[Las marcas del hambre]. Por Patricio Contreras

Patricio Contreras Navarrete (Puente Alto, Chile, 1989) nos presenta uno de los números más recientes de Unidiversidad (número 31, abril - junio, 2018), revista de pensamiento y cultura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. Este número, dedicado a la poesía peruana, incluye artículos, ensayos y una selección de poemas sobre el hambre, bajo el cuidado de Paolo de Lima.

Las marcas del hambre. Los poemas del hambre: Perú

Mi viejo siempre dice: “Yo sí sé lo que es pasar hambre”. Hasta el día de hoy repite esta sentencia ante distintas personas y en diversas situaciones. Yo solo he pasado de esa hambre banal, sumamente circunstancial, pero él repite que sabe de verdad lo que es el hambre. Hace hincapié en ello. Supongo que quiere decir que conoce el hambre en su rotundidad, en su carácter irrefutable, en su total dimensión. Me parece que el presente dossier intenta sondear precisamente aquel angustiante saber de mi padre, entender su comportamiento y su situación en el país vecino. De hecho, en uno de los poemas del conjunto, Roxana Crisólogo recalca:
“pero no es chile ……se trata del perú
y eso puede tomar tiempo
y el desierto no termina” (100).
Blanca Varela. Playa de Puerto Supe, hacia 1950
Porque Perú es un país que conoce muy bien a la prima hermana del hambre: la guerra. Lamento el lugar común, pero sin lugar a dudas la historia del Perú está escrita con sangre. Como todas, dirán ustedes con razón, pero quizá con más sustancia, con litros y litros de aquel líquido espeso. Y sus poetas lo saben. José Antonio Mazzotti, por ejemplo, lo retrata muy bien en dos momentos históricos revisados en un solo poema, titulado “Cuismancu”. Sobre la invasión española, señala:
“Vendrán otros hombres, gente de la montaña, y mis dioses no serán queridos
y mi pasto acabará quemado, todo se infectará
con aguas negras, no comeré más perro, me pondrán a deambular
con mis vestidos ahora
baratijas, piedras, grabadoras, ah presentimiento
de un paisaje en que las huacas aturdidas
no se levantarán” (81).
Y más adelante, en el mismo poema, sobre la guerra desatada por Sendero Luminoso contra el Estado, apunta:
“-Vea usted, joven amigo. Se pueden
aceptar los puntos de partida, los principios y hasta el ciclo
de la historia en este asunto
pero hay algo
que impide su total realización: serían demasiados los cadáveres
y pocos los frutos inmediatos. En resumen:
una pésima inversión. ¿Me entiende ahora?” (85).
Hablamos de hambre y cadáveres. Mucha hambre y muchos cadáveres. Un pueblo entero curtido a base de hambrunas y muertos. “Perdonen que lo diga sin pudor, / pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo de hambrunas”, confiesa José Watanabe en uno de los poemas incluidos en el dossier, para luego afirmar:
“Las carencias
nos llevaban a todos a una especie de inocencia,
a un vivir
en el centro puro de nosotros mismos” (65).
Porque el hambre también puede ser motivo de comunión en medio del desastre. Una forma de resistir al mal tiempo mientras la fortuna come en otro lado, mientras la torta sigue mal repartida, “y el hueso del amor / tan roído y tan duro / brillando en otro plato” (52), lamenta Blanca Varela en su célebre poema “Canto villano”.
Ya que menciono poetas de renombre, no podemos dejar de hablar de César Vallejo, autor ineludible si hablamos de poesía y justicia social en el Perú. Sobre él, en uno de los tres ensayos que abren esta publicación, el profesor Víctor Vich subraya lo siguiente: “Vallejo entendió su poesía como un dispositivo que podría servir para transformar los sentidos comunes existentes. Desde ahí, la representación de lo marginal se fue volviendo más protagónica, se dio cuenta de que su incorporación generaba la posibilidad de observar la crisis de la comunidad tal como se encontraba configurada” (18).
Eso sí, a pesar de su carácter fundacional, cabe destacar que el presente dossier no parte ni termina con Vallejo. Se inicia con José María Eguren (1874-1942) y termina con Paul Forsyth Tessey (1979), aunque de principio a fin las y los poetas intentan responder a la misma interrogante que Vallejo plantea en su poema “La cena miserable”, cuando nos interpela diciendo: “Y cuándo nos veremos con los demás, al borde / de una mañana eterna, desayunados todos” (39).
Me resulta realmente complicado abordar con justicia una compilación de textos que reúne un prólogo, tres ensayos y más de un siglo de poetas escribiendo en torno al hambre. Me es imposible ser justo con todas y todos, o con la totalidad de los poemas publicados en este trabajo. Pero he intentado delimitar el terreno y presentar algunas de las perspectivas participantes y, por lo mismo, para pensar en profundidad el presente de todos los países del continente, sugiero esta declaración brutal de Washington Delgado:
“En el Perú, las madres
son apaleadas diariamente
por pedir un poco de leche
para sus hijos pequeños.
A las míseras gentes
las arrojan a balazos
de las pampas pedregosas
donde quisieron levantar
sus chocitas de caña
(unos niños fueron pisoteados,
algún viejo murió
ahogado por los gases,
es el precio que hay que pagar
pues la propiedad es sagrada)” (48).
Sin ir más lejos, así sucedió la erradicación forzosa en Chile durante la dictadura. Así mueven hoy a las personas de las favelas en Brasil. Así persiguen a los pueblos originarios en países como Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela, para instalar carreteras y megaempresas en sus territorios. En todos lados se cuecen habas. En todas partes nos persiguen entre balas y tumbas. Pero ya llegará el día, ya repartiremos con sano juicio los frutos de nuestros suelos. Como aconseja Oswaldo Chanove: “Es importante creer ahora y siempre que algo valioso nos redimirá definitivamente / Tal vez un trozo de carne” (71). Esperemos que así sea, aunque calmar el hambre del estómago sería solo el principio.



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