[La enfermedad del regreso. Material mente diario, de Alejandra del Río]. Por Lorena Amaro

Lorena Amaro, profesora de estética de la Universidad Católica de Chile, nos presenta Material mente diario, tercer libro de la poeta chilena radicada en alemania Alejandra del Río. Las temáticas del viaje retrospectivo e interior, así como el viaje físico del "exilio", configuran la enfermedad del regreso.

La enfermedad del regreso. Material mente diario, de Alejandra del Río

Rastrearle orígenes a la poesía, hacerla anteceder al lenguaje y la cultura, observarla con recelo para despedirla rabiosamente de las plazas, proclamarla anomalía, hacerla mirar al tiempo, recuperarle el espacio, enfermarse de ella y quizás, como plantea Alejandra del Río en “Fábula”, poema de apertura de Material mente diario (Cuarto Propio, 2009), morir y nacer en sus ciudades, son todos gestos de una larga comedia ejecutada por muchos actores, algunos de ellos rabiosos, excesivos; otros, heridos, precarios, enfermos. Y por qué escribir esto. Quizás porque he leído desde la década pasada los textos de la autora y constato en ellos la negación, pero también las obsesiones, la construcción de un sujeto megalómano y a la vez huidizo, errático, que traviste el mandato bíblico y la frase bruñida en modestas y domésticas agonías y gruñidos. Hay enfermedad, realmente, enfermedades sádicas y masoquistas, enfermedades que le impiden oír el rumor (“el parloteo desconocido”) de las cosas y hablarlo, decirlo, porque está “condenada al braille y al babeo” (“Rangoon 2000”). Finalmente, porque todo regresa, y pienso que se pasea por las edades heroicas y bastardas de la poesía, y por sus teorías, y por las tradiciones (entre ellas, por supuesto, la difícil tradición chilena), y por los callejones de salida de las tradiciones, y por ciudades lejanas como Berlín o Praga, o por ciudades simbólicas, como Sión, pero regresa, y regresa, y regresa a sus lugares como animal herido para enunciar un poema agónico en el cuarto de su infancia. Y vuelve a salir. Y retorna, herida.
Material mente diario, como un presentimiento de lo que vendrá, en un tren que avanza por tierras pobladas de vestigios, hacia otras tierras igualmente pobladas de vestigios.
"EN EL LÍMITE del lenguaje me canso", cita a Rodrigo Lira, suscribiendo la enfermedad poética, la exasperación de las palabras divorciadas de las cosas. Propone la construcción de un lugar en que ha ido engastando versos propios y ajenos, la cornisa móvil del lenguaje (visible en éste y otro libro suyo de hace ya quince años, El yo cactus) donde se desencuentra con el mundo cotidiano, el de las cosas mudas e intransitables, el de la materia obstinada que a Neruda, muy presente en estos versos (así, por ejemplo, en el poema titulado “Rangoon 2000” o en “Simultánea y remota”), se le apostaba, por allá por los años 30, como un muro. El título es preciso, Material mente diario, tres palabras que apuntan a tres instancias o localizaciones de la producción poética, y que se pueden leer “materialmente diario”, enfatizando así la interrogación cotidiana a las cosas que activan el ejercicio escritural. Y éste es un punto remarcable en su trabajo: observar y decir esa materia son tareas en sí mismas igualmente suficientes y corporales. Quizás tan interesante como leer en el texto un producto acabado, sea atender a aquellos diez años de gestación, de tientos registrados en páginas de poesía y en sus propios blogs, en que se constatan el ensanchamiento de algunos verbos, las tachaduras drásticas, el cuerpo a cuerpo de la escritura. En los últimos años, la poeta ha derivado además hacia la performance, la búsqueda escénica, ejecutando un arco, un viaje desde la materia hacia la materia. “La mano y no el gesto hay que atrapar” (Escrito en braille, 1998). La voz, convocando las múltiples voces del texto. La poesía devuelta al acontecimiento.
El poemario presenta la materialidad de la propia escritura: la mesa, la mano, los pies, la ventana, coordenadas que lo atraviesan pero sin cercarlo. La mesa de la escritura, pero también de las operaciones (que a veces curan pero que también dan muerte) y de los encuentros azarosos en la tradición poética moderna; la mano que ejerce su fuerza pero también su afecto por amores de sangre y de libros; los pies que vagan buscando ciudades reales e imaginarias desde su primer poemario, en que citando a Kavafis, escribía ya su condena: “La ciudad te seguirá”; la ventana abierta hacia fuera y hacia dentro, dos límites desde donde despegar al infinito. El recorrido por un cuerpo que percibe cómo “las cosas se desprenden de sí mismas / independientes de mi piel” y cómo ellas se ríen, excluyéndola. Enfrentarlas es una lucha cotidiana, “lo trabajoso de cada día / coserse a la estampa de las cosas” (“Rutina de presencia”), con la única tregua del sueño en que ellas son, por fin, “su propio fundamento”.
Alternan, como he dicho, diversas voces poéticas, identificadas con un yo femenino que enuncia consecutivos destierros. Ha sido “desterrada a la apariencia”, y en el poema “En la gruta”, ella y otro, ella y los otros, han sido “desterrados a la sed”. El suyo es también destierro de Chile, cuando, significativamente excluida e incluida por el muro de un psiquiátrico, lo describe como “un desierto largo y angosto de humanos alienados” (“El muro”), largo y angosto como el Chile de la infancia al que se pregunta cuándo volverá. El muro de fácil polisemia es “cornisa donde pasea la palabra”, es enfermedad, “dolencia”, “peste”, pero es también la suma impenetrable de un país.
En el poemario se instalan diversas lenguas, desde la anciana y solemne de poemas como “Arribé a Sión” o “El cielo de Berlín”, a las que invitan a merodear lo íntimo y concreto: “¿Te acuerdas de mí / la que reveló tus pies / tus verdaderos pies / tus pies en la tarde cotidiana?” (“Dedos de yerba”). La desafiante voz de “Justificación y rebeldía” —“No hay por qué llorar sobre el semen derramado”—, la que instala en líneas hermosas, casi inaudibles, el fracaso amoroso: “Tú no tienes idea lo que es mirarte desde lejos / disimular bajo la falda los carbones que sobraron…” (“En el ojo del huracán”), la que se cose a sí misma los sentidos y se imbuncha, con una “plateada aguja ancestral”. La que se hace cosa, “engendro” (“El Imbunche”).
Así la autora va trazando los escenarios del yo, que en su primer poemario se erigía experimentalmente, a través de negaciones que pienso quedarán inscritas en nuestra memoria poética: “Yo no soy moderna / o tal vez lo soy”, “Yo no tengo la faz blanca”, “Yo no oro a un dios hallado” (El yo cactus). Su búsqueda alcanza en esta entrega más profundidad, tocando otras experiencias, expandiéndose a las travesías y las luchas de los otros, su relación con el tiempo y la memoria, “la leche del mundo” compartida con un hijo (“1º básico”). Hay colectivos que se desplazan en sus diarios de poesía, un nosotros que bulle en su memoria. Nosotros y memoria, palabras que ya casi no parecen significar, demasiado expuestas, pero con las que toda crítica está siempre en deuda, como con el Chile reciente, que ya no es tan reciente o que quizás sigue siendo el país de infancia del hermoso poema “Simultánea y remota”, en que se produce un hallazgo que trasciende la búsqueda personal, e impacta de manera muy especial a quien lo lea: “Tengo ocho años y si cumplo cien / seguiré teniendo ocho años”, revelación de una niñez desprovista de inocencia, cercada por sociales formas del espanto. Chile de los ochenta. Y Alejandra, que regresa, y regresa, y regresa.

Lorena Amaro. (Santiago de Chile, 1971). Profesora del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, realizó sus estudios de Doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Es editora y coautora del libro Estéticas de la intimidad (Colección Aisthesis, 2009) y ha publicado en diversas revistas nacionales y extranjeras, como Variaciones Borges, Revista Chilena de Literatura y Debats. Revisa su blog: Una novela ausente.

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