[Cortezas de Francisco Leal]. Por Pablo Torche.
El narrador chileno Pablo Torche ha querido contribuir con el blog de crítica literaria La Calle Passy 061 con una reseña de CORTEZAS, libro de poesía de Francisco Leal (Santiago de Chile, 1977), recientemente publicado por Ediciones Tácitas. Sus filiaciones con el objetivismo norteamericano y la significación que le cabría dentro del "balbuceante panorama de la poesía nacional", de mano de una prolija lectura de sus imágenes, configuran esta reseña.
Cortezas de Francisco Leal (Ediciones Tácitas, 2009). Por Pablo Torche.
El título de este libro alude a capas sucesivas, superficies superpuestas y desprendibles que se abren paso hacia una profundidad creciente, y ése es en realidad el lado más débil de Cortezas, el nuevo libro de poesía de Francisco Leal. En vez, consigue con propiedad algo de lo que muchos poetas se enorgullecerían: presentar con originalidad encuadres, instantáneas, imágenes de una rutina cotidiana, alejada de cualquier sentimentalismo y en general algo batética [que van de lo sublime a lo trivial], en la cual se entromete muy pocas veces el yo, un yo que es siempre vago, retraído, casi ausente.
El mundo retratado por Cortezas es uno hecho de eventos o situaciones capturados casi al azar, extraídos de una vida desolada de grandes expectativas o ideales y permeada por un tono emocional poco efusivo, a ratos más bien gélido. El ejemplo más extremo de esta tentativa, si bien no demasiado logrado a mi juicio, es el que se encuentra en ‘Folie à deux’:
Pásame el cuchillo, amor.
El mío no corta.
La carne está exquisita.
Un poco cruda,
como me gusta.
A ver, déjame probarla.
Deliciosa.
La utilización de un habla más bien coloquial y la sugerencia de una significación oculta o implícita, son rasgos que no se repiten en el resto del libro. Pero persiste la intención de rescatar poéticamente momentos perdidos en el azar del flujo cotidiano. Esta preferencia sensible por lo mundano derrapa con frecuencia en una afición por lo sórdido. En ‘Ojo’ ‘un chorro / de orina le cae encima’ a un insecto en medio de la bañera, en ‘Mordisco’ se recupera en una descripción cruda y casi cruel del evento de masticar una fruta, en ‘Leche’ se retorna al baño para centrarse esta vez en la defecación, un tema recurrido:
el inodoro blanco
acoplado a las piernas
succiona de los glúteos
como extractor
igualmente blanco
con que se saca leche
y almacena.
El desafío de construir un lenguaje poético que capture estos momentos y sea capaz de transmitirlos en una dimensión estética constituye desde mi punto de vista la principal apuesta del libro, y su forma de insertarse en el desprotegido y a veces balbuceante panorama de la poesía nacional. En este sentido, Leal ofrece una poesía centrada en una descripción objetiva, que se sitúa en la línea de George Oppen –poeta neoyorquino de quien Leal ha sido traductor–, así como de otros herederos del objetivismo norteamericano. El resultado, en los poemas más débiles, se acerca al intento algo ingenuo de los imaginistas de principios del siglo XX, de hacer una “poesía sin retórica”, como ocurre con ‘Las espinas agudas, fuertes y feroces’. En los más logrados, este esfuerzo por capturar sin aspavientos ni idealizaciones una realidad esquiva y aparentemente degradada, se transforma en una exploración de la forma en que se configuran las imágenes, en una especie de poética de la mirada, o más concretamente, del ojo.
Aparecen así distintas formas de mirar, poemas atravesados por pantallas, transparencias, superficies de vidrios y ventanas. Pero más que todo, aparece el ojo mismo, tematizado como órgano, actuando como centro para las imágenes más potentes y sirviendo en general de vehículo para una cierta sensación de violencia o crueldad. "Ojos desaguados’"en ‘Hombres de sal’, un ojo que eclosiona y del cual “surgen fauces dentadas, colmillos” en ‘Huevo’, ojos de los que “cae esperma” en ‘Brote’. A través de este estudio de las formas de mirar se expresa un intento de salir al encuentro de la realidad, intento que se ve a veces obstruido, a veces amenazado, y en el cual se cuelan, por lo general, algunos sentimientos. En el fondo, esta indagación de la mirada parece ser la única forma lícita que encuentra el poeta para sacar a la luz una lucha y una pasión, en un mundo aparentemente vaciado de ambos. Esto se refleja con gran intensidad en ‘Arranque’, donde, a pesar de un uso más bien espontáneo del interlineado, se consigue expresar con fuerza la experiencia de un ojo que es a la vez dolor y a la vez deseo:
Recortar esos ojos como sea
Sacarlos de la foto
Arrancados con brutalidad
Pegarlos en la noche
como se pegan los ojos de la bestia hambrienta
dejando la marca irreparable
de la tijera
el filo del cuchillo
que los arranca
del papel fotográfico.
El gran riesgo de una poesía de este tipo es el apego excesivo a la superficialidad de la experiencia, que puede terminar volviéndola carente de pasión, tanto en su acepción de impulso y deseo, como en el más literal de sufrimiento. La oportunidad es la de descubrir una experiencia más fiel a la sensibilidad original y propia de los tiempos que corren por medio del desprendimiento de sentimentalismos viciados y añejos. Cortezas que recubren y ocultan, en suma, o cortezas que muestran, que revelan.
El mundo retratado por Cortezas es uno hecho de eventos o situaciones capturados casi al azar, extraídos de una vida desolada de grandes expectativas o ideales y permeada por un tono emocional poco efusivo, a ratos más bien gélido. El ejemplo más extremo de esta tentativa, si bien no demasiado logrado a mi juicio, es el que se encuentra en ‘Folie à deux’:
Pásame el cuchillo, amor.
El mío no corta.
La carne está exquisita.
Un poco cruda,
como me gusta.
A ver, déjame probarla.
Deliciosa.
La utilización de un habla más bien coloquial y la sugerencia de una significación oculta o implícita, son rasgos que no se repiten en el resto del libro. Pero persiste la intención de rescatar poéticamente momentos perdidos en el azar del flujo cotidiano. Esta preferencia sensible por lo mundano derrapa con frecuencia en una afición por lo sórdido. En ‘Ojo’ ‘un chorro / de orina le cae encima’ a un insecto en medio de la bañera, en ‘Mordisco’ se recupera en una descripción cruda y casi cruel del evento de masticar una fruta, en ‘Leche’ se retorna al baño para centrarse esta vez en la defecación, un tema recurrido:
el inodoro blanco
acoplado a las piernas
succiona de los glúteos
como extractor
igualmente blanco
con que se saca leche
y almacena.
El desafío de construir un lenguaje poético que capture estos momentos y sea capaz de transmitirlos en una dimensión estética constituye desde mi punto de vista la principal apuesta del libro, y su forma de insertarse en el desprotegido y a veces balbuceante panorama de la poesía nacional. En este sentido, Leal ofrece una poesía centrada en una descripción objetiva, que se sitúa en la línea de George Oppen –poeta neoyorquino de quien Leal ha sido traductor–, así como de otros herederos del objetivismo norteamericano. El resultado, en los poemas más débiles, se acerca al intento algo ingenuo de los imaginistas de principios del siglo XX, de hacer una “poesía sin retórica”, como ocurre con ‘Las espinas agudas, fuertes y feroces’. En los más logrados, este esfuerzo por capturar sin aspavientos ni idealizaciones una realidad esquiva y aparentemente degradada, se transforma en una exploración de la forma en que se configuran las imágenes, en una especie de poética de la mirada, o más concretamente, del ojo.
Aparecen así distintas formas de mirar, poemas atravesados por pantallas, transparencias, superficies de vidrios y ventanas. Pero más que todo, aparece el ojo mismo, tematizado como órgano, actuando como centro para las imágenes más potentes y sirviendo en general de vehículo para una cierta sensación de violencia o crueldad. "Ojos desaguados’"en ‘Hombres de sal’, un ojo que eclosiona y del cual “surgen fauces dentadas, colmillos” en ‘Huevo’, ojos de los que “cae esperma” en ‘Brote’. A través de este estudio de las formas de mirar se expresa un intento de salir al encuentro de la realidad, intento que se ve a veces obstruido, a veces amenazado, y en el cual se cuelan, por lo general, algunos sentimientos. En el fondo, esta indagación de la mirada parece ser la única forma lícita que encuentra el poeta para sacar a la luz una lucha y una pasión, en un mundo aparentemente vaciado de ambos. Esto se refleja con gran intensidad en ‘Arranque’, donde, a pesar de un uso más bien espontáneo del interlineado, se consigue expresar con fuerza la experiencia de un ojo que es a la vez dolor y a la vez deseo:
Recortar esos ojos como sea
Sacarlos de la foto
Arrancados con brutalidad
Pegarlos en la noche
como se pegan los ojos de la bestia hambrienta
dejando la marca irreparable
de la tijera
el filo del cuchillo
que los arranca
del papel fotográfico.
El gran riesgo de una poesía de este tipo es el apego excesivo a la superficialidad de la experiencia, que puede terminar volviéndola carente de pasión, tanto en su acepción de impulso y deseo, como en el más literal de sufrimiento. La oportunidad es la de descubrir una experiencia más fiel a la sensibilidad original y propia de los tiempos que corren por medio del desprendimiento de sentimentalismos viciados y añejos. Cortezas que recubren y ocultan, en suma, o cortezas que muestran, que revelan.
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