[Vaho de Rodrigo Morales]. Por David Villagrán

Vaho (Alquimia, 2009) es el primer libro del poeta chileno y sociólogo Rodrigo Morales (1980). Lee ahora una reseña realizada por David Villagrán en la que da cuenta con prolijidad de las voces que se entrecruzan en esta poesía.

Vaho de Rodrigo Morales

El paisaje, personas y lugares cuya referencia o sitio en el mundo es disuelta por la experiencia de lo cotidiano, o bien naturalizada por el difuso cohabitar de nuestro territorio lleno de hiatos y violencia en sus junturas ("una ciudad solitaria quiere decir entre otras cosas el nombre de chile"), en Vaho, primera publicación de Rodrigo Morales, cobran fuerza, intensidad y una cercanía insospechada de mano de una poesía cuyo lirismo se desdobla en densa lucidez y belleza convulsa, y que se sirve de una forma libre, elusiva entre sus largas secuencias prosódicas y los versos que emergen de las pausas o espacios.
Dichas características formales sostienen un paralelismo con los otros niveles de la composición, en tanto las voces de los poemas de la primera sección parten de un hablante reconocible -como por ejemplo el buzo o su compañera-, en un espacio definido –la playa, el interior de la casa-, para luego ir desplegando, en un diálogo tácito de la voz con la escritura, una amplitud de sentidos al espacio y distinta resonancia al lenguaje del hablante.
Siguiendo lo mencionado anteriormente, cabría decir que no se trata de un libro que apunte a la representación de la provincia como objetivo, ni menos que se contente con un nivel meramente referencial donde intercalar destellos de lirismo; por el contrario, a medida que avanzamos a los siguientes apartados: 'Hospital’, ‘Islas’, ‘Safari Club’ -por nombrar los tres siguientes-; hay una mayor distancia en los hablantes de las figuras del primer apartado, siendo más ambiguo el reconocimiento de las voces masculinas y femeninas como personajes fijos de un relato, además de intensificarse el lenguaje en relación a insistencias donde podemos ir reconociendo temas. Así, la precariedad de la existencia ("volver a una casa como esas que se derrumban insanas o hacer dibujos que bailen como un amanecer en la garganta", pág. 12), vincula el dolor y el placer, extraña o no tan extrañamente, a voces cuya resistencia a calzar con el espacio que los envuelve y con sus términos, niega y busca, encuentra y aflora lo que, pensamos, constituye el poema: "las palabras se pudren los pelícanos se pelean las cabezas entre las rocas esto es una matanza aguas divisorias que se encienden en la musicalidad de la fosa" (pág. 18). Aquella fosa que -siguiendo el epígrafe de Paul Celan que abre el libro- cavamos en el aire, se siente respirar en las voces del poema. Es su lenguaje de incertidumbre ante la muerte, su musicalidad de sueño narcótico que en pasajes de vigilia y adrenalina rechaza sus propios excesos como pasos en falso de un camino cuyo destino es, sin embargo, incierto (Esta ciudad canción tiene el nombre de un árbol a esta ciudad-árbol se le caen las hojas de afeitar que cortan los suelos las veredas y las lenguas en las fosas marinas yacen cadáveres pág. 28), pues todo se vuelve mito (pág. 29).
La voz femenina tiene preponderancia en el apartado Safari-Club, y destaca en relación a la presencia del cuerpo y el placer, mientras su epígrafe sugiere para el hablante la máscara de una prostituta: "Una vez dije que siempre te iba a estar esperando con las piernas abiertas por eso ahora sé a lo que vienes (…) yo no soy de esas que no se acuestan con sus amigos y tengo una emperatriz aquí dentro que sabe lo que tiene que hacer con la sequedad" (pág. 38), donde, al igual que en los apartados anteriores, la voz se desdobla para plantear analogías de sentido metapoético: "algo se desangrará para ti en algún lugar de la cama aquí los restos de una mano que miente descarnada" (pág. 39, sentido que tendrá preponderancia en la parte siguiente: "Un ojo desnudo en el corazón del viento".
Tiempo, escritura y silencio son los temas que penetran el espacio referencial de dichos textos, donde la voz vuelve a situarse en playas, cerros y refugios de medianoche, donde nada se espera salvo mirar la muerte a los ojos: "Estamos en esa parte del sueño que no se sueña tú como una lengua flotando espiral y toda húmeda por las aguas (…) en ese preciso momento en que el sueño me doblaba la mano había una larga secuencia de velas y se leía solo el arrebato de tenerte aún desnuda sobre el bote" (pag. 50), resolución de una tragedia que recobra las figuras del pescador y su compañera en el poema final: "hemos descendido para estar por fin juntos entre las ranuras trumulcos monedas de mar corales en el rumor inerme de esta fosa tus ojos" (pág. 51).
De esta manera Vaho aborda, como ha observado Malú Urriola, “visiones de mundos fragilizados”, espacios humanos que en sintonía con la palabra poética han de estragarse, y también descomponer modos de representación convencionales o estrictamente literarios, para constituir un atisbo a las fronteras del otro.

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