[Tres notas sobre una cita. La representación histórica y las imágenes de la historia]. Por Víctor Quezada

A partir de una cita del libro "Materiales para una historia de la subjetividad" del filósofo chileno Sergio Rojas, nos preguntamos qué significan las imágenes para la historia, cuál es su papel respecto de la narración histórica, qué queda de los hechos en las imágenes.


Tres notas sobre una cita. La representación histórica y las imágenes de la historia

“Pero ocurre que el sentido que ha dado ya por resueltas las cosas pasadas para el presente, manifiesta en ciertas ocasiones su pre-potencia. Cuando una interpretación se ha adherido a las cosas pasadas de tal manera que se naturaliza aquello que no es natural: el trabajo de articular los hechos en una narración y, luego, la manera en que estos ingresan en las imágenes que el presente ha podido forjar para retener el pasado, pero también y ante todo para poder disponer de él, domesticarlo. Lo sido se hace imagen y en ese mismo instante se desvanece su gravedad, pues –esta es precisamente la paradoja- esa disponibilidad que resulta de la imagen, torna irrecuperable la pérdida, y en este sentido, la cumple”. (Sergio Rojas: 224)

¿Qué es la historia?
La cita de arriba corresponde a un pequeño ensayo titulado “La visualidad de lo fatal: historia e imagen” del profesor y filósofo chileno Sergio Rojas. Publicada el año 2001 en el libro “Materiales para una historia de la subjetividad”, tal cita toma como punto de partida la conocida tradición metacrítica de la historiografía representada por intelectuales como Hayden White para, a través de ella, acceder a un problema en algún sentido “nuevo”: el valor de la imagen en la representación de la realidad histórica. Nuevo en el sentido en que el problema de la historia política inmediatamente anterior, la memoria y sus representaciones, era (es) –en el contexto de la post-dictadura chilena- un problema nuevo, pero radicalmente nuevo por el reconocimiento de que la historia como disciplina y como trabajo (memorialístico, patrimonial, artístico, literario, político) es un discurso que se construye en la confluencia de sistemas semióticos diversos. Así, de la cita de Rojas se desprende que la historia es desde el punto de vista de su enunciación, al menos narración e imagen.
De White (1973) proviene la definición del discurso histórico como narración. Así, un relato histórico sería, principalmente, un discurso narrativo en prosa que pretende representar y explicar el pasado. Pero, en la medida en que el reconocimiento de su carácter representacional interfiere en la concepción de la historia como historia fidedigna de los hechos, la naturaleza del contenido histórico se reconoce como diferente de esos mismos hechos representados. En este sentido, pensar porqué la narración llega a ser una forma adecuada para la representación histórica, es la gran pregunta que tensiona el saber disciplinar y da aliento a la reflexión del historiador estadounidense.
¿Qué es, entonces, una narración, y qué implica que la historia deba poseer para su consumación plena una estructura narrativa?
En otro lugar, White (1992) examina tres formas tradicionales reconocidas por la historiografía: los anales, la crónica y la narración histórica. En contraste con las historias modernas, los anales, en la medida en que registran los hechos del pasado los recogen en su pura sucesión cronológica, representando los “acontecimientos reales” como si no tuvieran una forma de relato; la crónica, por otro lado, los representa como si los acontecimientos se mostrasen en la forma de relatos inacabados; las crónicas, a pesar de poseer una secuencia narrativa, simplemente comienzan y terminan, careciendo de cierre, razón por la cual no tendrían –para la doxa historiográfica- el estatuto de “verdaderas” historias. La narración histórica en cuanto tal, se diferencia de anales y crónicas pues contiene en su constitución, además de la sucesión cronológica, una estructura narrativa de comienzo, desarrollo y final a manera de conclusión, que dotaría a los acontecimientos del pasado de un sentido del que carecen como mera sucesión. La narración histórica es, entonces, inconcebible sin un sentido rector; sentido que desde el punto de vista narrativo actuaría como matriz de verosimilitud, pero que plantea, además, una exigencia de carácter valorativo.
La exigencia de cierre como elemento principal del relato plenamente histórico es envuelta, además, por una exigencia moral. Una historia plena necesita del cierre narrativo, pues tal instancia de su estructura es la instancia donde se orientan los hechos del pasado en términos del posicionamiento de la autoridad del “narrador”, desde un presente que finalmente transparenta un sistema social. Narrar, para White, es moralizar. Por tanto, la exigencia de narrar para la historia como discurso no sería simplemente un desafío de realismo, menos de una pretendida objetividad científica; que los acontecimientos del pasado lleguen a parecer reales en la historia narrativa, implica necesariamente su pertenencia a un “orden de existencia moral” (37). Por esto la potencia del sentido -para volver a la cita que da inicio a estas palabras-, aquello que haría posible la articulación de “las cosas del pasado” en un relato narrativo, podría llegar a convertirse en (o es siempre) prepotencia: aquella imposición de un orden, de una equivalencia entre lo que entendemos como realidad y el sistema social desde el que leemos el pasado.

Realidad y naturalización
“La narrativa sólo se problematiza cuando deseamos dar a los acontecimientos reales la forma de un relato. Precisamente porque los acontecimientos reales no se presentan como relatos resulta tan difícil su narrativización”. (White, 1992: 20)

Pero, ¿qué concepto de realidad es el que subyace tanto a la reflexión de White como a la de Rojas? ¿Qué lugar le atribuyen a esos “acontecimientos reales”, a los hechos y las “cosas del pasado”? Al parecer, tanto realidad como narración, en la medida en que se corresponden con un sistema social, no serían más que sus manifestaciones.
Esta discontinuidad entre los hechos del pasado y la narración histórica es estudiada y combatida por David Carr (1986). El concepto mismo de narración histórica estaría cruzado por una condición paradójica, pues como historia tendría el poder de dar cuenta de la complejidad del pasado, pero en tanto narración sería el producto de una construcción imaginativa que de alguna manera distorsionaría la realidad. Para Carr la discontinuidad entre hechos y representación no es radical, y malentendería los modos en que el mundo se presenta a nuestra percepción; malentendería, a fin de cuentas, la realidad humana.
La principal objeción a la conceptualización de la historia como discontinua la cifra Carr en la construcción de un concepto de realidad indiferente a los intereses de los humanos en el seno de sus comunidades. No sería tan simple, así, afirmar que la realidad humana es una pura sucesión de eventos sin sentido, como tampoco que en la vida no haya instancias de cierre a manera de los cierres narrativos, pues, para él, la vida no es un caos de asuntos inconexos. El nacimiento, la muerte, las distintas instancias de apertura y cierre en medio de la experiencia humana, serían prueba de que la realidad como la vivimos no es discontinua respecto de la representación narrativa.
Sin embargo, y más allá de la sospecha de discontinuidad, podríamos afirmar con Carr y White, que vivimos la vida y leemos la historia como un relato, un relato que está constantemente siendo contado y vuelto a contar en el proceso de ser vivido (1) o, acaso, ¿no consiste la vida y el esfuerzo por vivirla, en enfrentarse a textos e imágenes, a discursos que forman parte de nuestra cotidianidad, puesto que en el seno del concepto de realidad que abrazamos descansa la representación?
Pero, todavía, ¿qué significa en la cita de Rojas que la prepotencia del sentido naturalice tanto la articulación del pasado en un relato como la manera en que los hechos se representan a través de las imágenes?
Si bien la cita de más arriba actualiza la querella de la discontinuidad entre realidad y representación, el movimiento de Rojas, me parece, pasa por denunciar las construcciones del pasado que intentan “domesticarlo”, a saber, ofrecerlo como cancelado y unívoco, impermeable a la revisión crítica. Habrá que recordar aquí, además, que Rojas escribe en un contexto de la historia de Chile donde las reflexiones sobre la memoria del pasado político inmediato, la memoria de los detenidos desaparecidos y el genocidio perpetrado por la dictadura cívico-militar, eran (son, deben ser) temas nacionales. La realidad, así, el pasado y sus modalidades de representación, tienen necesariamente que permanecer como un relato abierto, sin cierre, contado y vuelto a contar en el proceso de ser leído y vivido.

Disponibilidad y pérdida
Pero ¿qué queda del pasado en las imágenes de la historia, si al hacerlo disponible su gravedad se desvanece y su propia pérdida se torna irrecuperable?
Cuando leemos narraciones históricas, al parecer, aprendemos mucho más sobre el presente, la realidad y el sistema social que la engendra que de las “cosas del pasado” en sí mismas, no accedemos sino a su articulación narrativa, y en el peor de los casos, a la prepotencia de un sentido que trata de cancelar la historia en su concepto, ofreciéndonos la mirada de otro que ya ha reflexionado sobre el pasado y tendido sus alcances sobre el presente.
Con las imágenes del pasado ocurriría algo distinto. Las fotografías, por ejemplo, las películas, a través de su carácter documental, producirían la ilusión de un acceso directo a los acontecimientos. Cuando vemos el pasado en imágenes, el hecho mismo de su registro nos sugiere la presencia viva de quien registra la historia; para ocupar una metáfora, la situación de enunciación de una imagen histórica es la historia misma.
Pero no es la huella de una presencia humana, por supuesto, lo que permanece sin querer perderse en las imágenes de la historia. Que las imágenes –a pesar de su cualidad indexical, de su posible carácter documental- no transparenten los acontecimientos de la historia, no significa sin embargo la clausura del pasado, la imposibilidad de conocerlo finalmente. Como dijimos, queda un resto en las imágenes, un resto que es profundamente histórico.
¿Qué se hace disponible en las imágenes? Pues bien, un signo estético, una manera de concebir y trabajar la representación a través de las imágenes, cuestión que no es superflua a la hora de querer comprender nuestro pasado histórico y sus apariciones en el presente; y que supone, como hemos venido diciendo, no la clausura del pasado, sino la posibilidad de otra forma de interrogar los materiales históricos.


Notas
(1) Dice Carr: “I am the subject of a life-story which is constantly being told and retold in the process of being lived”. (126).

Bibliografía
Carr, D. “Narrative and the real world: an argument for continuity”. History and Theory, Vol. 25, N°2 (May, 1986), 117-131.
Greenblatt, S. “The touch of the real”. Representatios N° 59, Special Issue: The fate of “Culture”: Geertz and Beyond (Summer, 1997), pp. 14-29. 
Rojas, Sergio. “La visualidad de lo fatal: historia e imagen”. Materiales para una historia de la subjetividad. Santiago de Chile: Editorial La Blanca Montaña, 2001.
White, H. “La poética de la Historia”. Metahistoria. La imaginación histórica del Siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1992.
White, H. “El valor de la narrativa en la representación de la realidad”. El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Barcelona: Paidós, 1992.

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