[De la crítica literaria y la legibilidad: el índice de César]. Por Vicente Bernaschina.


La premisa es tan clara como vieja: para la crítica, hoy parece indispensable considerar a la literatura como un arte social. Se produce al interior de una sociedad determinada y se revierte sobre ella. Tal sociedad, sería ridículo pensarlo de otro modo, no es un modelo abstracto e inmóvil, sino que forma parte de una tradición, de una historia, de una cultura; a partir de todas ellas, disputa en cada momento su devenir. De tal modo, como lo planteara hace ya varias décadas Antonio Cornejo Polar, los productos literarios postulan una imagen hermenéutica del mundo –imagen hermenéutica que es también imagen dialéctica. En consecuencia, la tarea de la crítica, que es una de las formas en las que se produce la literatura, es la de iluminar la índole y filiación de tal imagen dentro de un paradigma de interpretación de la realidad mayor. Para la crítica, identificar y hacerse cargo de los puntos de articulación de tal paradigma de interpretación de la realidad y actualizar sus aspectos en disputa en función de los movimientos sociales –intervenir un continuo y mover a la acción– es entonces su tarea primordial.
De esta forma, se pone en evidencia que el ancilarismo de la crítica –para reciclar la hoy por hoy poco feliz expresión de Alfonso Reyes sobre el estatuto de la literatura latinoamericana– como discurso específico dentro de los sistemas literarios no se debe a que esta se esclaviza bajo el dominio de la realidad –que supondría una inflexible teoría del reflejo– o del arte –que sería índice de un esteticismo abstracto–, sino, más bien, a los múltiples y fulgurantes puntos de articulación entre la sociedad y la literatura. La legibilidad y sus manifestaciones concretas corresponden, entonces, a uno de estos puntos de articulación.
Hay un poema de Jaime Luis Huenún titulado Después de leer tanto a César Vallejo en el que se delinea el caso con perfecta claridad. Llamando la atención sobre el lugar y el tiempo en que se enuncia y el criterio de legibilidad con el que se lo juzga –publicado hace diez años en una antología trilingüe (bilingüe en el caso de Huenún) de poesía mapuche hecha en los Estados Unidos– el poema marca su comienzo declarando: El mundo se concentra en tu índice, César, / y acusa a mis poemas de no tener / ni la más remota filiación / con tus jueves parisinos.” Para luego continuar dos estrofas más abajo: “Así mismo, sabes que de ti aprendí a saciar la sed / con toda el hambre humana soportable.
El mundo es el que contempla y se reúne en la punta del dedo, de la indicación y la acusación, para desde ahí determinar diferencias y semejanzas: atribuir una identidad y una tipificación. Desde ese índice, el de César, el mundo enjuicia; sentencia, en este caso, la ausencia de París y marca el exilio del poeta. Cualquiera que no esté en ese índice y no enjuicie de tal modo no tiene derecho de existencia en ese mundo. Dada esta situación, el poeta no pueda más que esforzarse por enfatizar, sea como sea, un aprendizaje al alero de una experiencia marginal.
El uso explícito de esta condición de heterogeneidad cultural que se funda cosmopolitamente en la poesía de Vallejo es la que propone un cuestionamiento de la formación de un criterio único de legibilidad. En el caso de Huenún, la mención perfila una obviedad y aún así, o más bien por ello, la desarticula. En la medida en que el poeta se ubica (¿lo ubican?) de antemano dentro de una tradición mapuche –está dentro de una antología que así lo determina– no parece necesario afirmar entonces el estatuto indigenista, mestizo y/o heterogéneo de su poesía. No obstante, el poeta reafirma con pleno derecho su tradición, en las declaraciones personales que acompañan la cesión de los poemas a la antología: a partir de Vallejo, acerca su experiencia a la de José María Arguedas y la de Gabriela Mistral.
Visto con detención, el gesto de la declaración marca a la vez un desanclaje. El poema expone lo insulso e infructuoso de la determinación indigenista sin prestar atención a la lucha que esta implica. No basta la clasificación, la descripción, la tranquilidad de un fichero. El poeta reconoce y afirma, así, no lo que no sabe –no especula–, sino lo que sí sabe: No sé, cholo… bueno sé / que no bastan las disculpas / por usar tus letras –tus sagradas pertenencias– / sin tu legal autorización, / ¡pero, hombre… me estoy jugando / tu noche de ayer y mi día de mañana / a un número y a un dado / que aún no acaba de rodar!
Aparece, entonces, la conciencia de ocupar un punto en el que pasado y futuro se condensan para determinar la vida. Jugarse el pasado del otro tanto como el propio futuro en la construcción de una interrupción que permita promover una actitud diferente. Concebido desde la melancolía, surge así el reclamo que busca la actualización: Lo único que lamento / es que no vas a poder devolverme la mano / en ninguno de estos caminos donde llueve soledad, / y desde los cuales mis temporales huesos / decretan su completo desacuerdo / con la pena de vida.
Como se aprecia, queda en el aire el lamento de no lograr que el pasado regrese a hacer justicia del desacuerdo que se da dentro de ese determinado espacio de legibilidad, al menos dentro de la clave oficial desde la que el pasado y el futuro están de antemano clausurados. Es posible, sin embargo, promover acciones diferentes, aunque fuera de los caminos solitarios de la institución. Caminos divergentes y solidarios desde los que el cholo pueda regresar como César, y viceversa. El giro que llama a la acción se inicia en el gesto final, marcando el desacuerdo y determinando a la vida, al menos esa vida, como pena, dolor y sentencia.
Siguiendo el caso delineado por Huenún, es posible decir que la disputa contingente de la crítica se da, entonces, en la interrupción de los paradigmas que rigen la comprensión de la literatura. La inevitable selección de los sentidos relevantes dentro de su aparente autonomía. Así, la querella por la ausencia de una crítica certera, sobre todo en la poesía, tiene relación estrecha con la elisión de este punto. La crítica prueba su infructuosidad cuando pierde contacto con los sistemas literarios en los que emerge tanto como con el momento histórico, la sociedad que la promueve, y empieza a buscar su legitimidad ya sea en un paradigma científico (La Verdad), en uno institucional (La Ley / Deber Ser) o en cualquier combinación de estos.
La crítica no se ejerce confiando ciegamente en una inteligencia trascendente que emana desde un polo de autoridad, sea esta la teoría literaria, la universidad, el Estado o incluso el partido. Todas estas son instancias que la crítica considera –es parte de su tarea considerarlas– pero no a las que se subordina. Entra en diálogo con sus soportes y se propone a la sociedad desde estos mismos, sin pretender ni transparencia ni dominio absoluto. Pretende –infinitamente– provocar a la acción, actualizar. Se da de modo análogo al poema de Huenún y su inscripción conciente en una situación, o en el cruce entre literatura y sociedad con el que se identifica Walter Benjamin en Bertolt Brecht.
Según Benjamin, el aspecto más históricamente efectivo de la producción literaria al interior de una sociedad se da en el trabajo técnico y meditado (a veces la metáfora es un ingeniero, en otras un mecánico altamente especializado) con el que es posible iniciar operaciones cuidadosamente calculadas en diversos sitios y medios que el presente otorga. Para Brecht, el teatro, la radio, las anécdotas; para Benjamin, la prensa, los panfletos, sus esquelas de pensamiento; para Huenún, la poesía. Todos medios para ubicar los lugares específicos que permitan captar con mayor eficacia las transformaciones del presente e intervenirlas. Por supuesto, no para proclamar supuestas reformas artísticas o incluso políticas, sino para conseguir innovaciones cuyo principal producto es una nueva actitud.
En consecuencia, del lado específico de la crítica literaria y la poesía chilena actual, sea del lado de los jóvenes, novísimos o de los ya consagrados, no basta con la situación y descripción de sus procedimientos, poéticas y filiaciones. Si bien la polémica no logra más que clausurar definitivamente los espacios de intercambio –el maniqueísmo y las generalizaciones burdas invalidan cualquier dialéctica–, resulta una falacia concebir la crítica sin opinión, sin juicio, sin intención. Mantiene una querella constante con su presente y su potencia surge del enfrentamiento cara a cara –letra a letra– con la producción literaria del momento. Es indispensable una postura y una actitud que se produzca dentro del sistema mismo y que busque estratégicamente ponerse en contacto con los movimientos sociales que lo cruzan. Está de más decir que esta intención no puede ser ni aséptica ni objetivamente transparente.

DESCARGAR:
Selección de poemas de Jaime Luis Huenún (PDF 22 KB)
extraídos de la antología Ül: Four Mapuche Poets, editada por Cecilia Vicuña


Comentarios

Me quedó una duda V. ¿Esa fingida objetividad es en algún modo silencio, o bien, es la condecendencia crítica y teórica?

Muy buena crítica o metacrítica, dependiendo del caso. Ambas.
yo diría metacrítica.
V. dijo…
Toda objetividad es fingida y jamás es silenciosa. Ahora, ¿objetividad de quién y en qué circunstancias?
O no entendí la pregunta.

Metacrítica sería una pretensión de objetividad.