[Guía para perderse en la ciudad o un sujeto teóricamente ilustrado]. Por Víctor Quezada


Guía para perderse en la ciudad (Ripio Ediciones, 2010) es el segundo libro del poeta chileno Víctor López Zumelzu (Curacaví, 1982). Revisa ahora la lectura que Víctor Quezada hace a partir de esta interesante segunda entrega del poeta.



Guía para perderse en la ciudad o un sujeto teóricamente ilustrado

En el último año he leído algunos libros –principalmente de aquello que llamamos joven poesía chilena- en los que he encontrado una recurrencia que me gustaría constatar: el afán teórico o la indagación de fenómenos y problemas principalmente tratados por la teoría literaria estructuralista y post-estructuralista (aunque, debemos decir esta obviedad, no solo pertinentes al discurso teórico) que en estos libros se actualizan ya de forma superficial (en pos de una argumentación irrevocable que, en tanto que trata de sostener al discurso poético, exhibe la fundamental “debilidad” de esas escrituras) o como una matriz de sentido tal que se erige como base de la construcción del sujeto “poético”.

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Félix Martínez Bonati en su libro “La agonía del pensamiento romántico” (colección de ensayos escritos entre finales de la década de los noventa y principios de este siglo) nos habla de una particular idea de romanticismo, aquella trans-temporal que designaría como romántica a “toda creación artístico-intelectual que, proviniendo de un espíritu científicamente ilustrado, posee aliento religioso-metafísico”*.
Quiero rescatar esta idea del profesor Martínez Bonati en uno de sus aspectos, aquel que nos dice que dichas escrituras nacen en un seno donde tiene total vigencia una conceptualidad científico-teórica que explica el mundo y frente a la cual la literatura reacciona de manera opositiva (adquiriendo ribetes de antirracionalismo o antipositivismo).
No obstante, esos libros que llamaron mi atención, no lo hicieron por oponerse a la idea o el imaginario del mundo que traza la teoría (post)estructuralista, es más, en ellos la utilización de conceptos e ideas de diversas vertientes teóricas es parte de sus mecanismos de construcción. Libros como “Urdimbre” de Julieta Marchant, “Vuelo” de Rodrigo Arroyo, “Antologías” de Ricardo Espinaza o Guía para perderse en la ciudad de Víctor López (el principal objeto de este texto), no participan de la angustia frente a un mundo racionalizado como los románticos alemanes e ingleses, ya que podemos entender a la misma teoría post-estructuralista como una reacción al racionalismo; como tampoco recurren a la fugacidad de los objetos simbólicos con el afán de trascender la reificación de la realidad y el individuo. En ellos, los diversos niveles de lo cotidiano emergen como respuestas –nacidas, claro, desde un sitial teórico- a la percepción del mundo que les toca vivir, sugiriendo los propios contextos de producción que escenifican.

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Así, en Guía para perderse en la ciudad, la indeterminación de los referentes y la fantasmagoría del espacio familiar desde donde aparecen signos de lo que podríamos calificar como “siniestro”, se enmarcan en una tesis principal: no se puede conocer el mundo mediante las palabras, no hay ideología posible o manifestación de una verdad común; de haberlas, estas no son sino imposiciones sobre lo real, una especie de violencia radical:

Se acercó a la ventana para dar una idea exacta
de un hecho
Pero descubrió que no existe una idea exacta
de un hecho
(…)
¿Cuántas palabras existirán para nombrar la nieve,
el frío, el hielo, la escarcha?

De tal manera, este viaje de pérdida que es el libro de López, se extiende desde lo que podríamos llamar el contrato social, nacido con el terror a perder la propia vida (según nos manifiesta Hobbes en su clásico “Leviatán”) hasta la arbitrariedad fundamental que se combate y manifiesta en la tesis. Porque así como “no existe una idea exacta de un hecho”, es imposible el funcionamiento transparente del signo lingüístico; la justicia en las leyes; el entendimiento mismo en tal sentido; pues la idea de arbitrariedad que cruza el pensamiento moderno es impropia de este horizonte de expectativas, obedece a otro marco de conceptos:

La escritura no es representación del mundo
sino una concesión con [sic] él
(…)
Cada país tiene una palabra para definir el miedo
(…)
Una imagen que imita nuestra vida
que intenta ser nuestra vida

Asimismo, adquiere en su transcurso otra dimensión (que sumada a las otras robustecen la recurrencia de la que hablábamos en principio): la dimensión histórica o de la escritura historiográfica que, como es de esperarse, es también problemática en el juego de una memoria blanqueada:

¿Acaso la muerte es menos densa que el tiempo
que gastamos en describirla?


La historia de Chile resumida en tres horas y media
de apacible lectura
Para luego irse a dormir con la memoria blanca y tersa
como ropa que después de lavar
aún pregunta por sus manchas


En este momento tendremos la misma discusión
de siempre
Sobre lo que tenemos que olvidar
y sobre lo que no tenemos que olvidar

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Aunque es imposible decir que en Chile no hubo antes un discurso poético que se hiciera cargo de otros discursos “teóricos” o “científicos”, sin afán de generalizar, Guía para perderse en la ciudad, junto a los libros nombrados más arriba, vienen a manifestar un lugar de escritura diverso por su modalidad en la poética contemporánea.


Notas:
*Puede reconocerse cierto acercamiento semejante a este sentido de Romanticismo -aunque rudimentario- en el artículo de Enrique Lihn: Momentos esenciales de la poesía chilena. Preñado, en cualquier caso, de subjetivismo como dice el propio autor, al intentarse una lectura desde el lugar del poeta que lee a otros poetas y se sitúa opositivamente o bajo una continuidad (difusa) respecto de la tradición.

Comentarios

baudelaire3 dijo…
Víctor: hola, cómo estás. Te dejo una nota esta vez para discrepar. Comentas al final de la reseña del libro de Víctor que su Guía, más Vuelo, Urdimbre y Antologías, muestran un afán (inédito hasta ahora en nuestra poesía) por dialogar con ciertas teorías literarias. Sin embargo, parte importante del trabajo de Lihn no se entiende sino a partir del estructuralismo franchute. Para qué hablar de Martínez, quien siempre tuvo todo esto en mente. Y Eugenia Brito, ídem. Tal vez (y en esto sí podrías tener razón) la forma en que dialogan estos nuevos poetas sea distinta a cómo se hizo con anterioridad: habría, entonces, que explicar en qué consiste esa diferencia.

Los saludos más cordiales

de

CGO
Víctor Quezada dijo…
Obvio que tienes razón, CGO. Deslicé que era imposible decir que antes no hubo poetas que se hicieran cargo del discurso teórico, pero claro, me parece que la manera en que se hace cargo Lihn -en una novela (por ejemplo) como El arte de la palabra- de De la gramatología está en función de desbaratar un discurso (el discurso de la novela latinoamericana, el boom, el realismo mágico: recuerda la escena esa de la ascensión a los cielos del personaje trasvestido).
O en Parra, Nicanor, cuando nombra a Witgenstein es claramente con afán paródico. Que López nombre a Witgenstein es "como si fuera lícito, como si estuviera bien", es ampliamente verosimil ya.

Me parece que esos libros que nombré en el artículo están del otro lado de la parodia para utilizar conceptos (sin llegar a discutirlos tal vez, a siquiera ponerlos en duda) como un elemento poético más, verosimil o algo así.