[La estela de un cuerpo al caer. Vuelo de Rodrigo Arroyo] Por Víctor Quezada

Vuelo (Ediciones Inubicalistas, 2009) es el segundo libro del poeta nacido en Curicó Rodrigo Arroyo. Estas dos publicaciones (Chilean Poetry y Vuelo) forman parte de una trilogía inconclusa cuyo tercer volumen tendría el nombre de Incomunicaciones. Conoce un poco más de este poeta en el siguiente artículo escrito por Víctor Quezada.

La estela de un cuerpo al caer. Vuelo de Rodrigo Arroyo

Gotas de contingencia
Frente a la pregunta de si los saqueos ocurridos luego del terremoto y tsunami del 27 de febrero en Chile eran un síntoma de algo más, una manifestación ideológica, Carlos Peña, rector de la UDP -en entrevista realizada recientemente en The Clinic-, responde que tales actos no fueron sino parte del fondo instintivo del "hombre" que, al ver suspendido el ejercicio del poder, pierde el miedo a ser castigado. En tal clima de suspensión de la autoridad, los instintos naturales aflorarían sobreponiéndose a las convenciones sociales, pues en ese estado de naturaleza: “todo hombre tiene derecho a todo, incluso al cuerpo de los otros” (Hobbes).
Si bien el hecho de los saqueos ocurridos en las horas posteriores al terremoto puede explicarse por ese fondo humano instintivo, los objetos saqueados, además de ser objetos materiales son signos diversos de aquella ingenuidad del hombre fuera de la cultura y el miedo a la represión. Algunos remiten a la libertad primitiva de preservar la propia vida, es cierto, pero otros, en cambio, refieren a un horizonte donde el consumo es parte fundamental del llegar a ser (alguien) en Chile. Constatar lo primero viene únicamente a participar de la justificación flagrante del mercado que por estos días, tomando como retórica la solidaridad y la reconstrucción del país, ha vaciado dichos signos en pos de estrategias publicitarias fecundas.
Es importante constatar esto en virtud de fiscalizar la modelación de la memoria que se está cumpliendo por estos días, poniendo énfasis en la operación de reemplazo del significado de unos signos por otros que, en vistas del relajo crítico, puedan quedar en la conciencia como el recuerdo de unas buenas intenciones. Asimismo la idea de una Reconstrucción nacional en boca del gobierno de turno, parte de la oposición y los medios tradicionales de comunicación, no debiera entenderse como el simple deber de aquellos representantes sino como una oportunidad precisa para desplegar estrategias de olvido: de la irresponsabilidad del mercado de la vivienda y los modelos de ejemplaridad con que este trabaja, los “errores de procedimiento” del SHOA o la demora en las ventas de las acciones de nuestro presidente, por ejemplo. Este acento en las necesidades del presente debemos entenderlo también en consonancia con las propuestas de futuro de la campaña presidencial ganadora que implicaban olvidar antiguas divisiones en un mero desprestigio del pasado que ahora adquiere ciertos ribetes refundacionales.

La memoria en la literatura
Lo anterior viene a cuento aquí, en este blog sobre literatura, pues la memoria como espacio de lo político es uno de los temas que nutren la poética contemporánea chilena y, asimismo, uno de los mecanismos recurrentes en el análisis crítico de esas obras.
Dentro de este ámbito, el sentido de la referencia a lo memorialístico, generalmente, es el de desnudar –o denunciar- la amnesia de las esferas de poder: desde la gubernamental hasta las de los medios de comunicación. Sin embargo, mientras esta perspectiva se reitera en las producciones críticas, los medios muestran una tendencia ya conocida a registrar el pasado mediante el almacenamiento en archivos digitales que permiten disponer de una gran cantidad de memoria: el Museo de Prensa, Memoria Chilena, el proyecto Internet Archive, participan de esta tendencia a la musealización de la cultura cuyo espacio preciso es Internet, representación del mito de una escritura infinita o de un archivo total.
Estos dos sentidos contrarios, representan -a la vez que los extremos de una paradoja- dos posturas frente a la proliferación y mercantilización sin medida del archivo. La última de ellas es la que ve un efecto liberador en la reproducción y consumo de lo memorialístico como manera de conciliar el pasado; la que está de lado de la producción crítica y poética, por otra parte, se acerca más a las prácticas locales de la memoria que impugnan -mediante la apertura a modelos de experiencias y espacios comunitarios o alternativos- dichos mitos de totalidad. Esa impugnación en términos teóricos tiene directamente que ver con la aparición de la heterotopía (los espacios absolutamente otros) en las manifestaciones artísticas que, en el temprano ensayo de Javier Bello (Los Náufragos), venía a contarse como una de las características que definen a la promoción de poetas de los años noventa en Chile.

Escribir es desaparecer
En esta pugna general de la sociedad chilena de las últimas décadas, la aparición de Vuelo (Ediciones Inubicalistas, 2009), segundo libro de poesía de Rodrigo Arroyo (Curicó, Chile, 1981) viene a recordarnos primeramente (como tantos otros libros) que los llamados a volcar la vista sobre el futuro son hechos por aquellos que ya hicieron su revisión del pasado e imaginaron un futuro determinado y que, por tanto, necesitan que el resto no mire para atrás (Pedro Milos). Y, además, que nuestra tarea como lectores radica en reconocer y discernir entre los supuestos ideológicos que codifican cada uno de esos discursos.
En tal sentido, la imagen que recorre y configura la poética del libro, la del vuelo como caída constante (“todo lo que cae tiene un pequeño vuelo, invisible / una escritura que se cree desaparecida”) admite al menos tres dimensiones que me parecen interesantes: la caída y reconstrucción de una memoria; el vuelo de la escritura, incapaz de volver las cosas a su presencia; y la imaginación de un miedo no considerado en algún pacto: la melancolía.
Así, la idea de la reconstrucción de la memoria en Vuelo, no se soluciona en alguna de las perspectivas de la resistencia frente a un poder detentador del olvido, aunque fije por momentos el ojo en la inscripción y en aquellos fragmentos de lenguaje como el graffiti y el rayado de muros, característicos de la consigna política de resistencia. Más bien, este lenguaje (o el lenguaje) es uno craquelado, envejecido o agrietado, condición de existencia de su superficie de inscripción: la materialidad de las paredes (“una mano sostiene un muro que cae al río”) que va sugiriendo los frágiles espacios por donde un yo auto-reflexivo transita. Y este recorrido es una lectura a la vez (W. Benjamin dixit), de la ruina de esos mismos fragmentos materiales y conceptuales:
"Sobre los archivos crecen hongos, variaciones del amarillo, del gris
imágenes desconocidas que cubren imágenes que no conocimos,
curvaturas de rocas que jamás imaginamos,
adobes cayendo tan rápido que parece mentira su caer”
Pero la memoria de este caer adquiere su faceta más oscura cuando descubre su referencia, y el caer se convierte en la memoria de los detenidos desaparecidos durante la dictadura militar. Aparte de la insistencia como voluntad política por leer el pasado, como ya dijimos característica de la poesía de las últimas décadas, esta caída de los cuerpos al mar (“Sobre todo, después, el mar se cierra” termina su discurso Ulises en el Infierno de Dante) suscita la posibilidad de la derrota y la memoria desechada por la mirada al futuro, como instancia de re-vitalización alegórica en el reconocimiento de la historicidad de toda ruina. El mar en sí mismo es la metáfora de una memoria que no puede sino tronar su existencia en la desaparición constante de las olas por el ritmo del oleaje.
“En la memoria queda registro de nuestro vuelo,
en la parte externa de la ciudad se ve un relámpago
que ilumina el trayecto de las aves,
en el cielo los recorridos dejan una huella invisible que busca revelarse
como el de los signos escritos sobre el aliento fresco, en las ventanas"
En consonancia con esta memoria que no puede existir sino en la desaparición, la escritura emerge desde una orfandad múltiple. Pero la más relevante es aquella que tiene directamente que ver con el carácter de fragilidad conceptual del sujeto que pregunta por los significados plenos de los signos (el tránsito contrario al viaje en paracaídas de Altazor, como escribe el poeta Carlos Henrickson a partir de Vuelo). Pregunta retórica que enunciándose revela su carácter casi críptico o enigmático. Este sujeto, al contrario de Edipo, héroe civilizador, no vuelve los signos enigmáticos de la esfinge a unos significados consolatorios, sino que la actitud de la pregunta no busca respuesta y se encripta:
“¿Basta acaso el sonido de una palabra para imaginar un trozo de madera vigilado por tus ojos?”
“¿Qué vidrio resistirá la voz que nuestras bocas insinúan en la página?”
“¿Cómo es la distancia, el camino, que dibuja el viento en tu ausencia?”
Esta fragilidad conceptual de la escritura de una memoria hecha por un sujeto dudoso, esta “orfandad epistemológica” definitoria de los momentos de crisis (de las ideologías, de los grandes relatos, de las dictaduras, de las catástrofes naturales que obligan a la confrontación de parámetros tradicionales de comprensión del mundo con nuevos parámetros que no acaban de ganar vigencia) es el lugar donde la pluralidad (perdida, por recuperar, el vano intento) encuentra sitio, donde el yo desaparece en la incertidumbre: “Hay que decirlo, es por caer que las cosas dejan de estar tan arriba, / escapadas de su sentido”.
Si bien esta angustia que obliga al sujeto a desear mostrar los objetos pero no decirlos (“Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema”, las presencias y ausencias de la poética de Huidobro en la obra de Arroyo es un trabajo que sin duda podría ser productivo) siempre se resuelve en la constatación de un fracaso (tradicional desde los comienzos de la filosofía del lenguaje): el de la falibilidad de las palabras para representar directamente sus objetos pues el objeto ya en sí es un signo que se difiere en una cadena de otros signos diferentes; el miedo, como efecto de la conciencia del yo en tanto significante y, por tanto, pura ausencia de plenitud, obliga radicalmente a la consideración del vuelo como caída suspendida (“A cierta distancia del suelo árboles muertos constituyen una voz en retirada”), de la pérdida del objeto de deseo y de su restitución como incorporación de la pérdida a la esencia del sujeto:
“¿Qué melancolía es libre del cuerpo que la gesta?”
“Nada sabes de cómo un viejo boxeador sigue deseando una última pelea”,
cuando ya no hay oponente o nada por pelear.

Posdata. Ediciones Inubicalistas
Saludo el trabajo de Ediciones Inubicalistas (nombre que obedece a una parodia directa de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño) que ya cuenta con cinco títulos en casi un año de vida. Lo hago especialmente por rozar de alguna manera el tema que enmarca este pequeño texto. Frente a la desmedida mercantilización del archivo digital, infinito (sin embargo en su mismo carácter esconde su propia condena: infórmese sobre “CyberCemetery” y la clásica vinculación entre museo y mausoleo) el esfuerzo de Ediciones Inubicalistas va hacia recobrar el aura del libro y su confección artesanal, trabajo que Felipe Moncada y el mismo Arroyo realizan en su taller de Valparaíso.

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