[Playas de Fuego de Bárbara Délano: Una lectura contra la muerte]. Por Carolina Melys


Bárbara Délano (1961-1996) nació en Santiago de Chile. Estudió literatura hispánica en la Universidad de Chile y luego se tituló de socióloga en Universidad Autónoma de México. A los diecisiete años publicó su primer poemario México-Santiago. En 1984 edita su segundo libro El rumor de la niebla. Fue becaria del primer taller de poesía de Fundación Neruda. Murió en un accidente aéreo frente a las costas de Lima. Su cuerpo nunca fue encontrado. Playas de Fuego fue publicado de forma póstuma en 1997.

Playas de Fuego de Bárbara Délano: Una lectura contra la muerte

1. Los últimos días he estado leyendo la poesía de Bárbara Délano y es imposible no soñar, ante el inminente viaje de un familiar a Perú, con la caída de su avión una y otra vez. No está de más decir que los sueños siempre despertaron obsesión en ella.
Leo Playas de Fuego (1997) y me pregunto, ¿es que acaso su poética no puede desligarse del accidente que la llevó a la muerte?
Si bien su poesía no ha sido ampliamente estudiada, las pocas lecturas que han aparecido de su obra no han logrado desprenderse del halo de su muerte. En esta línea, Mario Milanca Guzmán hace un análisis de El rumor de la niebla (1987), entendiéndola solo en términos visionarios, negándole de alguna manera la palabra propia al texto. No voy a negar que su poesía puede leerse desde su muerte, o más bien desde La muerte. Nada escapa a la muerte (La muerte acecha, 1999 Mario Milanca moría en un accidente aéreo).
Escribo estas líneas, entonces para escapar a los sueños de muerte, a las interpretaciones que ajustan esta poesía a moldes caprichosos en tanto surrealistas (vida y obra confluyen en una sola gran poética), ahogándola. Escribo estas líneas para que el discurso poético de Bárbara Délano tenga la palabra, y no su muerte.

2. Playas de fuego exhibe la búsqueda de la palabra perdida. A través de un caleidoscopio –que no es más que el agua- registra las historias del puerto y la playa, la arena y el mar. Sueño y realidad se confunden en un discurso que busca desesperadamente la huella que no deja (no hay huella aquí / tal vez sea cierto que nunca estuvimos). Más de una voz aparece en su poesía –ora una niña, ora mujer- en un gran y único poema que conforma este libro. A partir de alusiones tan diversas como son las bíblicas o las que refieren a la dictadura, va buscando el paraíso, pero el paraíso tiene muchos nombres. Este es el escenario y es también el objeto de su discurso.

3. La búsqueda del paraíso no es otra cosa que la necesidad de la palabra adánica, otra ciudad donde las palabras nombraban a las cosas. Edén que la poetisa visualiza en una imagen maravillosa, que escapa a todas las demás imágenes del poema, el Jardín de los duraznos nevado que se vislumbra al final del caleidoscopio:
Estábamos sentados en el Jardín
Caía nieve sobre los duraznos desnudos
Te dije tal vez sería posible vivir allí para siempre y tratar de
Ser buenos en el rincón donde Dios nos pertenece todavía.
Esta imagen atraviesa todo el poema, se cuela entre lo grotesco de la vida del puerto y las propuestas reaccionarias ante un sistema impuesto –no solo el dictatorial, sino el de la palabra-. Una imagen prístina, la evocación del paraíso. El Jardín de duraznos se constituye como el espacio otro, una heterotopía donde la poetisa instala el objeto deseado. Este topos evoca fuertemente las imágenes de oriente, desarticulando el discurso occidental donde prima la palabra moderna (entendiendo por moderno el discurso argumental, siguiendo a Walter Benjamin, una y otra vez). Imagen oriental que instala la muerte en el motivo clásico de la nieve, todo cubierto de blanco, desterrando de alguna manera el negro enlutado de nuestro imaginario.
Este espacio que aparece y desaparece no logra estabilizarse en el discurso, se hace recuerdo, se borra: en la nieve las pisadas no dejan huella.
Entonces sólo tendremos el recuerdo de la tarde
En que nos amamos bajo la nieve de un Jardín que
Existe para siempre.
Dios interpelado no como discurso oficial, sino como palabra creadora. Pues no hay nada tan miserable como la ausencia de Dios en esta casa sin Padres.
En los últimos párrafos, el discurso vuelve sobre el Jardín, lo nunca alcanzado, el imposible. Ese Jardín que se vislumbra en las imágenes, pero se deshace en la palabra una y otra vez. Escapa no sólo al trazo, sino a la voz:
allí donde quedó el eco suspendido
de lo que no alcanzamos a decir (…)
allí quedó la nieve cayendo para siempre
sobre el Jardín de los duraznos desnudos
como queda un instante el hálito
sobre la límpida superficie del espejo.
El aliento se expande en la superficie y desaparece semejando el movimiento de las olas en la orilla. Borrando todo rastro.

4. Las playas de fuego, de alguna manera, constituyen la inversión del espacio deseado, el Jardín. En el mar, la nieve es ardiente y los copos de nieve se hacen ceniza en un sitio quemado. Una lectura desatenta podría decir que Bárbara se encuentra donde siempre soñó estar: en el mar. Pero en su poesía, el mar es el espacio de la indistinción, un desierto de la palabra, la mudez absoluta. La muerte no es la física, sino la muerte de la voz. 
Si bien en el poema se refiere en un par de ocasiones a dejar hablar al mar, a escuchar lo que el mar dice; expresa asimismo que la palabra no se encuentra en la ciudad, ni en la colina, ni en el fondo marino de las visiones. Entonces se pregunta en la mirada de otro ¿hay silencio en el fondo del mar?. La respuesta no es más que silencio, pues no hay soporte para el trono de los elegidos, los poetas.
Teniendo presente que las palabras sólo designan relaciones lingüísticas, todo lo que se pueda escuchar es palabra vacía. Todo lo que se pierde va a dar al mar, dice en el poema, y se sienta a escuchar a sus hermanos muertos, pero al final nos revela la gran verdad: el mar no habla la lengua de los muertos. El mar representa la clausura de la palabra, el espacio donde queda encerrado el discurso, constituyéndose solo como el reflejo y rebote del cielo, pura ilusión.

5. Es de esperar, entonces que aquellos ruegos que piden fervorosos por el descanso de Bárbara en el mar sean desoídos. Y que aquellas lecturas que se solazan pensando en que su muerte en el mar cumplía con su deseo sean puestas en crisis. Playas de Fuego exhibe el ardiente deseo de encontrar el Jardín de los duraznos desnudos, donde la palabra no está apenas, sino en plenitud. Espero que haya dejado ya el mar, -donde los muertos hablan, pero no son escuchados-, pues su poesía tiene mucho que decir aún. Bien lo señala en el epígrafe: Los muertos no nos rehabilitarán. Sólo el vislumbrar esa imposibilidad puede ser el comienzo de la rehabilitación.

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Comentarios

V. dijo…
Carola, me encantó tu nota. Precisa, preciosa y absolutamente sugerente. Felicitaciones a ti y alos de La calle Passy 061, encunetro que la página está incríble.
Abrazos.
Vicente

http//:diariodesaintlouis.blogspot.com
Mmm... el Jardín de los duraznos desnudos, que belleza, seguro no solamente la palabra habita ahí en plenitud, también un innombrable contentamiento arrobadoramente iluminador.
Lo que más me gusto de tu pequeño ensayo, es que en él estabas tú, hasta diría que casi es más revelador de ti que de Bárbara. Entonces, por un momento, el otro mar, aquel que separa al lector de quien escribe, se abrió como otras antiguas aguas míticas, y me sentí cruzar hasta tu orilla. Gracias.
IMC
mirantra dijo…
Interesante analogía entre la palabra escrita y la propia existencia. Es casi indisoluble, incluso cuando presagia.

Saludos !
Carola Melys:

Una novela que escribí de cierto modo también te pertenece. Cómo me resultaría acceder a ti?

El honor de siempre,
M.P.