[Esta galería de citas y animales]. Por Víctor Quezada

El pasado viernes 21 de diciembre, en el contexto de la segunda Feria Internacional del Libro de Valparaíso, se realizó el lanzamiento de La mano que mira (Marginalia / Libros del Cardo, 2018), selección de ensayos del poeta Juan Cristóbal Mac Lean (Cochabamba, Bolivia, 1958). Con la participación del autor, el editor de Marginalia, Gonzalo Geraldo, y Víctor Quezada, el libro se presentó en el frontis de la Biblioteca Santiago Severín y estuvo centrado en uno de sus capítulos, "Galería de animales".

Esta galería de citas y animales

Escribir es leer. Aceptamos esta idea de manera más o menos general. Pero, ¿es inmediatamente cierto que leer sea escribir?
Existe la práctica de la marginalia –esa escritura que se hace en los márgenes de los libros cuando leemos, anotando, acotando, abriendo grietas en los textos, poniendo cuñas o tallando–. Pero hay otra forma, menos literal quizás, de lectura que escribe: una escritura abierta, des-plegada, que muestra tanto sus procedimientos de construcción como sus materiales.
Una escritura que ofrece su trama [ese tejido de malla gruesa que es la vida] constituida por citas, que exhibe sus operaciones de vínculo en secuencias que tienen por objetivo –más que clavar o pegar dos tablas– mostrar el nudo en la madera, la línea de la veta, las astillas, alguna superficie porosa [estriada] donde la mano se detiene.

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Un deseo: escribir un texto sobre metáforas a partir de metáforas, para llevar sus nudos y sus vetas, sus astillas más allá. No decir una cosa por otra –indicio de mala intención, de lo deliberado, para mí–, mejor: trasladar las cosas [mudarlas] de lugar.

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Una escritura de este tipo es la que practica Juan Cristóbal Mac Lean en La mano que mira. A veces, explícitamente, indica su propósito y su método (el camino que seguirá), otras veces seduce, guiándonos fuera del camino prometido.
Pero antes que todo, la de Mac Lean es una escritura de la delicadeza: hecha de actos de atención y respeto con sus lectores. (Escribe, por ejemplo: “Ahora, a fin de encaramarnos a esa senda abierta en que ambos mundos se cruzan, abramos la puerta de atrás (por donde los animales entran), es decir, la de la poesía” o, también: “Para guiarnos en este texto, teníamos hasta ahora, en todo caso, una langosta y un asno. La una salta en la palabra poética (…), mientras el otro (…) brama por los campos del ¿inconsciente? (…). Dejémonos llevar hacia esos parajes” o: “Y si ahora queremos acercarnos más aún a esa araña, a esa araña en esta galería de citas y de animales (…) la encontramos en una página de (…) Le Clézio”).
Una escritura abierta también a lo espontáneo, al juego de asociaciones, a los juegos de la semejanza y la contigüidad, a los saltos de registro, disciplinas y saberes: va de la ecología a la literatura, de la literatura a la filosofía, de la filosofía a la biografía, de la biografía al mito: como la “temerosa langosta”, que “tan alto salta” (René Char).
En una sorpresiva página, Mac Lean describe su primer encuentro con un zorro como una “conmoción súbita, rayo que dura (…). Zorro surgido de la nada (…) como una flecha de color dorado-pelirrojo” (63), para, a partir de ese encuentro con lo indómito, abrir el espacio del misterio que representa –para el animal-humano– el animal feroz, el misterio (me gustaría decir) de (todos) los seres.
Gonzalo Geraldo, Juan Cristóbal Mac Lean y Víctor Quezada

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Umbrales y casas, entonces, hechas con madera de citas, caminos y sendas, pájaros, caballos y vacas, zorros, garrapatas y parásitos, abejas y flores, troncos. Árboles y enredaderas, raíces, partituras y sinfonías, burbujas de jabón, redes y telas de araña, hongos. Todo cuanto hay y se esconde “ínfimo” en el texto; aquello –al decir de Si Kongtu–, disponible, que “no hay más que inclinarse y coger” (2012: 89).

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Mac Lean no quiere decir una cosa por otra (desde cierta perspectiva convencional, sabemos, metáforas, alegorías, símiles y, extensivamente, todo el lenguaje retórico es entendido como una desviación del sentido literal; al que se le asignan los atributos de lo real, lo innegable, lo material, lo fuerte, lo erguido), más que decir una cosa por otra, Mac Lean tal vez quiere mostrar que las cosas pueden muy bien decir otras cosas que las que dicen, que siempre son otras pues ese es su funcionamiento. Que las cosas están en trance.

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Algunos han visto en la escritura crítica una de estas formas en las que se lee escribiendo, otros han afirmado que toda lectura es una manera de escribir. Que la escritura crítica funciona aprovechando(se de) otras escrituras consideradas vivas, fuertes, dominantes.
De ahí, esta perspectiva moral de la lectura construye dos formas de leer opuestas: buena la una, de lado del significado unívoco, mala la otra, de lado del escepticismo [del sentido].
Contra estas lecturas dogmáticas (que construyen una verdad como poder –y sabemos que el poder convierte al otro en enemigo–), Hillis Miller, en “El crítico como huésped” (1977), leyó la metáfora (difundida por algunos críticos como M. H. Abrams y Wayne Booth) que identifica a la lectura deconstructiva con el parásito:
“‘Parasítico’. La palabra es interesante. Sugiere la imagen de la ‘lectura obvia o unívoca’ como la de un roble o un fresno imponente y masculino, enraizado en la tierra sólida, que es puesto en peligro por el insidioso zigzagueo de la enredadera (…) [femenina, secundaria, débil o dependiente] que solo puede vivir arrebatando la sabia vital de su huésped, quitándole su luz y su aire” (Miller, 440).

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En el espacio abierto del texto vegetan y pastan, se reproducen como un gran cuerpo exacerbado: arriba pájaros junto a las nubes, caballos y vacas en las grandes extensiones en apariencia vacías del campo. Entre la hierba, más abajo, bichos de variada gama, hormigas, cucarachas y garrapatas que duermen por años, sin alimento, adheridas a una brizna de hierba (como las yemas vegetales a la rama) esperando la señal que les permita reproducirse: saltar al perro, a la vaca o el caballo.

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¿Cómo entran los animales en el texto?

Dice Mac Lean, los animales entran al texto por “la puerta de atrás”, “la de la poesía”. Antes de abordar este asunto difícil, opaco de la poesía como una puerta trasera en la casa del lenguaje, una puerta por la que se cuelan sus habitantes esporádicos, quizás sea mejor retroceder, perder de vista esta afirmación (y abandonarla de una vez por todas). En otro lugar, Mac Lean asimila los animales a las citas: “Esta galería de animales y de citas” dice de su ensayo.
¿Cómo entran los animales al texto, entonces? Podríamos decir que el animal se inscribe en el texto, precisamente, a la manera de la cita, como una presencia extraña aunque conocida (porque, recordemos, una cita funciona por intermedio de la operación de descontextualización de un fragmento y su puesta en contexto en un nuevo entorno lingüístico). Como un huésped, diría Hillis Miller, porque huésped (esto es ya una trivialidad) es a la vez el anfitrión y el invitado, tanto roble como enredadera, raíz y hongo, animal y animalillo, cuerpo y parásito.
El animal en el texto indica una relación hospitalaria. Y vive en él como las metáforas, más allá de su vida biológica.

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Aunque quizás estemos cometiendo un grave error al pensar esta pregunta. Un error propio de una ideología “especista” como la del “humanismo”, nutrida por una “teoría” (cito a Jean Marie Schaeffer) que otorga al “hombre (…) una dimensión ontológica emergente, en virtud de la cual trascendería a la vez la realidad de las otras formas de vida y su propia ‘naturalidad’” (2009).
Como humanos, vivimos en el mundo, sin embargo. A pesar de la violencia, de la explotación de la naturaleza garantizada en la concepción del devenir histórico como progreso o, en su versión contemporánea, como desarrollo económico, vivimos en el mundo, como “una especie biológica entre otras”.

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Escribió José Watanabe en “El desierto de olmos”, poema aparecido en Historia natural, libro publicado en 1994:
“Impensadamente
arrojo los huesos fuera de la luz
y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.

Desde la oscuridad aúlla estremecido
y seguramente queriendo alcanzar
…………….entre la inestable arena
con ansia
nuestro pequeño espacio de confianza.
Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,
el perro
también es paisano”.
Juan Cristóbal Mac Lean y Víctor Quezada

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¿Cabría preguntarse entonces, nada el salmón a favor o en contra del texto, qué lenguajes une en lo alto el cóndor, retiene el texto al zorro y la chinchilla?

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Al hablar de los pájaros, Mac Lean identifica inmediatamente la siguiente diferencia. “Gallos y gallinas, patos y gansos pertenecen a otro reino” que el del cóndor que vuela en la cordillera, el carancho, en los bordes de los bosques o el tiuque, que aunque viva en las ciudades, permanece siempre a distancia del humano, en las copas de los árboles más altos.
Estos últimos pájaros “son libres y ajenos por excelencia, nunca domesticables” (59).

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Aunque podamos efectivamente decir, “los pájaros”, no todos los pájaros son el mismo pájaro: hay pájaros de la tierra y pájaros del cielo, de la ciudad extranjera y la ciudad natal, que anidan entre edificios o en las copas de los árboles. Dice Mac Lean: “Las clasificaciones del lenguaje son insuficientes o no siempre adecuadas para contar del mundo, visto desde el alma. Se pone a todos los animales en la misma jaula conceptual. Y es por una de sus rendijas que ahora mismo vemos huir un pájaro” (60).

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Frente a la pregunta sobre la puerta de entrada de los animales en el texto, si cabe, habría que tentar una clasificación abierta y –como “el nombre de dios”, que solo puede pronunciarse por intermedio de una sucesión infinita de adjetivos– polinímica (Barthes, 109).
Una clasificación que considere la necesidad de “contar del mundo, visto desde el alma”.

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Antes de abordar este asunto difícil, opaco, una clasificación afectiva:
  • Zorro: animal-rayo / espectro o fantasma, que aparece desapareciendo.
  • Caballo: animal-sacudida, animal desnudo.
  • Vaca: animal de la indiferencia presente, ojos de pozo.
  • Salmón: animal-amigo, compañero de juegos [Kwakiutl].
  • Cóndor: animal que habla con la boca del viento, que sopla como una flauta (Arnold y Yapita, 398-405).
  • Garrapata: animal del arrojo a la vida / yema vegetal / piedra suspendida en la rodada.

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¿Qué son los animales para los humanos? Más propiamente, ¿cómo nos relacionamos con el resto de los animales?
Está, primero, la animalidad observada: pasatiempos como el avistamiento de aves o ballenas, los zoológicos, algunos circos son prueba suficiente de aquello.
Segundo, el estudio de sus hábitos y comportamientos en sus entornos naturales.
Tercero, un fuerte deseo por la animalidad del animal concebido como presencia extraña, como sacudida de los discursos cotidianos o el flujo del pensamiento autoconsciente.
Y habría, también, una cuarta dimensión, la del encuentro con esa animalidad deseada, entendida como primordial o ancestral en el espacio abierto, fuera de la casa (del lenguaje).
En el fragmento titulado “Zancada”, Mac Lean cita un poema de Ted Hughes sobre un jaguar enjaulado:
“Su zancada es el páramo de la libertad
El mundo rueda bajo el largo impulso de su talón
Que allega los horizontes al suelo de su jaula”.
En otro fragmento, en el que se abre la senda ­hacia las “honduras del inconsciente”, Mac Lean comenta algunos textos de Clarice Lispector:
“En el camino de la des-personalización, de una des-humanización incluso, allá donde la vida es ‘oblicua’ (…), el encuentro con el animal, con el tiempo otro del animal, con el ‘instante-ya’, se hace inevitable. Algún momento, la misma frontera con el animal parece borrosa o rebasada: ‘Ahora estoy oyendo el grito ancestral dentro de mí: parece que no sé quién es más la criatura, si yo o el animal’” (64).
Para luego, unas páginas más allá, preguntarse por el animal nunca visto, por indomesticable o mítico. Escribe Mac Lean: “¿Y qué del animal feroz y nunca visto, ese que acecha por la noche, que aguarda junto al ojo de agua?” (75).

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¿Qué ofrece la imagen de los animales, esos animales feroces, salvajes, míticos, que no entran al texto si no a manera de cita, que viven por intermedio de metáforas? Me parece: una libertad efectiva para nosotros, cercana aunque distante, sin dudas, posible.
En el páramo, el espacio puruma, la pampa o el desierto sobre el que se sostiene la imagen del mundo inteligible / agenciable / deliberado, nos ofrecen la libertad de lo espontáneo, del ser disponible en el mundo.

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Purun o puruma son tierras de barbecho o desérticas. A esta noción queda asociada también la de la virginidad y, por extensión, la de salvaje y la de libre: así, la mujer virgen, la vicuña sin cazar, el pez nunca pescado, la planta salvaje, son reputados como puruma” (Tapia Ponce, 92).

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En este camino metafórico, en este traslado de un lugar a otro, Mac Lean salta hacia nuevas metáforas, más o menos complejas, derivadas de la teoría biológica del Umwelt de Jakob von Uexküll.
En términos muy bastos, esta teoría dice que toda especie animal (incluida la humana), situada en su entorno biológico particular, forma un sistema completo e indivisible del que participa subjetivamente.
La teoría del Umwelt se funda en la premisa de que el mundo no existe como realidad independiente de las experiencias subjetivas. Atribuida exclusivamente al sujeto humano (que para hacerse consciente del mundo, primero debe hacerse consciente de sí mismo), Uexküll extiende esta premisa a todos los animales, los que –dejando el espacio de cosificación del objeto (de estudio, de observación)– participan de su entorno a través de una puesta en relación (que es entendida en términos laxos como creación de sentido) con otras formas de vida.
Para caracterizar esta vida subjetiva en la que el animal vive en su entorno, Uexküll ocupa dos metáforas muy particulares: la de la burbuja de jabón y la de la composición musical.
Continúa Mac Lean:
“Estamos, pues, ante un mundo con tantas burbujas como seres vivos. En cada burbuja, están el animal y su medio, que ya han dejado de ser separables. Es inútil y fuera de lugar aislar al animal solo. Al quitársele el lugar (…) se lo priva del sentido que tiene lugar en la Umwelt, sentido que el animal, orgánicamente, leerá, descifrará, entregará con sus acciones; animal y Umwelt conforman así una estructura unitaria que debe ser considerada holísticamente” (86).
Existe alguna consecuencia significativa.
  • El humano, animal-lector por excelencia, de pronto se ve embargado de sus privilegios como productor de sentido.
  • El mundo, como realidad objetiva, viene a ocupar el espacio de una referencia teórica que sirve para definir por contraste la unidad significativa del Umwelt.
  • El mundo (como también cada burbuja de jabón) es incognoscible (diríamos) por definición.
La metáfora de la burbuja de jabón sirve para dar cuenta de los límites vitales específicos de cada organismo en su medio y, de paso, para crear “una capa que escuda al organismo” e impide su observación en tanto que objeto de conocimiento (Buchanan, 23). Sin embargo, más allá de la impresión de unidad indivisa, como separada e ilegible, sin cruces en este mundo de burbujas, el Umwelt de un organismo particular es impensable sin su relación con el entorno y, luego, sin su relación con otros animales: la abeja aprovecha la flor, la garrapata al mamífero, el humano el rayo del zorro. Las burbujas se traslapan, ingresan a otras burbujas, forman una burbuja más grande.

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Para dar cuenta de esta creación de sentido, que en sus términos más simples implica la puesta en relación de dos organismos, Uexküll utiliza la música como campo semántico. De este modo, los organismos forman duetos, como la garrapata dispuesta a saltar sobre el mamífero, aferrada a una brizna de hierba, como la flor que deviene abeja y la abeja que deviene flor en una relación simbiótica por la cual la última necesita de la flor para recolectar el néctar que sustenta la colmena y esta necesita de la abeja para esparcir su polen (Buchanan, 33).
En términos más precisos, la unidad biológica es dual en su constitución. Aunque no sean una y la misma cosa, la abeja es como la flor y la flor como la abeja y esta capacidad de devenir otro está inscrita en cada organismo vivo: “Todos los seres vivientes tienen su origen en un dueto”, concluye Mac Lean, citando a Uexküll (90).

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Mac Lean lee en la literatura, la filosofía, la biología y la biografía cómo el animal ingresa al espacio de lo humano, en principio. Va más allá, para tentar un espacio abierto, traspasado el umbral de la casa del lenguaje; espacio que adquiere las características de lo primordial y lo ancestral, el mito y la maravilla, lo indescifrable que no por esto carece de sentido. Con Uexküll se hace parte de un giro significativo respecto de la concepción del humano como individuo, separado tanto de la naturaleza como de su propia naturalidad, para ofrecernos la alternativa de una subjetividad en trance, que vive entre cita y cita, siempre en medio del camino, en la senda abierta, ni aquí (el hipotético lugar de inicio), ni allá (el imposible destino).

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Hay un problema innegable, como especie nos hemos desprendido de nuestra relación con el resto de las especies. Se ha perdido –inicia Mac Lean su “Galería de animales”– el pacto, “silencioso, tácito”, que indica precisamente el lugar abierto del encuentro, de la cohabitación entre las especies (allí donde las burbujas se funden, donde el ritmo de la célula, la melodía de los órganos, la sinfonía del organismo en su relación con otro explota en armonías musicales), el espacio (puruma) de la sacudida, de la despersonalización, la deshumanización, el espacio vibratorio donde podemos desidentificarnos.


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