[Poesía y crítica (o ese brazo aparentemente masculino)]. Por Víctor Quezada

El siguiente texto, escrito por Víctor Quezada, fue leído con ocasión del conversatorio sobre poesía y crítica realizado en la Universidad Andrés Bello de la ciudad de Viña del Mar el día 2 de junio de 2015. Participaron de la discusión Jaime Pinos e Ismael Gavilán, organizaron Gonzalo Jeraldo y Jorge Cáceres.

Poesía y crítica (o ese brazo aparentemente masculino)

La pregunta por la relación entre poesía y crítica parece imprecisa, demasiado general, diríamos, fundada en cierta confianza en las regularidades discursivas. En este sentido, parece también anodina. A menos, claro, que la restrinjamos, la contextualicemos, que la entendamos, por ejemplo, en referencia a la circulación y recepción de la poesía chilena actual en la prensa de la “democracia autoritaria” o que la pensemos en su relación con las plataformas virtuales que las tecnologías de la información y la comunicación posibilitan, pero, si hacemos eso, la pregunta se torna francamente insoportable.
Quizás haya que suspender tal interrogación, por ahora, a la espera del instante en que otra pregunta salte frente a nuestros ojos, y correr el riesgo de que esta nunca llegue. Por ahora –pues no puedo obligarlos a que se queden en silencio pensando melancólicamente–, realicemos un ejercicio alternativo, propongamos otras preguntas en busca de aquella sin respuesta que nos conmocione.
Procedamos de manera arbitraria, podríamos preguntar, por ejemplo: “¿dónde comienza una rosa?”, “¿es falso decir que el diamante es suave?” O, tal vez, “¿qué significa el brazo desmembrado, aparentemente masculino?” La validez de estas preguntas es irrelevante, así como el método que hemos elegido es irrelevante, sirven aquí como disparadores: no es el contenido de las preguntas lo que nos mueve, sino conservar una cierta actitud interrogativa que permita el movimiento. O podríamos elegir, arbitrariamente también, otro tema, buscar otro tipo de relación entre dos elementos: entre palabra e imagen, por ejemplo, entre historia e imagen, por ejemplo. Veamos.
El primer volumen de la colección “Nosotros los chilenos” de la desaparecida editorial Quimantú -libro inscrito en el proyecto de identidad cultural de la Unidad Popular- retrata diferentes aspectos del quehacer nacional; estos textos son acompañados de un conjunto de fotografías que pareciera tener la función de ilustrarlos.
Entre los diversos aspectos, se caracteriza a los hombres y las mujeres del Chile presocialista. Los hombres, fotografiados en medio de su actividad cotidiana, muestran brazos y manos, aparecen asidos de sus instrumentos de trabajo o sujetados por alguna prenda distintiva: el casco mantiene en pie al minero, el gorro de lana al pescador, la chupalla al campesino, la fragilidad del sombrero de papel de diario al albañil. Las mujeres, fotografiadas en un entorno cotidiano, esconden los brazos y las manos o se las muestra en primer plano. La mujer, en esta construcción identitaria, jugaría un rol pasivo, el de la compañera abnegada del obrero.
Ahora bien, existe una excepción en ese montaje de imágenes, una de esas fotografías muestra los brazos y las manos de una mujer hundidos en su tarea productiva: es la fotografía de una temporera. La importancia de esta foto radicaría, en principio, en la apertura a representaciones que pondrían en cuestión la representación oficial; luego, en la desidentificación de la imagen de la mujer como compañera y, de manera más significativa, esa foto abriría el espacio a otras formas de aparecer entre las imágenes.
Pero, se preguntarán ahora ustedes, ¿a qué nos ha llevado este juego arbitrario?, ¿qué tiene que ver todo esto con la pregunta que abre nuestra conversación?, ¿qué sentido tiene hablar de los brazos y las manos de la temporera?
En Material mente diario (2009) de Alejandra del Río, escuchamos la voz de una niña que vive sus ocho años como si los recordara dentro de su pieza; dice:
aquí tengo un rincón donde puedo enajenarme con soltura
aquí tengo un real deseo de gobernar sobre las muñecas
aquí me habito
aquí dejaré la huella de la palma creadora.
La sinécdoque de la mano (que es aquí “palma creadora”) refiere tradicionalmente al cuerpo del escritor pues relaciona la parte con el todo. Es preciso, no obstante, resaltar que esta es una mano futura, no la mano que escribe, sino la promesa de llegar a ser poeta o, quizás, es al mismo tiempo ambas: la mano de la futura escritora y la mano que está escribiendo su vida como si la recordara. En su libro más reciente, Llaves del pensamiento cautivo (2015), encontramos una figura similar:
En noches proverbiales
noches en que el alma se arroja al centro de sí misma
una mano no tiembla al escribir (38).
En “Llave de las bodas de la mano y el cuaderno” (título del poema citado) la temporalidad de la “palma creadora” (que es la temporalidad paradójica de la memoria) parece resolverse en el encuentro del momento propicio en el que la poeta y el acto de la inscripción se identifican (las “noches proverbiales”). Sin embargo, esta mano que no tiembla al escribir pareciera tener vida propia, no pertenecer a ningún cuerpo o tiempo identificables, pareciera actuar por sí misma y ser en sí misma el trabajo de la escritura.
¿Qué podría mediar entre la mano como sinécdoque del escritor y la mano como escritura? El poema se abre con un epígrafe perteneciente a un fragmento del libro Hija de perra (2002[1998]) de Malú Urriola (“este brazo es el único capaz de librarme de mí”); examinemos un instante una sección de ese fragmento:
si no fuera por este brazo no sé qué sería de mí, por eso sigo a mi brazo, porque este brazo es capaz de encontrar lo que yo no hallo, por eso es él quien escribe, porque si escribiera yo, no encontraría las palabras necesarias, en cambio mi brazo es exacto (28).
Es tal vez esta relación con el acto de inscribir –que necesita desprenderse del control del sujeto, a saber, ir más allá de los procedimientos de subjetivación que identifican a un cuerpo con un modo de decir (o a un cuerpo con una imagen)– la que se sitúa en los fundamentos del desplazamiento del escritor a la escritura.
En este sentido, pienso que la imagen de la temporera –entre muchas otras imágenes, por supuesto– señala un imaginario por el que la mano y el brazo dejan de ser una sinécdoque del héroe (socialista, autoritario, neoliberal, etc.) o de quien tradicionalmente escribe; es decir, esos brazos y manos, inmersos en el trabajo, escabullirían la referencia a un cuerpo históricamente situado, el del obrero, el de la compañera, para desplazarse hacia la identificación de brazo y producción, indeterminando aquello que podríamos decir viene a ocupar el lugar del contenido representacional de la fotografía.
Para continuar, una pregunta, ¿podríamos entender la literatura escrita por mujeres como una historia del aparecer de las manos y los brazos o ver en ese brazo desmembrado, aparentemente masculino, una historia de la mujer como escritura?


Bibliografía

Poesía
Del río, Alejandra (2015). Llaves del pensamiento cautivo. Santiago de Chile: Garceta.
---------------------- (2009). Material mente diario. Santiago de Chile: Cuarto Propio.
Urriola, Malú (2002[1998]). Hija de perra. Santiago de Chile: Surada.

Consulta
- (1971) ¿Quién es Chile? Santiago de Chile: Editora Nacional Quimantú.
Arrate, Marina (Otoño, 2002). “El brazo y la cabellera. Algunas disquisiciones sobre poesía escrita por mujeres en Chile”. Cyber Humanitatis, N°22.
Barthes, Roland (2003). “Texto (teoría del)”. Variaciones sobre la escritura. Buenos Aires: Paidós.

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