[Obra Completa de Gustavo Ossorio]. Por Rodrigo Verdugo.

El pasado jueves 2 de abril de 2009, en la sala Ercilla de la Biblioteca Nacional, se realizó el lanzamiento de la Obra Completa del poeta chileno Gustavo Ossorio (Santiago, Editorial Beuvedráis, 2009). Libro del que Juan Manuel Silva y Javier Abarca son los responsables de su recopilación y edición. En el evento el volumen fue presentado entre otros por el también poeta y amplio conocedor de la poesía chilena Rodrigo Verdugo. Ahora damos a conocer a ustedes dicha presentación.



Presentación de Obra Completa de Gustavo Ossorio.
Por Rodrigo Verdugo.

Muy buenas tardes, antes que nada quisiera agradecer a Juan Manuel Silva Barandica su invitación para hablar del poeta Gustavo Ossorio y la aparición de sus obras completas, lo cual es un suceso que tanto lectores como poetas han esperado durante bastante tiempo y que afortunadamente hoy ya es una tangible realidad. Como hecho editorial, viene a sumarse a lo realizado anteriormente por Leonardo Sanhueza, Luis de Mussy, Santiago Aránguiz y Javier Bello, con Rosamel del Valle, Teofilo Cid, Jorge Cáceres, Winett de Rokha, etc. Estas obras completas de Gustavo Ossorio que aparecen bajo el sello editorial de Beuvedrais, contribuyen de manera decisiva a leer a uno de nuestros poetas más extraordinarios, sin cuyo conocimiento y lectura, no se puede entender a cabalidad tanto la vanguardia como la neo-vanguardia chilena y latinoamericana, otro aspecto relevante es la no disociación entre la vida y la obra de Gustavo Ossorio, no podemos hablar de ambas por separado puesto que son solo una, y ambas señalan los mismos aspectos velados, puesto que muy pocos poetas chilenos han podido enfrentar tan dura experiencia espiritual y asumir una poética tan peligrosa. A pesar de que es una obra un tanto exigua en su número de publicaciones (únicamente tres libros), sin embargo, sobrepasa cualquier intento de clasificación (lo cual demuestra uno de sus mayores meritos), transformándose en un caso muy particular, solo comparable al del poeta Omar Cáceres.

Rodrigo Verdugo
Rodrigo Verdugo
Rodrigo Verdugo

Hablar de la poesía de Gustavo Ossorio, y de este corpus que aquí se reúne y se muestra por primera vez íntegro en su complejidad y poderosamente profundo en su significación, es hablar no tanto desde el nivel de su recepción crítica (que lo fue insuficiente en su época), sino de la transmisión del oscuro fervor de esta materia poética que se ha producido a nivel de ciertos lectores comunes, o más bien de un indeterminado número de lectores comunes, (quizás en su mayoría poetas) que han pronunciado su nombre, a modo de invocación y leído como algo casi prohibido, concordando que se trata de uno de los arcanos mayores de la poesía secreta de Chile. El poeta chileno Enrique Gómez Correa en uno de sus tantos deseos proféticos autodefinió su propia escritura como “Poesía Secreta” y esto lo extendió a la propia proyección futura del grupo que constituía “Mandrágora”, y esto lo cito para hacer también una breve mención, ya que Gustavo Ossorio, colaboró en el Nº5 y Nº6 de “Revista Mandrágora” de manera que su obra fue vista también por los surrealistas chilenos como un antecedente estimable. Dice Enrique Gómez Correa: “La influencia de mandrágora es secreta, sus adeptos mantienen el secreto”, además, hace mención a que va quedando “el libro secreto” cuya transmisión es oral. Esto podría parecer un muy buen punto de inicio para comprender el cómo y el porqué esta poesía de Ossorio no terminó de perderse en forma definitiva en el tiempo. Reitero que la aparición de estas obras completas, realizada por los poetas Juan Manuel Silva Barandica y Javier Abarca Medel, responde a que hasta ellos llegó de igual forma esta transmisión, fuera de que un primer impulso se debía a un interés particular en su poesía, por una razón también secreta. Esto confirma que para Gustavo Ossorio por fin ha llegado el momento de exponer su secreto, más aún cuando en este volumen se incluyen textos inéditos, fotografías personales, cartas y algo para muchos quizás nuevo, sus acuarelas, donde su búsqueda y expresión es radicalmente distinta, proponiéndonos esto un acertijo acerca de esa interioridad tempestuosa, ya que los motivos principales de estas son solo apacibles paisajes.
Los esclarecedores prólogos a cargo de Juan Manuel Silva Barandica y Javier Abarca Medel, así como los estudios críticos incluidos dan también una orientación especial, tomando en cuenta que en su mayoría son semblanzas o juicios acerca de su obra, escritos no tanto por críticos propiamente tales (sabemos que se trata de una poesía de difícil penetración analítica) sino por poetas afines al pensamiento de Gustavo Ossorio como Eduardo Anguita, Dámaso Ogaz, Luis Merino Reyes, entre otros, lo que no obstante la resguarda de una lectura impresionista. Queda demostrado entonces el grado de exhaustividad y pericia en indagaciones tanto bio-bibliográficas como extraliterarias que poseen los poetas responsables de esta compilación. Es de todas formas pertinente repasar rápidamente aspectos parciales de cada una de estas obras con el objeto de anticipar al lector, una aproximación (aunque empobrecida) que por lo menos sirva como aporte para adentrarse en una inicial lectura. La poesía de Gustavo Ossorio está más allá de una supuesta intencionalidad literaria (en cuanto a hacer literatura propiamente tal), y en esto presenta similitudes -como mencionábamos antes- con el poeta Omar Cáceres, quien en el documento “Yo, viejas y nuevas palabras”, declaraba lo siguiente:
“No he escrito pues como se lo dije a un poeta, llevado del afán de hacer literatura, achaque tan común en nuestra tierra, sino obedeciendo a irresistibles impulsos; a la necesidad más bien de definir por medio de la expresión de mis estados, la verdadera situación de mi yo en el espacio y el tiempo”.
Ossorio poseía su propia y breve declaración de principios y resaltaba que su poesía era: “y es el vestido mágico para desaparecer y aparecer a voluntad”. Por lo tanto, todo el oscuro fervor de esta obra, sería una constatación escrita casi a modo de método o de confesión de una iniciática experiencia, de un calculado desasimiento en pos de interrogar, en pos de presentir y, por ende, de espiritualizar estados intermedios, se trata entonces de una experiencia de conocimiento, en cuanto a su rigor y de incertidumbre creciente respecto a la indeterminación entre la santidad y lo demoníaco, no aspira a un sincretismo, ni mucho menos, busca saber lo justo de cada una, o al menos lo que es permitido saber no para inclinarse ya por una o por otra, así va formando su propio numen, aunque a ratos da la impresión de una guerra santa. Ossorio a modo de proposiciones contrapone lo estructural con lo espiritual, es la memoria en pugna con la presencia, el sentido que se ensombrece a causa del cuerpo, la presencia como atadura y la trizadura como experiencia, el continuo atarse y desatarse de cada revelación, en una atención permanente hacia lo astral. Si revisamos una y otra vez la naturaleza de sus metáforas, nos damos cuenta que la significación poética rebasa las connotaciones semánticas, algo de esas metáforas nos sugiere una recreación de encuentros y desencuentros entre su cuerpo físico, y astral, recurriendo a zonas evanescentes y anatomías mentales, a espacios premonitorios, paisajes teñidos y devastados por una suerte de cosmogonía negra, abundancia de desiertos, de muros, de métodos secretos, de pactos, cuyo peso una y otra vez lo obligan a volver, a habitar y deshabitar dichos lugares, para advertir sus entradas y salidas, (como si se tratara de un templo) y como si lo que presiente como innúmero y absoluto quisiera cobrar nuevamente su posesión en la naturaleza y, por ende, su posición justa. En toda esta escritura nada se mantiene pasivo en su superficie, hay un rechazo a toda superficie, es decir todo es subyacente, todo subyace como si la justificación de ser tuviese que venir de órdenes distintas y el poeta tuviese que retribuir a estas un ritual distinto cada vez. Cabe destacar que estas superficies, sugeridas tanto como lagos y como espejos, no obstante, encierran todo el terror amniótico, como si en el fondo alguien enredado en restos de su antiguo ser se debatiera con ardorosas algas “en medio de breves risas familiares” y el espejo mismo “que copia el error de nuestro ser”.
Reparemos en los títulos de sus libros: Presencia y memoria que data del año 1941 y que contó con un prólogo del poeta Rosamel del Valle, como primer libro, elige un título que en forma muy objetiva y hasta mecánica anuncia o determina las coordenadas de su primera y continua búsqueda: presencia y memoria, ambas como flechas, ambas metaforizadas y descritas de modo potencial como procesos a lo largo del libro:
“Como llenar esta transparencia”
o “cómo vivir este acto transparente”
“el hombre pasa con su raíz destruida para borrar los enigmas”.
También está la aceptación de la idea de superficie y del tiempo como imperfección y lo subterráneo como exigencia. La presencia antes que la memoria o casi como una resultante o una parte de esta que busca también su lugar y cuyas medidas están en el fuego, el agua el aceite y la sangre, porque en esos elementos la ha sentido. Otro aspecto interesante es como [el poeta] se ve a sí mismo como unidad en relación a las demás cosas y como esto le permite verse también como un proceso más en relación a los tiempos y espacios. Asedio quintaesenciado a ámbitos y abismos, la búsqueda nivelada de una verdad pero a partir de su ausencia o “el falso fundamento de esta”.
Respecto a esto, anima toda esta poesía una nostalgia, pero no de lo viviente, sino de lo increado y de lo destruido, siendo lo ya creado o lo ya hecho o lo apagado y encendido solo parte de una confusión o de la “Gran confusión”, sastifaciéndose a sí mismo también en dicha destrucción, casi indiferenciándose, no siendo además la materia misma lo resaltado sino su transformación, ya que: “Los ojos bajan a una última posibilidad”.
Lo viviente y lo creado como algo inconcluso, desconocidos ante sí mismos y ante lo que los designa. Insuficiente es también su propia comprensión de ciertas pruebas: “y un acto que no comprendo se realiza en mi frente”, por lo que la fortalece sobre arenas y sangres.
Otra de estas obras es Sentido Sombrío del año 1948, su obra más importante y que contó también con el prólogo del poeta Humberto Díaz Casanueva, también contribuye a ahondar en distintas incógnitas pero sin llegar a una completa solución metafísica, pero si tal vez a un significado último. Se declara el poeta en sus propios versos “simultáneo a la noche”, esa oscuridad como desdoblamiento de niveles de tiempo. No seguros a qué obedece la característica sombría de aquel sentido, ya que en otras partes lo califica como “Sentido siniestro” o “sentido prófugo” vemos cómo lo problematiza y acepta o rechaza. Juzga engañoso y aparente todo lo que este sentido cubre, más aún está abierto a que: “cada ojo que me mira es un nuevo sentido que adquiero”. Entonces, como se ensombrece el sentido o como va ensombreciéndose a medida de que lo invisible se presiente como una catástrofe inminente, lo invisible como destrucción y negación de todo lo creado y, luego, como tribulación , entonces repitiendo, o intentando recordar algo anterior a ese naufragio de las sustancias y formas, está el intento de visibilizar, la desesperación por lo visible que no se ha perdido totalmente ya que lo necesita para fundarse, para que su sombra se renueve, pero previamente aceptando lo purificador de la propia ceguera: “Y una memoria nace visible para guardar intacto nuestro paso”.
En este sentido cabe aquí preguntarse (y esto puede que no sea mas que una arbitrariedad, como todo este comentario) que quizás junto a esta profusión de desiertos, lámparas, cadenas, muros, espadas, anillos, están también los ciegos quienes al perder el sentido de la vista adquieren otro sentido “quizás sombrío”, quedando más aptos para conocer esa “Verdad siniestra”. Dice Ossorio:
“Acaso te hayas ido a dormir entre ciegos extraviados para escuchar mejor mi miedo”.
O “que somos sino ciegos lentos”.
Cada imagen repite un ejercicio semejante, una vigilia desértica y acuosa a la vez, entonces es nostalgia de una dimensión que se recupera, pero al mismo tiempo pierde otra, por lo que es urgente para el poeta un desdoblamiento entre los elementos, en el sentido que estando inmerso en el fuego lo puede estar también en el agua o estándolo en la niebla lo puede estar en la ceniza, y es este desdoblamiento donde halla cierta plenitud.
Finalmente Contacto Terrestre cuyas publicaciones datan del año 1964 y posteriormente publicado como libro por las ediciones de la colección de poesía universal de la memorable Revista Orfeo en 1968 y contando en esta antología con una tercera publicación, cierra el ciclo escritural y vital, se trata de un poema de largo aliento, que como en ninguno de los otros libros logra una unidad, la interrogación trascendental rige y recubre todo el espesor textual. ¿Qué es lo cierto?, Empieza preguntándose, para luego perspectivizar su propia búsqueda y confirma y ansía su desasimiento, antes incluso que ocurra: “Soy menos materia cada vez y mi grito es solo escuchado por su eco”.
Es decir, espiritualiza nuevamente esos estados intermedios. Y otra vez su apelación e incertidumbre y duda ante el sentido, que esta vez “arde solitario”.
“¿Como rebelarme contra ti, si siento que creces con mis uñas vas con mis pasos y te nutres de mi frágil lengua?”
Escrito durante la estadía del poeta en el Sanatorio El Peral, da la impresión de que fue planificado como ajuste de cuentas con la experiencia y con su propia comprensión que metódicamente ha abismado, sin consumar por completo el contacto, y quedando trunca su iniciación, y aún más sintiendo incapaz de sobrellevar tal designio, duda de pedir auxilio, pero no el de sus prójimos o congéneres el que necesitaría: “¿Por qué habré de llamar en mi ayuda a gente enigmática y cubierta de velos negros?”.
La materia esta vacía, y por ende lo está la tierra, todo es solo el reinado de esa presencia, y lo que sigue es “Fecundar el vacío”. Otro rasgo persistente y también presente en este último libro es los ojos como órganos con una distinción diferente, los únicos aptos para ser depositarios de un conocimiento trascendente: “Un conocimiento de la altura va llenando los ojos de verdad, / ¿Se suman mis años a mis años?”, ya ha llegado a una interrogación final sobre el tiempo por lo que debe volver al lugar señalado y desde ahí iniciar un nuevo viaje o Nascimento, ya con la llave de oro entre las manos, la única que sirve (y esto es un profundo contrasentido) no para abrir sino para cerrar la puerta, también volver a ese lugar es:
“Desviar el manantial hacia las ruinas”
Por que:
“Unas olas lamen el lugar de mi nacimiento, muros y puertas atravieso en medio de un fuego alto”.
Da para un estudio más amplio esta inclinación esotérica de ciertos poetas chilenos, ya sea Gustavo Ossorio con sus tres publicaciones, Omar Cáceres con “Defensa el Ídolo” y Olga Acevedo con “Los Himnos”. Antes que concluir quisiera citar una frase del poeta argentino Roberto Juarroz: “Poetizar es un modo de oficiar en un sentido casi litúrgico, hablar ante el abismo en que estamos con el abismo que somos”.

Reitero mis agradecimientos a los poetas Juan Manuel Silva Barandica y Javier Abarca Medel por haber compilado en un solo volumen toda la obra existente de Gustavo Ossorio, lo cual nos permitirá centrar la mirada en una de las experiencias límites de nuestra poesía, esperando que también llegue el momento para: Juan Negro, Aldo Torres Púa, Victoriano Vicario, Boris Calderón, Jaime Rayo, Carlos De Rokha, Antonio de Undurraga, Juan Lanza, Francisca Ossandon, Guillermo Trejo, Alejandro Isla Araya, Raúl González Figueroa y tantos otros.



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