[Siberia de Roberto Contreras]. Por Natalia Figueroa.

Natalia Figueroa, Directora de la Revista sobre Literatura y Política 2010, ha querido participar como colaboradora invitada por esta exclusiva ocasión en La Calle Passy 061. El siguiente artículo sobre el primer libro de poesía del escritor chileno Roberto Contreras (Santiago, 1975) titulado Siberia (Ed. Lanzallamas 2008) indaga una situación política -social en un sentido fundamental- disgregada, donde la resistencia se hace cifra de tal disgregación. En este clima, el libro de Contreras emerge y se desarrolla.

Últimos días de Siberia.
Por Natalia Figueroa.


La llamada transición a la democracia en Chile no contuvo como proyecto, la realización comunitaria encerrada en el discurso humano, democrático, social, en boga aún en nuestro indiferenciado espectro político. Ya a nadie puede serle indiferente un modelo comunicacional que aterido de conceptos y códigos acuñados para estabilizar ideologías que encubren a otras, ha sembrado una suerte de letargo sobre una comunidad que creando una resistencia si bien silenciosa por la represión militar, aparece hoy disgregada y acallada por los nuevos, sutiles, elegantes y hegemónicos métodos disfrazados de discurso social, soportados aún por retóricas académicas y políticas universitarias pro-concertación, con los que ha continuado imponiéndose el valor de cambio, el neoliberalismo, la profunda desideologización y la castración de los discursos y valores humanistas que supuestamente bogarían por encuentros y aperturas.
Escribo estas líneas desde una Universidad de Chile herida del ideal universitario que hace tantos años la orientara. Es desde un sitio como éste donde comienzo a leer Siberia, primer poemario de Roberto Contreras, texto que insiste en la sospecha como actitud determinante de una generación marcada por la entrega a un ideal social que en la práctica, acabara levantando las banderas contrarias. Comienza la lectura con una “Primera lección moral”: Desconfiar de todo/ Desconfiar de todos/ Desconfiar de ellos/ Vivir en estado de sospecha. Todavía me atrevería a agregar un verso ausente que ha rondado sin embargo mi lectura: desconfiar de uno mismo. Desconfiar, en el sentido de inquirir, de interrogar hasta qué punto esta ausencia no sólo formal, nos sitúe frente a un hablante expuesto a utilizar su sospecha como principio generador de su propia seguridad, necesaria para mantener cierto perfil y discurso que no gustan de ser cuestionados; de preguntar también, por qué una desconfianza profunda ante todo gesto de entrega, pueda acabar finalmente siendo, mal aliado de una propuesta que intentara abrirse, si es que acaso fuera ésta una variante profunda que atravesara Siberia en un nivel, incluso, emotivo, abrirse hacia una verdadera comunión y libertad de pensamiento donde antes y después de diferencias políticas o estéticas, deba ser necesario amar, amar cristianamente. Por eso, ante un texto como este, que plantea que la poesía y la literatura son armas, se podría preguntar: armas para crear qué; la libertad, podría responder el texto; pero ciertamente no sería ésta una respuesta entregada desde la completa desnudez a la que conduciría quizá, responderle al poeta alemán: para qué la libertad (Nietzsche). Entonces regreso de la escritura al lugar en el que Contreras se formara también; releo su texto y no puedo dejar de pensar en 1989. Recuerdo perfectamente las celebraciones, el fin del gobierno militar, los discursos, los discursos de después, los argumentos, como si todo hubiera acabado en un día, en un año, como si la dictadura hubiera sido sólo un momento de la historia y no un mal arraigado mucho más profundamente que en 1973 ó 1982 ó 1986. Nos dice Roberto: Luego estoy otra vez en mi casa/ he venido pensando hace unos años en escribir poemas que hablen de la Resistencia./ Sin imaginar que después de la Dictadura todo será lo mismo/ o peor tal vez (“Una misión”).
Siberia. Intuyo que a algunos les parecerá un texto escéptico, nihilista en el sentido convencional de la palabra, pesimista en relación a fraseologías acuñadas para engañar nuestra mirada. Y es que pienso en éste, como en un libro que testimonia no la caída de las ilusiones, sino la madurez de las mismas en relación a sus propias posibilidades –siempre menores y trisadas, más cercanas a lo intuido que a lo pretendido, más sostenidas por la memoria de nuestros muertos que por la voz de los señores del mundo-. Siberia, desde esta posibilidad, testimonia el proceso de un hablante endurecido en la contracción planteada por el afecto a la literatura y la poesía como sujetos claves en la configuración de lo real y, por otra parte, cierta comprensión de que las batallas por lo comunitario, están perdidas de antemano. Cae la nieve sobre los corazones de los hombres. Cae la nieve y el hielo sobre Siberia, región que en algún momento fue sinónimo de exilio y de castigo. Cae la nieve y pareciera que se transitara lentamente por un sitio que pesa en el corazón, tanto como pesan los ideales cuando todo esto, ya a nadie pareciera importar: ¿Quién reconocerá esta imagen posible del instante? ¿A quién confiar/ estas historias de amor, de locura y de muerte?/ ¿Por qué seguir hablando de la Utopía Futura? (“Poesía”). Como lectora, me he visto interpelada pero no en la negación de la sociedad a través de utopías o de nostálgicos recuerdos. No he visto en Siberia, quiero decir, una relación indirecta con la realidad social, dada, como suele suceder en ciertas escrituras panfletarias, desde el juego entre denuncia e ideal. Más que esto, se trataría de una invitación a salir del estado de aquiescencia de quien se hunde en la inacción, cual si esto fuera algo de un momento y se pudiera, verdaderamente, renunciar: Un nido/ un nicho/ un pozo/ más parecido al dulce abismo y su caída./ Mirar tranquilos la catástrofe (…) Un túnel dentro de un túnel/ Todos los hombres lloran mirando un río revuelto/ Leer letras pendulares colgando suicidas al acantilado./ Poesía cayendo en picada (“Edificio”). La lectura de Siberia, en medio de un panorama literario aterido de jóvenes que difícilmente pueden olvidarse de si mismos, acomodados y protegidos en discursos validados por pequeños círculos de amigos que les aplauden ya no sé si por verdadera comunión o más bien porque en este gesto reafirmaran su propio piso tal vez, tal vez para no recordar, como dijera el poeta Juan Verdejo Larraín, lo pobre que somos en el fondo, lo roto que somos en el fondo; aún cuando corriera este libro, viniendo de un colectivo que se define con códigos político-ideológicos, y recibiendo conjuntamente una crítica amable de parte de redes de amistades, aún cuando corriera, digo, el riesgo de caer en estrategias de validación que enturbiaran reflexiones más profundas, tiene la virtud de llamar la atención sobre el potencial de una palabra que trabajada en su peligrosidad, puede recuperar el valor de transformación que le es inherente. Leemos claves de un deber-ser poético: ¿Poesía en pie de qué?/ Sólo en pie de guerra (“Poesía”).
Inquirir sobre caminos posibles o intentar comprender la relación de lo acontecido, aparece entonces como una tarea fundamental: “Es preciso preguntarse cómo fue que las cosas terminaron/ así”, se pregunta Tzvetan./ Mirando edificios levantarse/ en plazas donde antes jugó con sus hijos,/ hizo el amor con una chica,/ MARCHÓ GRITÓ LUCHÓ/ Vio a su país convertirse en carnaval (“El retorno de Tzvetan”). Continuar preguntándose como continuar lanzado en terreno adverso a ideales que funcionan como generadores de un sentido fundamental de existencia, en el convencimiento de que entre la derrota y el escepticismo, negarse a ver la salida o aceptar cierto estado de cosas, es también una manera más de echarse a morir: Veo:/ A un hombre cruzando la línea del Metro sobre un árbol derribado como el mejor de los puentes./ ¿Entonces yo también debo ser de madera?, se interroga en señal de afirmación (“Lenin”).
De esta forma va delineándose Siberia, testimonio de un proceso de aprendizaje por lo que el hablante llama las derrotas del alma, período de duro desencanto situado en un espacio-tiempo –Siberia- tan imaginario como real, profundamente desierto pero propenso a reconvertirse desde la tarea escrituraria, esperemos que aceptada en el futuro desde su posibilidad total, más allá de cualquier ideología. Así pareciera Roberto querer recomenzar, acompañado de sus muertos; y repitiendo las palabras de Carlos Droguett contra el cansancio, la soledad y la incertidumbre -No estamos solos mientras recordamos-, iniciar en el poema final, su propia despedida y retirada de Siberia: Pero de pronto una revelación/ una grieta/ una epifanía/ les muestra/ los últimos versos de Siberia.

LEE una selección de poemas de SIBERIA

Natalia Figueroa Gallardo (La Serena, 1983). Es licenciada y Magíster en Literatura, actualmente cursa el Doctorado en Literatura, Universidad de Chile. Es Directora de la revista sobre Literatura y Política 2010.

Comentarios

blackjacket dijo…
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blackjacket dijo…
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Bien. Yo habría pegado los palos aún con menos retórica y rescatado lo rescatable con menos rodeos, pero creo que quedó mucho mejor. No he leído Siberia, pero me tinca leerlo. Ahora, según lo conversado, pareciera que hay mucha gente que habla de revolución, pero la revolución llega hasta donde les acomoda, a una suerte de imagen validada por sí mismo y por el círculo cercano, cosa acomodaticia y, finalmente, poco tolerante con aquella diferencia que pueda hacer peligrar esa imagen, muy cool a veces, astuta en su referencialidad, pero Light o, dicho de otro modo, pura literatura no más. Se la traga el circuito de la escritura y pierde toda peligrosidad. La sangre mana lo justo y necesario para pintar la foto. Pero en fin, sería injusto si digo que este comentario apunta directamente a R. Contreras, porque no he leído su libro, pero sí me refiero a cierto tipo de escritores de los que conversamos, Natalia, en relación a esta crítica, tema que además está muy presente en tu texto. Me pregunto si ese tope, ese piso hasta donde llegan y con el que son extremadamente quisquillosos, es finalmente lo que podemos llamar su “burguesía”. Eso que podríamos llamar NUESTRA “burguesía” debe ser ese lugar ficticio, creado de afirmaciones, miedo y resentimiento que se puede disfrazar del discurso más izquierdista o anarquista si se quiere, pero que finalmente es como la protección celosa de un capital cultural ganado, recolectado por trabajo o por influencias varias, capital en el que se apoya la imagen que vendemos como escritorzuelos varios. ¿Pero estamos realmente dispuestos a sacrificar ese capital ideológico, crítico, autoafirmativo, en pos de un bien más comunitario, de una esperanza realmente compartida por un círculo más amplio que la de nuestros apoyadores-especialistas habituales? Por otro lado están nuestros padres, hijos, hermanos, vecinos, los prójimos. Qué cresta tiene que ver la palabra con ellos, ésa es una pregunta. Cuál es nuestra responsabilidad como trabajadores de la palabra con toda esa vida viviente, con todo ese calor y frío. Si el neofascismo cae en el error de olvidar al pueblo real por una suerte de contemplación del mito y la claridad clásica o pagana, ensimismado en su autosatisfacción espiritual y aristocrática, la actual izquierda cultural se olvida también del ser humano, engolosinada de literatura y textualidad, presa del materialismo de la escritura. No se cree en Dios, pero sí en el texto. Arriba o abajo del Olimpo, se las arreglan para hacer sus ghettos y circuitos privados. Pero hay hambre, amigos, y para qué nos hacemos los tontos: no podemos dejar de sentir esa hambre por doquier. Todo nos los dice, por más que creamos engañosamente que esa hambre es acallada por nuestro divertimento en escrituras, lecturas, brindis y demases.
n dijo…
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