[La crítica literaria y el presente de la poesía chilena]. Por Víctor Quezada

Javier Bello, Raúl Zurita y Cristián Gómez

Les presentamos ahora un texto escrito por Víctor Quezada que trata de abordar tres momentos elegidos como paradigmáticos dentro del desarrollo de la crítica literaria como manifestación paralela a la poesía chilena de los últimos años: desde el primer encuentro nacional de poesía durante la transición a la democracia hasta la antología Cantares: nuevas voces de la poesía chilena.



La crítica literaria y el presente de una poesía chilena durante los últimos años.

1. Hay una profunda desinformación o, para manifestar el máximo pesimismo posible, un profundo desinterés por la lectura de poesía y crítica literaria en Chile. Cuestión que redunda ya no en una posición de marginalidad, sino derechamente en “lo fuera de lugar” que está la poesía chilena actual respecto de los canales masivos de difusión editorial, mucho más si tenemos en cuenta el problema de un canon naturalizado de manera tal que la poesía en Chile se lee como un conjunto lineal y suficiente de hitos exclusivos. Sumada la ausencia de una historia de la poesía chilena y una tradición lectora, la poesía y la crítica en Chile la entendemos desde los signos de su silenciamiento. Sin embargo, sobreviven, nacen todavía y desde finales de la década de los noventa, principalmente a través de nuevos soportes virtuales.
La crítica debe ser conciente de su historia y transformaciones pues a ellas refiere siempre y sin ellas no puede llegar a producirse como lúcida y responsable reflexión sobre el presente
La posibilidad de la crítica literaria, concordamos, es atravesada por un problema profundo, el de la lectura. Pero no tan solo el que marca un desinterés por parte del público “consumidor”, sino también en la manera en que, como críticos, podemos hacer participar al lector del apasionante, muchas veces retraído lenguaje y la incómoda verdad de la literatura sin transformar el texto poético en algo exquisito, bueno para los raros iniciados a los cuales supuestamente escribe el poeta (Verónica Zondek. En: La poesía. Encuentro Nacional de poetas. Valparaíso, julio 1990).

2. Es un tópico en toda actitud crítica consignar que el problema de la lectura en Chile está internamente relacionado con las tácticas de reorganización política, social y económica llevadas a cabo por el régimen autoritario.
En el contexto de los años ochenta, la lectura y la crítica autorizada como su modalidad institucional, cumplieron la función principal de otorgar la ilusión de una cultura en movimiento, correlato de la narratividad del proyecto del neoliberalismo. El ámbito de la creación, a lo largo de un proceso de apertura del horizonte de expectativas democráticas, alcanzó su desarrollo en la disidencia: desde la coerción y marginación causas de la clandestinidad hacia la aparición de voces poéticas críticas al sistema.
Como necesario efecto de lo anterior, para los años de consolidación de la Concertación de Partidos por la Democracia, este espacio se corresponde con la emergencia de una política cultural y, de manera concreta, con la creación de un Ministerio de la Cultura y las Artes, espacio que expone su valía y vigencia bajo las ideas generales de la corrección política: signos, no obstante, productivos o monedas de cambio en el mercado cultural. Como escribiera José Joaquín Brunner hace cuatro o cinco años: en torno a los efectos del mercado en la cultura y la conducción estratégica del mercado por la política “se desarrollarán en el futuro los debates de la sociedad chilena. Estas serán las discusiones del Bicentenario” (Con ojos desapasionados… Ensayo sobre la cultura en el mercado).
Pero esta burda caracterización de un contexto no nos sirve sino para entender en qué ámbito se sitúa todo esfuerzo crítico; el que no debe desobedecer a las ideas que recibimos de las tribunas oficiales como tampoco a las más particulares del circuito de escritores que esas tribunas enmarcan. Entendemos que toda lectura del pasado implica un olvido, una memoria selectiva (en consecuencia, más de una memoria) y revisar ese pasado es una de las necesidades prioritarias en la intención de leer nuestro presente, ir hacia esa intención es una de las tareas del crítico.
En tal sentido, me gustaría, brevemente, revisar tres momentos, tres lecturas de ese pasado inmediato y común a todos quienes escribimos en el presente. Dichas manifestaciones marginales en el sentido en que no participan directamente ni quieren validar de forma explícita (al menos las dos últimas) esa modelación de la memoria son: la suma de ponencias del Encuentro Nacional de Poesía realizado en Valparaíso el mes de julio de 1990; la antología y estudio crítico de Javier Bello titulada Los Náufragos junto al trabajo crítico del poeta Cristián Gómez; y, por último, el prólogo a Cantares. Nuevas voces de la poesía chilena de Raúl Zurita, sumado a un ensayo de Patricia Espinosa sobre estas “nuevas voces”.

3. Encuentro Nacional de poesía de Valparaíso.


Como parte del entusiasmo democrático de los primeros 120 días del gobierno de Patricio Aylwin, el Proyecto de Educación para la Democracia (PRED) organizó -entre los días 11 y 15 de julio de 1990- el Encuentro Nacional de Poesía de Valparaíso, la primera instancia abierta de discusión y difusión de la poesía chilena post Dictadura militar. Cuestión prioritaria en un momento donde había que poner nuevamente en el tapete la discusión sobre la cultura, esta vez sin manipulaciones, controles o divisiones. Con un proyecto que inicialmente invitó a participar a más de 100 poetas, el encuentro reunió ponencias y lecturas de poesía en diversos escenarios tanto en Valparaíso como en Isla Negra con el propósito de reencontrarse en democracia con un lenguaje y una historia propios y distintos que los impuestos por el aparato del autoritarismo. Con el año 90 como símbolo del renacer de la cultura y de aquello oculto en las dos décadas de Dictadura, Naín Nómez en su discurso inaugural exhortaba a los poetas:
“Está claro que la tarea de los poetas es escribir, pero somos también la punta de un iceberg cuyo extremo opuesto es la paradoja social de la carencia de un lenguaje y en ese terreno nuestra labor puede tener una importancia insospechada, ya que recobrar la lengua y la palabra, es también recobrar la casa, la nación, el mundo, lo que estamos siendo”.
La intención general del encuentro es sintetizada en las anteriores palabras del profesor Nómez, pues la nación que los poetas van construyendo con su lenguaje es el rostro de una historia que “se parece a lo que quisimos ser, a lo que podríamos ser o a lo que ya no seremos jamás” (Palabras para un encuentro).
Más allá de los discursos, el énfasis sobre este lenguaje se repite alrededor de las ponencias y análisis de la situación de producción, recepción y crítica desarrolladas en el encuentro, siendo su punto de inflexión, como es obvio, la mutilación del proyecto social y político de la Unidad Popular; mutilación figurada en una situación en la que el lenguaje se torna peligroso, encriptándose las palabras frente a las evidencias de un imaginario aniquilado aunque susceptible, para el escritor Eduardo Correa, de reconstrucción desde el mismo hecho de su devastación. La actitud del hablante en la poesía de Raúl Zurita, Juan Luís Martínez, Gonzalo Muñoz y Diego Maquieira es revisada por Correa en virtud de su destrucción y necesidad de rearmarse a partir de los retazos en que el lenguaje se ha convertido. Era necesaria una actitud crítica, entonces, que asiéndose de este lenguaje lo pusiera en camino de su reconstrucción, remitiera la palabra a su lengua.
En consonancia con lo anterior, las exigencias del poeta Alexis Figueroa, pasaban por la posibilidad de des(en)cubrir la crítica como una estructura tal en movimiento que fuera capaz de integrar en su enunciación la reflexión sobre lo otro además de las reglas y procedimientos que le permiten percibir dicha otredad. Se hacía necesaria una crítica hecha a distancia del poder y surgía una exigencia: no configurar discursos que determinaran a priori el sentido de lo literario.
Así, reconoce dos polos recurrentes: uno, el del subjetivismo de la crítica diaresca, de descripción impresionista, aquel que (no nos es lejano todo este cuento) reconoce a los poetas del futuro, a los visionarios de una ínclita verdad; y, otro, el académico, en el cual veía el total encapsulamiento al que había llegado la renovación crítica perfilada en la academia hacia el desastroso final de la UP.
Estos dos modos de la crítica, respondían para él a las trabas que el poder mismo les había impuesto instalándose en sus propias estructuras. La actitud crítica necesaria para Figueroa, implicaba así, como elemento de sí misma, la conciencia de la poiesis, la percepción del devenir de su quehacer.
Estas son cuestiones que rescatamos. La crítica tiene sus armas más eficaces en las propias del discurso literario, pues la palabra es poderosa tanto para someter como para revelar el pensamiento anquilosado, la palabra –como escribiera en la misma ocasión la poeta Verónica Zondek- “tiene la audacia de trastocar el mundo, de hacerlo más vulnerable y de ayudarnos a vivir en él”.

4. Los Náufragos.

Javier BelloEl ejemplo anterior marca la tentativa de re-inauguración del pensamiento crítico con la vuelta a la democracia. Tránsito obligado –al parecer- para la aparición de un grupo de poetas muy concientes de su momento dentro del Chile de los años 90 y de su espacio dentro de la tradición literaria chilena, según es la ficción que leemos a través del discurso crítico de los poetas Javier Bello y Cristián Gómez.
Estos, sin ver como excluyente el trabajo crítico del poético, escribieron desde el afán de caracterizarse como una promoción poética abierta a tradiciones múltiples y lejanas de la ruptura y el cambio característicos de la poesía en la modernidad. El rasgo definitorio de la promoción de los 90 era, para Bello, precisamente ese, “su afirmación de existencia a través del descubrimiento del principio invariante del comportamiento poético en su relación con la tradición heredada”.
Cristián GómezCristián Gómez, por su parte, aludía a este gesto de construcción de una promoción poniendo énfasis en el mismo aspecto resaltado por Bello. Hacia el año 2000, en la reseña de La insidia del sol sobre las cosas de Germán Carrasco, nos dice que la relación de estos poetas de los 90 “con sus mayores no se limita a una reiteración de éstos, lo que ocurre, más bien, es una modificación (de espíritu y de forma)”. Deslizaba, aún, la idea de que la suerte de tal libro reseñado no dependería solo de su recepción aislada, sino que era necesario leerlo junto a un fenómeno mayor: el del conjunto de las producciones de la década de la que hablamos, para encontrar allí los marcos definitorios de un cambio expresivo respecto de los discursos poéticos precedentes en Chile.
El trabajo crítico de Gómez, como el de Bello, se situaba en su contexto y trataba de hacerse responsable de un movimiento; trabajo crítico que –importante- iba en relación con esas respuestas a la pregunta que situamos como idea base de esta reflexión: aquella por la lectura en Chile.
Ese problema es un objeto crítico, pues si se quiere hablar y, es más, hablar con responsabilidad de una poesía en un tiempo determinado, nuestro presente, tenemos que hacerlo en la medida en que pensemos en estructurar un discurso histórico de la poesía en Chile. El problema de la lectura y, extensivamente, el de la crítica, sigue siendo el silenciamiento inicial al que aludimos, ese lenguaje mutilado que es su efecto; sigue siendo, a nivel discursivo –como vemos en parte de las producciones de los poetas del 2000, especialmente en aquellos llamados novísimos chilenos- la relación con un régimen de exclusión donde los discursos culturales oficiales actuarían en función de legitimar un espacio cultural del que, por supuesto, aquellas producciones que tratan de desentrañarlo, ocupan un rol, una posición de pretensiones periféricas. La crítica, pensamos todos, es un correlato; corre aparejada a una marginalidad donde la poesía por lo general alcanza su desarrollo. Pero más importante, repetimos: la crítica es la que debe devolver el arbitrario y alucinante lenguaje de la poesía a un habla común; una de sus tareas es remitir la palabra a su lengua.

5. Nuevas voces.


No hacer caso del palmario movimiento que desde la década de los noventa viene perfilándose en las letras chilenas, no intentar siquiera hacerlo parte de un grupo mayor de lectores, sería cometer un error que históricamente la crítica literaria ha cometido respecto de ciertas realizaciones lateralizadas en su tiempo de producción por el privilegio del estudio de grandes figuras, desobedeciendo, de paso, la obvia idea (que fue uno de los descubrimientos de los poetas de la “promoción del 90”) de que aquellos grandes hitos de la poesía chilena no son sino notables excepciones al lenguaje poético nacional.
Sin embargo, y más allá de este entusiasmo, esa posible particularidad –como se entiende- no es el problema en estos momentos, puesto que no hay todavía grandes figuras. Nuestro objeto de estudio como críticos es más vasto, obedece a un grupo heterogéneo y disperso de escritores que tienen un contexto histórico como signo de una situación transversal: un Chile post-dictatorial, de transición a la democracia o de consolidación de la Concertación, como se quiera ver.
En tal sentido, quiero destacar dos de las pocas producciones críticas sobre poesía chilena joven que podemos rastrear hoy. Estas trabajan sobre premisas de algún modo complementarias; premisas referidas a dos figuras promotoras que me parece de interés observar por su situación.
Raúl ZuritaLa primera la encontramos en el prólogo a la antología de Raúl Zurita: Cantares... y se relaciona con la evolución cuantitativa de las producciones de poesía a partir de los años 90, pues nada en Chile presagiaba la “irrupción de una poesía cuyos autores no estaban contemplados”, en un momento donde todo “nos está mostrando que la poesía es hoy un acto imposible”. Esta irrupción se trataría para Zurita de una re-inauguración de la poesía chilena o como lo escribe, de un retorno a la originalidad de los poetas inaugurales, bajo el presupuesto de que todo gran creador anula a sus continuadores estableciendo un corte, corte que ahora llegaría a su fin por un nuevo brío y certeza en la poesía dentro de una sociedad mercantilizada de tal forma que ha declarado la muerte del poema.
Una premisa, así, que sitúa la tradición de la poesía como una historia organizada en relación a un final: visos de romanticismo que privilegia –a manera de certeza de un sentido para el hombre en “un mundo insolidario”- cierto antirracionalismo en oposición a los negativos valores sociales.
La crítica de literatura Patricia Espinosa, nos dice que “el pensamiento crítico en Chile está siendo devastado”. Proceso de devastación que comenzó con el silenciamiento del sujeto crítico por la violencia de un estado dictatorial, y ha sido extremado por las estrategias disuasivas del “simulacro de [la] democracia” adherido “al mito de la transición” en la historia política de Chile. Nos dice que las tácticas de tortura perpetradas por los actores “militares” de la dictadura, parecen hoy rústicas como procedimientos represivos en vista de la sofisticación del aparato de silenciamiento de los discursos críticos operado desde las esferas gubernamentales, económicas y mediáticas.
Bajo este clima de latente represión surge, sin embargo, la “esperanza” (o la exigencia crítica) de que mientras haya voces que se planteen en oposición a tales discursos, subsistirá la posibilidad de revertir la exclusión y de interferir en el campo en disputa de la cultura; voces que lucharían en contra de una naturalización de lo represivo vuelto, además, imagen de consumo, espectáculo y decoración .
Estas dos posturas enfatizan el carácter inaugural de la poesía chilena de los últimos años, sobre todo en relación a las más jóvenes producciones poéticas (identificadas hace cuatro años con ocasión del Primer Encuentro de Jóvenes Poetas Latinoamericanos POQUITA FE, como generación novísima de poesía, pero que ahora se plantea insustentable dado el carácter heterogéneo de un corpus todavía en nacimiento), describiendo un clima general de impersonalización de las relaciones sociales en los niveles ora del sentido del individuo que plantea el corte o final de un paradigma poético como una creencia en la posibilidad de un rediseño de la historia por la voluntad humana, ora de la participación de la poesía dentro de un indiscriminado silenciamiento político-cultural, que mientras se plantee como discurso disidente, disconforme y crítico adquiere la virtud de resistir al aparato normativo. Lo preponderante en estas perspectivas es la apuesta por la diversificación del panorama poético de Zurita y el trabajo por una re-configuración del sujeto crítico, sustraído de las estables y anquilosadas organizaciones generacionales y paradigmáticas ya ineficientes que Espinosa muy bien expone.

6. La crítica, concluimos, debe ser conciente de su historia y transformaciones pues a ellas refiere siempre y sin ellas no puede llegar a producirse como lúcida y responsable reflexión sobre el presente. Conciente del trabajo conjunto de las memorias nacionales (reconociendo que no hay algo así como una memoria unilateral), a distancia del poder, lo que implica, en la práctica, que no debemos construir discursos que determinen a priori la pluralidad de sentidos del texto literario como tampoco la compenetración entre los lenguajes de la crítica y la poesía. Tal es la construcción que los sujetos implicados en esta reflexión, pugnan por configurar, el desarrollo, finalmente, de una crítica capaz de entender la multifacética concreción de la poesía.

Conclusiones para una crítica:
- Cambio en el acercamiento a la tradición: diversificación del canon.
- Modalidad: compenetración entre lenguajes de la poesía y la crítica.
- Exigencia: una crítica a distancia del poder.
- Tarea: reconstrucción del sujeto crítico, examen de memoria unilateral.



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