[Capucha. Galería. Santiago, 11 al 19 de noviembre de 2019]. Por Víctor Quezada

Las paredes de Santiago de Chile, tras más de un mes de manifestaciones sociales, continúan siendo, a pesar de varios intentos de limpieza, rayadas, empapeladas y pintadas con imágenes que van mostrando el pulso de los diversos deseos y afectos que nutren un espacio en pugna, en la coyuntura del pacto para una nueva constitución en lo político y la constatación por organismos internacionales de violaciones a los derechos humanos.
Las imágenes que se exhiben más abajo fueron registradas en las calles Alameda, Vicuña Mackenna y sus alrededores.

Capucha

“El instante de la revuelta determina la fulmínea autorrealización y objetivación de sí como parte de una comunidad. La batalla entre el bien y el mal, entre supervivencia y muerte, entre éxito y fracaso, en la que cada uno está a diario comprometido como individuo, se identifica con la batalla de toda la comunidad: todos tienen las mismas armas, todos enfrentan los mismos obstáculos y al mismo enemigo. Todos experimentan la epifanía de los mismos símbolos: el espacio individual de cada uno, dominado por los propios símbolos personales, el refugio respecto del tiempo histórico que cada quien encuentra en su propia simbología y en su propia mitología individuales, se amplían y se convierten en el espacio simbólico común a toda una comunidad, el refugio respecto del tiempo histórico donde toda una comunidad encuentra una escapatoria” (Jesi, Furio. Spartakus. Simbología de la revuelta. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2014: 70-71).

“La lucha sigue”. En las paredes y las calles de la ciudad se leen enunciados similares, quizás con variantes y diferencias, otros sustantivos seguidos de otros verbos, pero que redundan en ese compromiso de resistencia que, sin lugar a dudas, señala que algo no ha cristalizado, que algo continúa ejerciendo fuerza.
La lucha: sustantivo que se lee en las calles y que a veces se confunde con la idea misma del movimiento social en su dimensión práctica inmediata, despojada del lenguaje, la lógica y los signos con los que el poder político imbuye la realidad.
Algo continúa ejerciendo fuerza, a pesar de que, la madrugada del pasado viernes 15 de noviembre, los partidos de gobierno y una parte de la oposición firmaran el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”. A pesar de este acuerdo que asegura la elaboración de la carta constitucional desde una “hoja en blanco”, la lucha sigue en las calles y los muros de la ciudad.
Algo podríamos decir de este pacto, que replica, por un lado, lógicas representativas que han sido puestas en cuestión por el movimiento social y, por otro, inscribe la negociación partidaria y su resultado en un imaginario del “blanqueamiento”; pero tal vez la lucha continúa por razones, digamos, estratégicas, de profundidad política, que buscan ampliar el horizonte de lo posible, ya que las innegables demandas por una nueva constitución conviven en los muros, el asfalto y los recovecos de la ciudad, con otros enunciados, otras palabras vueltas imágenes que despliegan otros deseos y afectos, a partir de signos difícilmente anticipables, que desbordan las imágenes del poder político y su estructura.
Son signos que permanecen abiertos; como “dignidad”, “vida”, “libertad”, “ternura”, “pasión”, “fuego”, “muerte”, “heroísmo” y “cuidado”. Signos vueltos imágenes que –siguiendo el léxico de Furio Jesi– se viven como epifanía en el momento de la revuelta. Ese especial momento en el que se suspende el tiempo histórico (o el tiempo continuo de la normalidad); ese momento en el cual se identifica el espacio individual con un espacio simbólico común, el compromiso del individuo con el compromiso de una comunidad.
Estos enunciados vueltos imágenes, estos signos abiertos de la revuelta, no entran al discurso institucional y sus lógicas pues son imprevisibles; marcan, insisto, el vacío de legibilidad entre los representantes políticos y las vidas que experimentan esos signos de manera directa, como cuerpos dotados de voces sin legitimidad en un espacio de oscurecimiento. Frente a los signos del poder (“nueva constitución”, “acusación constitucional", “sueldo mínimo”, “pensiones”), otro conjunto de voces, imágenes y signos aparece para oponérseles en improvisadas superficies de inscripción, en las que se lucha contra el lenguaje del poder, vivido como represión y violencia, colectivamente, en la pugna por generar los símbolos nuevos de lo común.


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