[“El caso Las Dalias”, o el simulacro de la culpa]. Por Juan Manuel Silva Barandica

El siguiente texto fue leído el día del lanzamiento del libro "El caso Las Dalias" (Libros del Perro Negro, 2012) del narrador chileno Cristóbal Soto Calistro. Continúa leyendo "El caso Las Dalias o el simulacro de la culpa", por Juan Manuel Silva Barandica.


“El caso Las Dalias”, o el simulacro de la culpa


Se suele dar rienda a las discusiones sobre novela en la búsqueda de su origen, así como ocurre con los géneros históricos que se desprenden de ella. En “El caso Las Dalias” de Cristóbal Soto Calistro, podríamos hacerlo desde la adecuación que esta escritura pareciera indicar, pues, en principio, es posible relacionar el texto con la novela policial. Ahora bien, si consideramos la extensión y el carácter fragmentario que supone la distribución de los capítulos, esta suma de pistas acaban confundiendo al espíritu detectivesco con que el lector moderno busca hallar el sentido, ese estafeta del crimen original que hace de su errancia el fenómeno literario.

“El caso Las Dalias” es tanto un simulacro de novela como de una novela policial, ya que la historia, digamos, las acciones que se representan en el barrio Las Dalias, más que exponer una suma de voces que se disputan la veracidad de una idea o de un evento, sitúa un conflicto, en apariencia, sencillo, que, en vez de desenredarse se comprime expulsando los vacíos, digamos, las ambigüedades que había procurado previamente para dejar casi desnuda la imagen de ese trabajador que avanza por las calles sin destino.

No es prudente ubicar este trabajo en la querella de nouvelle, cuento largo o novela a secas. Quizás, en este sentido, sea más productivo revisar cómo la presencia de un crimen en el relato simula la construcción de un enigma –como con maestría Poe prefigurara- que se ha de solucionar a través de consecutivas y concéntricas reflexiones racionales, a la manera del vuelo de un buitre sobre la carroña, alcanzando al final la solución al problema. Simula el crimen, ya que existe una crítica implícita a un modo de comprensión de la realidad, técnica, cientificista, que no puede dar cuenta del mundo en una cierta “clase”. La experiencia de la persecución del crimen es invertida en esta escritura para mostrar que la vida comunitaria de un taller de gasfitería no se relaciona con este modo de acceder a una verdad, ya que esa verdad es padecida por el sujeto marginado. De este modo, la atmósfera del relato no es más que la inminencia de la detención del narrador protagonista, quien por su afición al alcohol y su carácter huraño debiese ser el asesino de Ana, la joven que muere y funciona como eje de la historia.

Las políticas de la ley, de la identificación y de la persecución de la verdad como un crimen, son parodiadas, entonces, al configurarse un relato en el que el enigma no es un factor preponderante, en tanto dilema que problematiza el acceso a la verdad. En este caso, la narración se simplifica casi a un nivel carveriano, refiriendo intertextualmente a la culpa que carga Silvio Astier en "El juguete rabioso" de Roberto Arlt, sujeto que traiciona a su compañero antes del crimen, como pareciese ocurrir con el protagonista, quien reacciona de una manera incomprensible, haciéndose parte de una muerte sublimada, ese borramiento simbólico que se hace carne en una familia trunca, revelando en un nivel más profundo la crítica a un sistema de valores aséptico e inmóvil, que acaba atrapando aun más que la lógica y la razón, a los sujetos que intentan constituirse en la imagen de una familia crística, bajo el peso del espíritu y el pecado. Asimismo, aunque parezca solo un cuestionamiento leve al modelo de vida católico, el supuesto que instala la novela es que el criminal se asimila al fragmento o pedazo roto de una familia ideal. Aquellas esquirlas, de una idea perfecta y trina, que salen expelidos de su vida como un accidente, solo pueden encontrar el sentido como culpables de su propia existencia. A este respecto, la culpa es el nexo que vincula el crimen y el fracaso vital, ambas proporciones áureas propias de las clases dominantes que son diseminadas como medio de control social, hecho apreciable a diario en la figura de un sector “lumpenizado” que halla su causa en la imposibilidad de constituir una familia y acatar las normas instaladas por un sistema de valores comerciales, casi tan salvajes como el capitalismo que las promueve.

El narrador, en este caso, del mismo modo que Wakefield, el personaje de Nataniel Hawthorne, se revela como un paria del universo, aunque ya no de la totalidad del espacio, sino del ámbito en el que su presencia cobra sentido. El exilio de Las Dalias, además de ser figura de otras expulsiones, indica que este texto construye su atmósfera desde el simulacro de un relato policial. Esto, pues en vez de exponer el descubrimiento del culpable, es la culpa misma la que hace acto de presencia contaminando la historia y los sujetos, siendo al final todos culpables por un modo de experienciar la realidad aberrado, alejado de la norma y la ley signada como verdadera, pues ante la totalidad las partículas muestran su imperfección, de una manera similar a la historia de Edipo quien repite en su descendencia la imposibilidad de escapar al destino, lo que Cristóbal Soto representa mediante la sumisión a un trabajo, la rutina, los vicios y el espacio vital, aquel que atrapa al narrador, pero a la vez lo configura.

"El caso Las Dalias" es un relato que busca crear, a través de la simulación, una expectativa que no cumple, sea esta el descubrimiento del asesino, el origen de los padecimientos sociales o la respuesta a una existencia vaciada. Con respecto a lo anterior, y probablemente como corolario, Borges reflexiona: "La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético".


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