[La sonrisa del hombre invisible: Rubén Jacob y su Poesía completa]. Por Ismael Gavilán

Rubén Jacob, poeta nacido en Santiago, pero que vivió gran parte de su vida en la Región de Valparaíso, ha sido, como escribe Ismael Gavilán en el siguiente testimonio, un "secreto a voces" para distintas generaciones de poetas chilenos. Autor de tres libros: The Boston evening transcript : variaciones sobre un poema de T.S. Eliot (1993), Llave de sol (1996) y Granjerías infames (2009); la editorial de la Universidad de Valparaíso ahora reúne su obra poética completa.

La sonrisa del hombre invisible: Rubén Jacob y su Poesía completa

Nunca pensé que en noviembre de 2009, invitado a dar una lectura en la Universidad Viña del Mar, sería la última vez que vería y hablaría con Rubén Jacob. En Youtube hay un registro de parte de aquella lectura de Rubén, tal vez con un audio poco feliz, pero donde se puede distinguir su voz, algo apurada, leyendo poemas de The Boston Evening Transcript y de Granjerías infames. Tal vez por el calor de fin de año, quizás por lo inhóspito de la sala, tal vez por un atraso excesivamente largo que hizo que esa lectura comenzara muy a destiempo, el asunto es que Rubén después de leer andaba de no muy buen humor. Su ironía lo demostraba a quien se le acercase, pero de todas formas nunca manifestó su incomodidad de modo explícito. Lo importante era estar con los amigos. Después de todo, con un gesto muy de él, esa ironía se desplazó hacia sí mismo y tuvo como objeto sus propios poemas: ante el desfase de la edición de Granjerías infames que estaba bajo el cuidado del editor Patricio González de Altazor, Rubén de un modo muy característico, empezó una curiosa perorata, un monólogo más bien, donde se preguntaba cuán problemático sería editar sus poemas completos, quién tendría el valor de llevar a cabo semejante tarea y qué dificultades esperaban a tan avezado como improbable filólogo. Meses después de aquella conversación –que jamás sospechamos sería la última– Rubén Jacob fallecía en el invierno de 2010.


Con el correr de los meses y de los años, quienes de una u otra manera rodeamos amicalmente al poeta de Llave de sol sabíamos que su obra, tarde o temprano, ampliaría el conocimiento de los iniciados o de los curiosos atraídos por excentricidades. Por lo demás, dar cuenta de los implicados en la difusión, comentario y valoración de la poesía de Jacob, sería dar cuenta de varias generaciones de lectores cuya principal característica sería la fidelidad y el asombro. Hay un primer círculo de lectores de Jacob, aquellos que desde el principio supieron de sus afanes con la escritura y que contribuyeron con su palabra, consejo, opinión y sugerencias a validar lo que se podría haber creído un capricho de abogado semi-retirado. Entre ellos y de los primeros, Juan Luis Martínez. Pero también, algunos menos conocidos como Luis Bork, Luis Mardones, Carlos León, Jorge González Mancilla, Antonio Pedrals. Luego vendrían algunos poetas y editores “jóvenes” que a fines de los años ochenta y principios de los noventa contribuyeron a que esta poesía ampliara su ámbito de circulación: Marcelo Novoa, Luis Andrés Figueroa, Sergio Madrid. Fue precisamente el poeta y editor Marcelo Novoa quien gestionó la primera edición de The Boston Evening Transcript en 1993 cuya publicación catapultó a la poesía de Jacob a ese indefinido, pero atractivo reino del así llamado “secreto a voces”: sus lectores se acrecentaron en espacio y geografía. Desde EEUU, Pedro Lastra y Miguel Gomes acusaron recibo de tan peculiar libro. A su vez, "el Boston" –como era llamado coloquialmente entre los amigos el libro de Rubén– ganó entre nosotros, lectores diversos y expectantes: Marcelo Pellegrini, Cristian Gómez Olivares, Cristian Cruz, Eduardo Jeria, Carlos Henrickson, Jorge Polanco, Alejandro Cerda, Luis Riffo, Sergio Muñoz Arriagada.


Si la publicación en 1993 de The Boston Evening Transcript fue un descubrimiento, la posterior publicación de Llave de sol en 1996 y de Granjerías infames en 2009 fue la confirmación de un poeta que pasaba de ser secreto para un puñado de amigos a convertirse en una especie de patrimonio intangible de nuestra imaginación porteña y en una referencia ética acerca de cómo asumir la escritura respecto al poder, respecto de la insidiosa farándula del siempre tentador posicionamiento y las implicancias de la memoria en nuestro devenir como seres humanos. Así, a fines de los noventa y durante la primera década de 2000, lo asombroso –para mí al menos– no era tanto la eventual recepción –o más bien el pertinaz mutismo– acerca de la poesía de Jacob por parte del establishment académico-literario, cosa que a Rubén le tenía muy sin cuidado y para lo cual no se guardaba ironías, sino la curiosidad, entusiasmo y posterior fervor –en ese orden– que iba provocando en varios jóvenes como Gonzalo Galvez, Diego Alfaro, Rodrigo Arroyo, Francisco Vergara, Antonio Rioseco, Mariela Trujillo o Enrique Winter, por ejemplo, y que desde siempre ha constituido la mejor toma de pulso y prueba de fuego respecto de cualquier obra literaria: su lectura inteligente por parte de los creadores jóvenes. Creo que en ese gesto, entre otros, anida la eventual perdurabilidad de una obra.
Perdonará el lector estas rememoraciones traídas a colación en estos párrafos, pero creo imprescindible dar cuenta de estos nombres –y de varios otros que omito por fallas en mi memoria y conocimiento– y de esas anécdotas como un marco dentro del cual es posible entender la aparición de la Poesía completa de Rubén Jacob bajo el sello editorial de la Universidad de Valparaíso. Con un esclarecedor prólogo de Marcelo Pellegrini y un pertinente epílogo de Jorge Polanco, esta publicación ha sido, probablemente, uno de los principales hitos editoriales, en lo que refiere a poesía, acontecidos el año recién pasado. Con esta publicación, lo que era un secreto a voces ha explotado en una edición cuidada y de distribución nacional: ya nadie podría decir que desconoce esta poesía o negar su existencia como mero mito. Los poemas de Jacob están ahí, circulando entre lectores que tal vez él jamás imaginó y donde la aventura de ese “orden sigiloso” que rememora cada una de sus palabras ya no es un laberinto inaccesible, sino un camino por recorrer.


¿Qué hay en esta poesía que la vuelve cercana y entrañable para quien accede a sus palabras?, ¿cuál es su poder de seducción para quien desee ser seducido? Más allá de la calidad humana de Rubén Jacob que se nos presentó a varios como una presencia cálida y cercana en su humanidad reservada, irónica, de un temperamental y sugestivo humor, a veces negro y pesimista y otras cargado de un infantil requiebre de risueñas alusiones escatológicas, se advierte para cualquier lector atento que sus poemas no reflejan ni se definen por su biografía –algo oscura, provinciana y sin ningún pathos o glamour relevante– cosa que puede tal vez dejar a alguien entre perplejo y callado. Pero eso no ayuda mucho a esclarecer estas preguntas. Partiendo por lo más obvio –que no es necesariamente algo que sea prioritario para un lector– sin duda que el lenguaje de la poesía de Jacob es un lenguaje culto, adiestrado en un humanismo de estirpe clásica –la literatura, la historia, el derecho–, pero sin caer en afectaciones estilísticas de manierismos superficiales o efectistas. Tampoco es un lenguaje que se preste para experimentos o transgresiones formales. A lo sumo es posible apreciar un pertinaz equilibrio entre ciertos hábitos lingüísticos traídos a colación desde la oralidad cotidiana, pero sin el afán de desfondar al poema como una red zurcida a la fuerza. Se hace inevitable apreciar que en esta poesía existen algunos giros heredados del habla –gerundios, frase hechas, cierta retórica conversacional que vuelve al poema una especie de registro narrativo de experiencias–, pero todo ello no llega, ni menos se aproxima, a los extremos de una poesía que haga del coloquialismo o de la articulación de un repertorio naturalista del habla, su fuerza principal. Por lo demás, ese lenguaje culto, se resguarda y distancia de sí mismo cuando se autoironiza, es decir, en tanto incluye no solo un descomunal imaginario de “alta cultura” respecto a alusiones filosóficas, literarias y musicales, sino también en lo referido a incluir una serie de imágenes, efectos, personajes y situaciones que podríamos llamar de la “cultura pop”: esas instancias donde Borges y Obdulio Varela se dan la mano al interior del poema, donde el ajedrez y el fútbol, por ejemplo, no van a la zaga de las más sofisticadas alusiones a Alban Berg o a Walter Benjamin. Pero más allá de constatar estas “condiciones materiales” de la poesía de Jacob, es pertinente, a partir de esto mismo, dar cuenta de otras cosas, quizás más sutiles, aunque no menos significativas y que, me parece, son necesarias para poder entender el porqué de esta entrañable cercanía con la que esta poesía nos invita y seduce.

El lenguaje de la poesía de Jacob se traduce en un peculiar modo de asumir el ritmo. Bajo esta idea en los poemas de Jacob tampoco se nos seduce por la musicalidad, eufonía o llaneza rítmica proveniente de la ondulación sensual de la sinestesia o por la gimnasia verbal de la estructuración sintáctica de los versos. En este sentido, Jacob está a las antípodas de un poeta como Gonzalo Rojas, por ejemplo. Su “respiración verbal”, por decirlo así, no es la de un cantor o de un asmático que lucha para encontrar la expresión: es más bien un fluir prosaico que ve en ese mismo fluir su “expresión”. Por eso, nada más alejado en esta poesía que la necesidad de incitar por los sentidos. Al contrario: el ritmo de estos poemas es un requiebre adusto de toda musicalidad, es un ritmo que alude más a la prosa que a la música, no solo por el efecto otorgado por el uso tan peculiar en Jacob de la “música de la conversación” en referencia a Eliot o a Parra, sino por lo tajante, imprecatorio y disgregador de su discurso. Esta es una poesía que se pone frente tuyo y te dice: “conversemos”. Y en aquel gesto hay una intención de hacernos reflexionar por el cauce material de las palabras que se van dando en una secuencia que no tiene la pretensión de hacernos sentir fuera del mundo. Para nada: como pocas, la poesía de Jacob nos adentra en el mundo. Un mundo en falta, lacerante y lacerado, herido, un mundo dolido por la violencia y el sinsentido, por el olvido y la desmemoria. De eso no cabe duda e iluso sería pensar lo contrario. Lo curioso de todo esto, es que esta poesía lo hace como solo la buena poesía es capaz de hacerlo: sugiriendo, matizando, poniéndonos contra la pared del sentido, pero sin el gesto estrafalario de la metaforizacion excesiva, ni tampoco utilizando un lenguaje destruido en sus desgarros incomunicativos, ni menos exigiéndonos algo con ese tono perentorio que es tan característico de nuestra época. No, esta poesía invita a conversar y a través de eso, a reconocernos. Por eso, tal vez, su atractivo radica en el gesto entrañable de establecer una comunicación que se aleja del mundanal ruido, sin hacernos abandonar la mirada de reojo tras la puerta del bar en donde, por la calle, pasa la violencia desquiciada que nos hace palidecer. Esta poesía invita a conversar. Primero y ante todo, con nosotros mismos. Quizás por ello, en cierto sentido, buena parte de los poemas de Jacob pueden ser vistos como una especie de monólogos que nos incitan a adentrarnos en los laberintos de nuestra conciencia y en las fantasmagorías de nuestra memoria. Si fuera así, estos poemas esperan el clic mágico de la lectura para que se pongan ante nosotros, para apurarnos no tanto a que los escuchemos en su adusta soledad, sino para que respondamos a sus requerimientos, alusiones e incitaciones, quizás con una sonrisa, quizás con una mirada pensativa, con la consciencia de que, desde el otro lado, Jacob nos estará mirando con su sonrisa invisible.

Quilpué, verano de 2018


Más sobre Rubén Jacob en Biblioteca Nacional Digital de Chile.

Comentarios