma, que requiere a veces giros tercos, construcciones torcidas para darse a entender.

Un temblor claro retrocede el cuerpo antiguo
lo he estado esperando, como debiera decir:
la persistencia del pedal bajo una línea creciendo de nada
su estela encuentra el espacio que envuelve

La sensibilidad que se cuela aquí es tormentosa, una sensibilidad de carencias y de cuerpos vulnerados, fracturados, dañados. A través de cortes, llagas, rajaduras, se filtra una sustancia como sangre, o amor.

La imagen más llamativa, “parecida a una figura de pesebre con las saltaduras blancas por los sitios que ha ocupado”, que encontramos en el poema II, puede dar una pista de esta búsqueda o testimonio. De distantes, pero indudables referencias religiosas, la figura alude a un hombre gastado, no propiamente alienado, más bien removido, olvidado y mellado por el paso del tiempo y el descuido. Una imagen que bien puede acercarse a la voz lírica de estos poemas, una voz que busca llegar a un acuerdo consigo misma a través de las palabras.

En resumen

Dos proyectos completamente distintos, unidos aquí tan solo por una coincidencia cronológica, y también quizás por la vinculación personal de los autores, pero que dan cuenta ambos de nuevas voces poéticas promisorias y valiosas.


Comentarios

J. G. dijo…
gracias, me sirvió de información